La perorata anticorrupción que se encuentra en la Declaración de Principios que dio vida a la Coalición Colombia —integrada por Claudia López, Sergio Fajardo y Jorge Enrique Robledo— resultó ineficaz para ubicar a esta unión en el centro del espectro político. Tan solo unos días después de que se oficializara la alianza entre estos tres políticos, Jorge Enrique Robledo, quien lidera al interior del Polo Democrático al Movimiento Obrero Independiente Revolucionario (MOIR), dejó claro que su radicalismo iliberal permanecía inalterado.
Aunque exista un esfuerzo deliberado por la Coalición Colombia para que la militancia maoísta de Robledo pase como un chascarrillo inofensivo que ni amerita siquiera ser mencionada, lo cierto es que el nacionalismo de izquierda que profesó Mao Tse-Tung se encuentra en el ADN del discurso robledista.
Así, este nacionalismo frenético sustenta las posiciones del Senador Robledo en todo su sistema de pensamiento. Explica, por ejemplo, su repulsión a plataformas tecnológicas como Uber, que por ser foráneas, empujan a Robledo a defender el oligopolio taxis, un medio de transporte considerado como el más inseguro por el 54 % de los bogotanos.
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También explica la insistencia de Robledo en la necesidad de instaurar controles de precio que destruyan la escaza competencia que permite el hiperregulado mercado colombiano, con el fin de evitar a toda costa que los colombianos encuentren a mejores precios en almacenes que compitan con las tiendas de barrio.
Igualmente, aclara la aversión del Senador al comercio internacional y esclarece el apoyo del líder del MOIR a toda colectividad que, como la Movilización Agropecuaria Nacional, se oponga categóricamente a la importación de alimentos baratos; aunque con esto inevitablemente se incrementen los precios de la comida, se afecte especialmente a las personas de menores recursos y se comprometa a la seguridad alimentaria de los colombianos expuestos al azar de las malas cosechas.
No obstante, es claro que las consecuencias nefastas del nacionalismo económico escapan al interés del Senador Robledo. Aquel ensañamiento contra el comercio internacional pasa por alto que en la práctica Colombia es, de hecho, una economía eminentemente cerrada.
De acuerdo con el Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (Ipea) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), al comparar el valor adicionado en el extranjero por sectores integrantes de la matriz contrapartidas, se obtiene que Colombia es la segunda economía más cerrada de América Latina, superando incluso a Venezuela y Ecuador, países cuyos gobiernos mantienen una oposición abierta a la economía de mercado.
Peor aún, de acuerdo con el último Reporte de Competitividad Global elaborado por el Foro Económico Mundial, entre 148 economías, Colombia ocupa el lugar 126 por la pequeña participación de las importaciones como parte del PIB, se encuentra en la posición 94 por sus altas barreras no arancelarias al comercio y se ubica en el puesto 79 debido a sus altos aranceles.
Por otra parte, la precaria infraestructura del país encarece las importaciones y facilita la existencia del hermetismo de la economía colombiana. Es conocido por aquellos dedicados a la administración, los negocios y la economía, que enviar un contenedor desde Cartagena a Bogotá cuesta tres veces más que enviarlo desde ese puerto de Colombia a Shangái.
Por supuesto, estos sobre costos tienen un impacto directo sobre el bolsillo de los colombianos, obligados a comprarle a unos cuantos productores nacionales así sea más costoso y de menor calidad. Los oligopolios nacionales siempre intentarán explicar que aquello de asegurarles el mercado y blindarlos de la competencia extranjera que puede ofrecer mejor precio o calidad, es en realidad el sinónimo del “interés nacional”.
Por esto es importante tener claro que el discurso de Robledo nada tiene que ver con la defensa del bienestar de los menos favorecidos. En un país como Colombia, donde el 1 % de la población concentra más del 50 % de las tierras productivas, el flamante miembro de la Coalición por Colombia pretende eliminar las importaciones para permitir que aquellos que concentran la producción de alimentos puedan fijar los precios tan altos como sea posible, sin enfrentar nunca el riesgo perder a sus clientes ante la competencia.
Aunque parezca sorpresiva la obviedad, lo que no comprende Robledo (ni López, ni Fajardo que permanecen en silencio ante los exabruptos del Senador) es que encarecer el precio de los alimentos de ninguna manera ayuda a los campesinos, ni a los más pobres. Pero abrir el mercado a la importación de comida barata sí los puede ayudar.
Por ejemplo, un estudio reciente elaborado por Fedesarrollo encontró que si se permitiera la importación de arroz —que puede llegar a ser hasta 60 % más barato fuera del país— cerca de 443 mil personas saldrían de la pobreza extrema y 1.2 millones de personas saldrían de la pobreza. Un beneficio innegable del libre mercado.
Si aún no parece evidente que lo que menos necesitan los colombianos es que los encierren aún más en sí mismos y se les obligue a comprarle únicamente a aquellos que el Estado arbitrariamente elija, por lo menos se debería tener presente que los resultados del nacionalismo económico han sido nada más y nada menos que la desgracia absoluta. Que nunca se olvide que en China, el maoísmo que Robledo encuentra como “una experiencia interesante” dejó un saldo de 30 millones de muertos de física hambre.
Por eso los esfuerzos de López y Fajardo por vender al Polo Democrático —que literalmente envió cartas de apoyo a Chávez y a Maduro durante la consolidación de la dictadura socialista— como un partido de centro moderado, se ven truncados por el mismísimo Robledo y su tentación irreprimible por defender el nacionalismo socialista, aún contra toda lógica.
¿Exactamente qué problema tiene Robledo con que las personas accedan a comida barata? Imposible saberlo. Sin embargo, parece que no se puede ser maoísta sin antes contar con un arsenal de propuestas que lleven directo a la hambruna, ni tampoco se puede ser de la Coalición Colombia sin tener la cara lo suficientemente dura como para decir sin sonrojarse que una alianza que incluya al Polo Democrático es en realidad una coalición de centro.