Siempre cargaré con la culpa y la humillación de haberme permitido creer una vez más. De haberme permitido un nuevo atisbo de esperanza ante un razonamiento que me parecía lógico y que ahora quiero explicar.
«Piensa, Jovel… Si Guaidó convoca a la calle es porque tiene un plan maestro preparado. No puede ser otro ‘Leopoldazo’, porque el 30 de abril fue un disparo a los pies. Así que algo tiene que haber cambiado si se atrevió a llamar a la calle con un mes de anticipación. Debe haber una sorpresa preparada», me digo a mí mismo.
Todos me dijeron que no pasaría nada, y coincidí con ellos hasta la mañana del sábado, cuando desperté extrañamente optimista y prendí el televisor con la insulsa intuición de que vería lo que tanto había esperado. Que por fin se saldaría esa deuda del 23 de febrero y del 30 de abril.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando entendí (en cuestión de dos segundos y medio) que nos estaban recetando lo mismo de siempre. Guaidó usó a la gente para tener una bonita foto actualizada con multitudes fervorosas.
Callará a quienes decían que la gente no saldría. Omitirá el detalle de que al final muchos se fueron defraudados. Jamás admitirá que le dijo a la gente que retornara a sus casas, después de haber pedido “calle sin retorno”.
“Usted cree que mañana va venir esta misma gente acá?” Eso le preguntamos todos a @jguaido pic.twitter.com/XORUfUriOK
— NoPasaNada_TW (@Nopasanada_TW) November 16, 2019
El presidente anunció una agenda de protestas cuyo fin último es una manifestación estudiantil el jueves… (Batallo para expresar con suficiencia lo absurdo que me parece el planteamiento).
Hace unas semanas Lustay Franco (en su afán de protagonismo) anunció que el Movimiento Estudiantil tomaría “medidas pragmáticas” para lograr el cese de la usurpación. Tengo esa declaración presente en mi cabeza mientras pienso en la manifestación de hace unos días en la UCV, cuando los estudiantes se organizaron para lograr ser reprimidos con el fin de tener imágenes con bombas lacrimógenas que animaran las protestas del 16.
La etapa de las rosas a los guardias ya la pasamos, estudiantes. La gente lo sabe. Ustedes lo saben. Rosas y pragmatismo no van en la misma oración.
Todo esto ocurre mientras corre el reloj implacable que anuncia el ocaso de una etapa agonizante.
A Guaidó podrían quedarle semanas de vida política y estadía en Venezuela, pues se fraguan estrategias económicas para sacarlo de la presidencia de la Asamblea Nacional el 5 de enero.
Yo supuse, cuando fui al cabildo del 11 de enero en Altamira, que Juan Guaidó querría pasar a la historia como el libertador de su patria. El inesperado héroe que haría transitar a los suyos por un camino espinoso pero necesario.
Hoy no soy capaz de discernir cómo pasará a la historia Guaidó si lo que termina ocurriendo es que debe huir del país por haber perdido lo único que lo mantiene en libertad (la legitimidad que le da ser el presidente del Parlamento).
¿Qué pasará entonces? Dios dirá. Ese mismo Dios que hoy permitió que este idiota se viera esperanzado. El mismo Dios al que pido que este capítulo de incoherencias y decepciones acabe pronto.
Un milagro. Eso pido. El milagro de la coherencia. El milagro de la valentía.
¿Hasta cuándo, Señor?