Del 7 al 8 de julio se llevó a cabo la Cumbre del G20, de las 19 naciones más industrializadas y la Unión Europea, en la ciudad alemana de Hamburgo. Como todos los años, desde sus inicios, hubo protestas. Pero este año se potenciaron, en buena medida gracias a la presencia del presidente de los EE. UU., Donald Trump, quien a su vez retiró a su país del Tratado de París sobre el cambio climático, uno de los temas a tratar en la cumbre.
Si bien muchas de las manifestaciones fueron pacíficas e incluso artísticas, también hubo manifestaciones no solo violentas sino destructivas. Bajo consignas como “bienvenidos al infierno”, “abajo el capitalismo” y “el fin de la globalización” legiones vestidas de negro, una unificación de la extrema izquierda, causaron destrozos, incendios, saqueos, dejando heridos a civiles y medio millar de policías. La -falta de- cobertura de los sucesos expone no solo un sesgo desde el periodismo sino desde y hacia la cultura. También pone en duda si el modelo socialdemócrata es compatible con las demandas de la extrema izquierda.
Ante esto, el diario The Spectator del Reino Unido nos invita a pensar cómo sería la reacción si un grupo de extrema derecha se hubiese cubierto los rostros para causar actos de vandalismo con esa magnitud. Aclara el autor que venga de donde venga, su repudio sería el mismo y por ello reprocha que la prensa masiva no mantenga el mismo estándar.
Esto nos expone a un concepto que merece ser mencionado en los tiempos que transcurren: el relativismo moral. Hoy que el tema igualdad suena en todas las esferas, irónicamente no se juzga por igual ni a todas las personas ni a todos los movimientos. No hace falta imaginar cómo sería si grupos de extrema derecha prenden fuego el centro de una ciudad mientras rompen ventanas de locales y agreden a periodistas. Ya es suficiente con su mera presencia pues causaría controversia sin que cometan acto alguno.
De hecho, apelando al uso de la tecnología que tanto repudian (recordemos que los manifestantes de la Cumbre del G20 rechazan tanto el capitalismo como la globalización), a través de redes sociales -utilizando sus smartphones– los activistas de extrema izquierda perfilaron a periodistas independientes como “Nazis” y “fascistas”. Tal fue el caso de Lauren Southern, Luke Rudkowski de WeAreChange (nosotros somos el cambio) y Tim Pool, entre otros.
Estos reporteros son independientes, se manejan mayormente por YouTube. Ahí mostraron con material fílmico, en vivo, cómo fueron golpeados en consecuencia de las injurias divulgadas sobre ellos en plataformas antifascistas. Lo cierto es que ninguno de ellos son nazis o fascistas, Luke y Lauren son libertarios; aunque ciertamente Lauren es más conservadora que muchos libertarios. Mientras que Pool se manifiesta como imparcial.
Pool empezó a trabajar independiente luego de ser productor en la plataforma virtual VICE. Pero el detonante fue en Fusion, donde se le dijo que “debe estar del lado de la audiencia…” a lo cual le aclararon que “son jóvenes de izquierda, así que ese es el ángulo que tomamos, más allá de los hechos”. Completaron la idea indicando que: “la mayoría de las compañías no obligan, a los periodistas a ser parciales, simplemente contratan a periodistas parciales desde el inicio”.
Esto nos expone a un nuevo precedente: la censura y la limitación de la libertad de expresión, no solo en las calles sino desde la prensa. A los periodistas se les dice qué decir y a quienes toman las calles se les silencia -con la fuerza si es necesario- si reportan o dicen lo que no conviene al discurso imperante. Quien disienta con estos grupos o simplemente quiere difundir lo que hacen, es atacado. Los ataques son de manera virtual en Internet, de manera verbal y llegan a la concreción física.
Quiénes son los manifestantes
No son un grupo homogéneo. Hubo y hay desde artistas pacíficos que montaron obras de teatro, pancartas coloridas y formas variadas, tanto silenciosas como bulliciosas, incluso hubo una puesta de escena de zombies. Pero lo que predominó y las secuelas que aún se viven, ya que (a pesar de que la cumbre terminó y los mandatarios se fueron) siguen manifestándose y causando destrozos, fueron los bloques de antifascistas, sobre todo el “bloque negro”.
Esta corriente existe desde principios del siglo XX y vieron un resurgimiento en las últimas elecciones de EE. UU., a la par del auge del nacionalismo, acción/reacción. Son mal-llamados anarquistas, comúnmente conocidos como anarcocomunistas. Lo cual implica una contradicción. Puesto que dicen buscar la desmantelación del Estado, a la par de la destrucción de la propiedad privada.
Es decir, no creen en el comercio y por ende tampoco en los intercambios voluntarios. Buscan una sociedad donde todo sea de todos a expensas de que nada sea de nadie, ¿pero quién decide cuánto le corresponde y cómo se conserva? En contraposición existe el anarcocapitalismo o anarquía de libre mercado, donde no hay un Estado, solo individuos que comercian libremente sin intermediarios, accediendo a bienes y servicios de manera consensuada entre dador y receptor, sin necesidad de un consenso unánime y la burocracia que eso implica en el caso de la utopía anarcocomunista.
Dejando a un lado la teoría, en los hechos vemos la aplicación en la práctica. En su crudo rechazo a la propiedad privada, destrozaron locales, automóviles y objetos de los pobladores de la zona sin tomar en cuenta qué era de quién. Es decir, su “lucha contra el sistema” no busca culpables ni tiene objetivos claros. Pagan todos. Reina el caos y los gobernantes, que son quienes toman las decisiones, quedan impunes. Porque para el anarcocomunista, que es simplemente un comunista rebelde, la culpa es de la sociedad entera y no de quien la lidera.
Qué opinan los refugiados
Uno de los temas a tratar en la Cumbre del G20 fue la crisis de los refugiados. Alemania, sede de la cumbre, dio asilo a cientos de miles de refugiados. El impacto social y económico se vive a través de procesos de integración y políticas que exigen un presupuesto para alojar, alimentar y capacitar a quienes llegan. Ante esto, la plataforma Reuters, nos trae testimonios de refugiados en Hamburgo.
De acuerdo a Ibrahim Ali, un egipcio de 29 años que llegó a Hamburgo en el 2001, “Si la gente haría esto en Egipto, les dispararían”. Agrega: “El Estado provee todo: casa, educación y beneficios por desempleo. Sin embargo, la gente no es feliz. No lo entiendo”.
Para Mohammad Halabi, 32, un sirio que llegó a Alemania hace un año y medio, “Están locos. No puedo creer lo que veo. Tienen un país tan hermoso y lo están destruyendo”.
Hay personas dispuestas a cruzar el océano, fronteras y pasar todas las inclemencias del clima que sean necesarias huyendo de un lugar donde les asesinarían por hacer lo que hacen los pobladores del lugar al cual huyeron. La socialdemocracia, que impera en Alemania y buena parte de Occidente, garantiza derechos fundamentales para sus habitantes, al punto que el Estado financia (por medio de impuestos) educación, compensación por desempleo y hasta vivienda, entre otros. Sin embargo, los manifestantes protestan contra el capitalismo.
Conforme avanzan los días, aumenta el hartazgo. Esto se ve no solo en el saldo de detenidos y heridos, sino también en cómo tanto la prensa como las autoridades abordan el problema. Reporta The Guardian que el saldo de policías herido ronda los 500. Tienen quemaduras, cortes y lesiones oculares, ya que los manifestantes usaron pirotecnia y rayos láser. Según el portavoz de la policía de Sajonia, “…el objetivo principal era matar o herir policías o causar el mayor daño posible.”
Los daños totales aún no se han calculado, pero se estima que superan los millones. Lo cual ha llevado al pedido de la renuncia del alcalde de Hamburgo y ejerce presión sobre la canciller Merkel, ya que las elecciones que se avecinan el 24 de septiembre.
Tanto ella como el alcalde prometieron que los afectados serán compensados. Lo que cabe mencionar es que los fondos fueron sustraídos de ellos mismos con anterioridad. Es decir que un evento coordinado desde el Estado que no pudo prever ni contener los destrozos ahora apela al dinero de los propios contribuyentes para resarcir el daño, mientras tanto quienes provocaron los daños no pagan. Protestan contra el capitalismo y logran que el Estado, con el dinero de los demás, solvente el gasto.
Por el momento, Peter Altmaier, jefe del personal de Merkel, pidió investigar y posiblemente cerrar las sedes de organizaciones de izquierda como Rote Flora (Flora Roja) en Hamburgo. Indicó: “evaluaremos de cerca el rol de Rote Flora”, ya que esta organización convocó a manifestantes de toda Europa a venir a protestar la cumbre del G20. Sin embargo, se ha distanciado de los hechos de violencia. Según el ministro de interior: “Alemania ha llegado a un punto histórico en cuestión de violencia motivada por la política.” Esto ha llevado a que miembros del partido de gobierno pidan un ajuste temporal en el control fronterizo, ya que muchos de los manifestantes eran extranjeros.
Nos enfrentamos a tiempos de cambio, donde la violencia de grupos de extrema izquierda se vuelven no solo visibles sino cada vez más recurrentes y nos hacen cuestionar si son casos aislados o la encarnación de una filosofía que exige la desmantelación de un sistema de propiedad privada cueste lo que cueste.
En Alemania y Europa actual existe el respeto a la propiedad privada y la estructura para producir y comerciar a la par de un Estado con políticas de socialización. Porque es claro que para dar hay que antes recaudar y si se produce más, se recauda más y por ende se distribuye más. La tolerancia a estos fenómenos violentos dirá si este modelo se puede sostener.