El miércoles en medio de protestas miembros de la comunidad indígena Misak derribaron la estatua en honor al conquistador español Sebastián de Belalcázar ubicada en la capital del departamento de Cauca, Popayán- Colombia. Este acto recuerda mucho a los ocurridos durante las jornadas de protestas de Black Lives Matter en Estados Unidos.
En Popayán (Colombia), un grupo de indígenas Misak derribó una estatua dedicada al conquistador español Sebastián de Belalcázar durante una protesta pic.twitter.com/IFKp3oK8fT
— RT en Español (@ActualidadRT) September 17, 2020
Sin desconocer la indignación de la comunidad Misak, ni el hecho de que sientan la carga histórica de forma muy diferente, esta manera de expresar la indignación es el comienzo de una peligrosa tendencia que tiene mucho de retrógrada y nada de revolucionaria. Ojalá los niños blancos de la capital no lleguen a derrumbar indignados las estatuas de los fallecidos próceres, que nada tienen que ver en el clima político actual.
En Colombia, como en casi toda Latinoamérica, persevera una narrativa anti-española, que sin negar los horrores de la conquista -—hecha por una empresa con los recursos de un ejército de la edad media—, desconoce que el grueso de estos ejércitos conquistadores muchas veces eran indígenas que buscaron beneficiarse del nuevo Status-Quo que imponía la tecnología bélica del bando español.
Personajes como la exsenadora Piedad Córdoba aprovecharon la indignación para exigir un revisionismo a la historia colombiana. Nadie puede contra argumentar que la historia debe ser y es sujeta a revisiones constantemente, y una narrativa única no debe prosperar; lo que se debe denunciar es la promulgación de una visión de la historia pueril que exige que hagamos apreciaciones históricas de tipos que vivieron hace 500 años sobre las base de nuestros valores en el siglo XXI.
Sebastián Belalcazar, Francisco Pizarro y Hernán Cortés, no eran muy distintos de sujetos como el Cid, William Wallace, o Julio Cesar, todos estos caudillos de guerra en un época donde la escasa movilidad social se procuraba a través del oficio de las armas. Esto no es un fenómeno exclusivo de Europa, basta con dar una mirada no eurocentrista al resto del mundo incluyendo la propia América Latina para darse cuenta lo belicosos que éramos.
Ubicándonos en el siglo XVI, mientras ocurría la conquista española en América, Europa se desangraba en las más horribles guerras en la conformación de las monarquías absolutistas; en Asia tribus de origen túrquico y mongol emprendían una conquista a sangre y fuego sobre la India, instaurando lo que después se conocería como el Imperio Mogol; y el Japón feudal se desgarraba en un terrible guerra civil que terminó con el establecimiento del Shogunato Tokugawa. La guerra era la partera de los Estados en el siglo XVI.
La propia América era un sitio bastante violento antes de la llegada de los españoles, lo que hoy es México, era aterrorizado por las guerras florales que lideraban los aztecas —la casta dominante— donde se llevaban cientos e incluso miles de personas para ser sacrificadas, exponiendo sus vísceras y corazones al aire, en el templo mayor de Tenochtitlan en un sádico rito a sus dioses para que el sol nunca dejara de asomarse. Atahualpa antes de ser capturado por Pizarro, había sometido a su pueblo a una brutal guerra civil en contra de su hermano, al mejor estilo de monarca europeo; el propio Cacique Nutibara —cuya estatua se alza en el Cerro Nutibara en Medellín, y me opondré a cualquier loco que trate tumbarla— , se encontraba en una guerra a muerte con los Catíos , a quienes estaba expulsando de su territorio y esclavizando cuando los españoles llegaron.
Ese afán guerrerista del mundo fue la normalidad durante casi toda la historia de la humanidad. La razón de esto es que el mundo era un lugar increíblemente pobre y no contaba con industrias, democracias representativas, un sistema judicial independiente del poder, libre comercio, un Estado laico, sistemas de salud y sanidad pública, educación universal, etc. En ese entonces el único derecho reconocido como universal era el derecho de la conquista. Muchos de los privilegios que gozamos en la actualidad, y que los tenemos por dados, son logros de hace menos de 200 años, y que la gran mayoría de la humanidad habría encontrado inconcebibles antes del siglo XX.
Todos los personajes anteriormente mencionados, bajo la óptica revisionista de Piedad Córdoba, uno podría optar por verlos como asesinos y genocidas, pero la realidad es que todos ellos eran producto de una época violenta donde la vida era sumamente precaria. Tan precaria era la vida que no se necesitaban guerras para acabar con civilizaciones enteras. Las enfermedades y las hambrunas también fueron sumamente comunes en el mundo. Cuando se trata de calificar a la conquista española de genocidio, se quiere mostrar un intento consensuado de exterminio por parte de los españoles a millones de indígenas, pero la verdad es que ejércitos conformados por no más de 1000 tipos difícilmente tendrían la fuerza física para aniquilar semejante número de indígenas. Lo que nos lleva al otro punto, y es que alrededor del 90% de las muertes de indígenas se dieron por la transmisión de enfermedades como la tuberculosis.
Los españoles al pertenecer a la masa continental conocida como Eurasia habían desarrollado, hacia cientos o tal vez miles de años, defensas inmunológicas a estas enfermedades que devastaron a la población indígena. Si lo que se planea hacer es una revisión de la historia, como sugiere la senadora Córdoba, esta debería enfocarse en enseñar que tan vulnerable era la humanidad a enfermedades, hambrunas y sequías.
Aprovechando el ímpetu iconoclasta de una comunidad indígena indignada, el representante a la cámara Harry Gonzalez, y el senador Armando Benedetti de forma oportunista y populista comunicaron que presentarán un proyecto de ley que ordene el desmonte de estatuas de “esclavistas y abusadores de indígenas”. Cabe preguntarse si los congresistas incluirán en el innecesario proyecto de ley las estatuas dedicadas al libertador, Simón Bolívar, quién era miembro de la clase mantuana y su familia una de las mayores esclavistas de Venezuela, por lo demás el libertador aterrorizó fuertemente a Pasto y masacró a su población indígena que permaneció fiel a la causa realista pues le encontraba pocos beneficios a la independencia.
El senador Benedetti también menciona en su Twitter que tumbar un estatua es quitar un error en nuestra historia. Senador, la historia no es correcta ni equivocada, es compleja y accidentada, y ante los ojos de sus protagonistas no ocurre pensando en qué encontrarán correcto las generaciones del futuro.
Sería ridículo imaginarse a un sujeto como el senador Benedetti explicándole al comandante de las guerrillas indígenas en Pasto, Agustín Agüalongo —por lo demás, el único indígena que llegó al rango de general en el Ejército español— que está cometiendo un error histórico y ayudando a sus opresores, cuando el caudillo indígena solo veía en Bolívar un invasor de Venezuela. Cuentan que cuando fue capturado el indomable general Agüalongo, justo antes de ser ejecutado por las huestes libertadoras gritó un airado “Viva el rey”, y luego fue silenciado por los fusiles de la causa que más tarde se llamaría Colombia.