En 2011 Cristina Fernández de Kirchner era reelecta con el 54 % de los votos y comenzaba el tercer período kirchnerista, luego de su primer mandato y el de su fallecido esposo, Néstor. Por esos días Argentina atravesaba una hegemonía política que parecía que podría llegar a durar por décadas. A dos años de haber perdido el poder, ante la imposibilidad de un tercer mandato por (sabias) restricciones constitucionales, el fuerte espacio político de la expresidente se desmoronó como un castillo de naipes. Hoy, en 2017, ya no queda casi nada.
Por aquellos días, no tan lejanos, cuando Argentina tenía reina (sin corona pero con bastón de mando) —ella misma llegó a manifestar que se sentía la reencarnación de una “gran arquitecta egipcia”— el Frente para la Victoria (devenido ahora en un reducido Frente Unidad Ciudadana) contaba con la mayoría del “peronismo institucional”, con sus intendentes y gobernadores, pero también con un grupo de choque violento y reaccionario. Con el correr de los días la expresidente parece que se va quedando sin una cosa y sin la otra.
El primer grupo en alejarse de Cristina estuvo dentro del peronismo. Durante los primeros meses en el llano, la exmandataria vio como se le animaban los que antes le agachaban la cabeza. Florencio Randazzo dijo que, más allá de lo que ella quiera, él iba a ser candidato por el Partido Justicialista, Miguel Ángel Pichetto adelantó que Kirchner deberá formar bloque propio en el Senado porque “se fue del peronismo” y varios gobernadores como Manuel Urtubey comenzaron a utilizar las palabras “renovación” y “futuro” en sus manifestaciones políticas, con una clara intención de dar vuelta la página.
Ante el nuevo escenario, Kirchner decidió ignorar al aparato formal y varios de sus dirigentes, focalizando su discurso en el “pueblo peronista” y los sectores de “centro izquierda”. Mal no le fue. Pero bien tampoco. Le ganó al “peronismo oficial” por paliza, pero perdió por varios puntos contra el macrismo. A partir de este momento supo que se convirtió en la opositora más votada, pero que no le alcanza ni por casualidad para volver a ser oficialismo. La llave para retornar el poder la tiene ese peronismo partidario, que ya no quiere saber más nada con ella. Aunque tenga que esperar a 2019 o a 2022 incluso.
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La novedad de las últimas semanas es que, luego de las detenciones de Julio De Vido y Amado Boudou, comenzaron los cuestionamientos desde el núcleo más duro del kirchnerismo.
El que empezó con las inusuales críticas fue el piquetero Luis D’Elía. Luego de haber sido marginado de la lista de candidatos y de no haber sido invitado al acto de cierre de campaña, el dirigente, que supo ser la cara del kirchnerismo más radical y violento, disparó contra “la jefa”:
En una semana le pidió que “no se haga la pelotuda” con relación a los arrestos de los dirigentes que la acompañaron y le dijo a la prensa que si alguien le decía a algo que “no”, ella era capaz de “darte con un palo en la cabeza”. El pedido de autocrítica que D’Elía le hizo a Kirchner luego de perder las elecciones, hubiese sido una osadía con tintes de traición en otros tiempos.
Otra de las caras del kirchnerismo más rancio, fanático y violento, sin dudas la tiene el exsecretario de Comercio Guillermo Moreno. Para este dirigente peronista, el trabajo de Cristina siempre correspondía calificarlo con un “10”. En un programa de televisión anoche, Moreno decidió bajarle dos puntos a la calificación para ponerle un 8, lo que causó la sorpresa del resto de los panelistas. La justificación fue que Kirchner perdió “un punto por mano”, luego de que manifestó que no ponía “las manos en el fuego” por De Vido ni por nadie más allá de sus hijos… y ella, claro.
En la jornada de hoy, la mujer de Julio De Vido volvió a poner a Cristina en las noticias y no algo que le resulte cómodo a la expresidente. “Cristina me falló”, resaltó Alessandra Minnicelli, lo que podría suponer que no sería extraño pensar en fuego cruzado entre la exmandataria y su exministro de Planificación detenido.
“El gesto de Cristina de no llamarme me pareció inhumano porque en otros momentos trágicos de mi vida y de mi familia levantó el teléfono… ¿Por qué ahora no?“, manifestó a los medios Minnicelli.
Sin dudas que los dos frentes en cuestión tienen distintas agendas. Por el lado del peronismo, la mira está en la reconstrucción a futuro. Pero por el lado de lo que en su momento fue el kirchnerismo fanático, lo único que hay es necesidad y desesperación. Los Moreno y los D’ Elía tienen muy claro que no tienen ninguna aspiración posible sin el cobijo de la expresidente. En la provincia de Buenos Aires, el piquetero sacó menos votos que un partido nazi, y en la ciudad, Moreno perdió la interna peronista y no pudo alcanzar ni a una banca de diputado.
Mientras tanto, acosada por varias causas en la justicia, Cristina Fernández de Kirchner continúa transitando el difícil camino “del dolor del ya no ser”, como dice el tango. Como si fuera poco, lo hace ninguneada por unos viejos aliados y acosada por otros. Mauricio Macri, agradecido.