
A pesar de que el régimen cubano se despide de Fidel Castro rindiéndole homenajes por una semana entera y muestra ante el mundo la tristeza de millones que están de luto, la realidad parece ser otra.
De acuerdo con el politólogo Armando Chaguaceda, quienes realmente están de luto son una minoría, en gran parte ancianos pagados por el Estado.
“Los adherentes activados por el luto son una minoría importante, sobre todo ancianos que el Estado organizado cobija y favorece. Pero no solo mayores”, comentó Chaguaceda.”Ha pasado siempre que se va un líder carismático, incluso en el declive de su vida y obra”.
Asimismo, el politólogo explicó la intención del régimen cubano de aprovechar el fallecimiento del dictador para consolidar su poder en la isla, tal como pasó con la muerte del expresidente venezolano Hugo Chávez en 2013.
La intención de crear un culto metafísico para que prevalezca el régimen en el poder fue una estrategia del chavismo cuando en 2013 usaban la consigna “Yo soy Chávez”, lema que ahora se repite con el nombre de Fidel.
“Los que no sienten ese luto están fragmentados y ocultos, pero son seguramente más”, comentó Chaguaceda.
“Estamos viviendo el mismo andamiaje de las movilizaciones habituales, no es del todo espontánea. Una parte asiste por cumplimiento del deber del trabajo y la otra lo hace por respeto y solidaridad”, manifestó la opositora Joanna Columbié.
“Imagino que haya de todo, pero a la larga Fidel es un político muy controvertido que deja un legado múltiple con errores y logros, y a la hora de su muerte creo que muchas personas tratan de no olvidar la transformación social que produjo en Cuba y los avances en este frente. Es un símbolo para muchos cubanos, a pesar de sus fracasos” comentó Pavel Gómez, integrante de Cuba Posible, críticos moderados.
Organizaciones opositoras como la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu) ya denunciaron inclusive agresiones de extremistas contra aquellos que se han negado a rendir homenaje al dictador.
“Está saliendo el agradecimiento de las masas con su estado de conformidad, una especie de síndrome de Estocolmo en la peor de sus fases. Mucha gente lleva toda su vida viviendo del sector estatal, unas migajas constantes que han ayudado a su supervivencia mínima”, comentó Claudio Fuentes, activista por los derechos humanos.
Fuente: La Nación.