
Según una respetable analista económica, el Estado ecuatoriano, hasta el 2014, representaba el 43% del Producto Interno Bruto (PIB). Es decir, el Gobierno del Ecuador se consume poco más de cinco meses de trabajo de todos los ecuatorianos y, de hecho, ese porcentaje es, actualmente, mucho más elevado.
Hay que recordar que, por diversas empresas estatales que existan, por muchos medios de comunicación que el Estado posea, por muchas escuelas, carreteras y demás cosas que compran los Gobiernos, la realidad demuestra que los Estados no producen un solo centavo. Todo lo obtienen mediante impuestos. Es decir, los políticos meten las manos en nuestros bolsillos sin nuestro permiso, para gastar nuestro dinero en cosas que nosotros, como individuos, no necesariamente deseamos.
Todo esto bajo la amenaza de que si no pagamos nos meten presos, o nos quitan nuestros bienes mediante embargos —sí, el proceso es bastante parecido a un asalto. Y peor en Ecuador, donde inclusive muchas de esas construcciones y compras han resultado más una pérdida, que ganancias (en sentido económico).
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Si bien en este Gobierno el lema es: “El ser humano sobre el capital” —slogan con el que justifican sus impuestos—, lo cierto es que sin capital y sin capitalismo —proceso basado en el libre comercio, el ahorro y el trabajo que crea bienes de capital—, poco de este mundo podría existir y, de hecho, mucho menos podríamos consumir. En definitiva, nuestra calidad de vida se ve reducida a medida que el capital y el capitalismo también se reducen. Y, si no me creen, pregúntenle a nuestros hermanos venezolanos o cubanos.
Podría decirse que el ser humano está debajo del capital sólo en sistemas mercantilistas, corporativistas, e incluso socialistas que, aunque tengan frases bonitas, lo cierto es que son igual o más proteccionistas que los anteriores y, al final del día, terminan afectando a todas las personas de los países en los que rigen. En capitalismo, en cambio, en donde se promueve el libre comercio y el ahorro, el ser humano nunca estará debajo del capital.
No debemos olvidar que sin los infiernos fiscales, los paraísos fiscales no existirían.
Que un Gobierno gaste más del 40% del PIB es peligroso, y mucho más en economías en vías de desarrollo como la ecuatoriana, puesto que para sostener el inmenso tamaño estatal, los Gobiernos tienden a crear infiernos fiscales, mediante recaudaciones de impuestos bastante agresivas que ahuyentan la inversión extranjera y disminuyen el ahorro local. En nuestra realidad nacional actual, esto se traduce en “lujos” que no nos podemos dar.
El “fenómeno” de que existan varias personas con empresas o inversiones en paraísos fiscales no es de extrañarse, puesto que son lugares donde las ganancias, —el premio al riesgo que corren al realizar inversiones; el fruto de su esfuerzo y de su trabajo—, no son coartadas ni reducidas.
[adrotate group=”8″]Técnicamente, que un país decida ser un paraíso fiscal es sencillamente una estrategia para atraer inversiones de todo tipo, lo que crea plazas de trabajo y les permite desarrollar sus economías, mejorando su productividad y la de sus ciudadanos. No es de extrañarse que los paraísos fiscales sean países bastante desarrollados o, al menos, más que los nuestros en Latinoamérica.
No podemos decir que quienes hacen uso de los paraísos fiscales son malas personas. Debería analizarse cada caso individualmente. Es muy probable que muchos de ellos hayan ayudado sobremanera creando fuentes de empleo y asegurando el futuro de sus familias de manera legal y legítima. No hay que olvidar que, los paraísos fiscales, no existirían de no ser por los infiernos fiscales.
Lo que sí es muy reprochable es que ciertos políticos, quienes han sido culpables de crear infiernos fiscales —como el que vivimos en Ecuador gracias al oficialista Alianza País—, tengan tanta doble moral que, mientras nos castigan a todos los ecuatorianos con sus impuestos, ellos envían su dinero fuera de nuestro país.