La intervención del Estado en Argentina sobre los contenidos en cuanto a la educación sexual obligatoria generó un interesante debate. Grupos de padres horrorizados (con justa razón) por la interferencia gubernamental en cuanto a contenidos sensibles generaron marchas en todo el país y visibilizaron una protesta: “Con mis hijos no te metas”. Para este sector en particular, sus hijos no pertenecen al Estado como para que éste pueda imponer la perspectiva “de género” en la educación primaria de los chicos. “A mis hijos los educo yo”, “Mis hijos no son del Estado” y “Educación sexual sí, ideología de género no” son algunas de las válidas y lógicas consignas.
Es muy sano que los padres se comprometan en los contenidos que reciben sus hijos y que desconfíen del monopolio de la fuerza para disponer del material educativo. Pero lo cierto es que el reclamo llega muy tarde. El Estado ya se metió y no solamente en cuestiones de educación sexual. La educación en Argentina pasó a ser prerrogativa absoluta de un Estado interventor con la complicidad de la mayoría de los padres que, hasta ahora, no se preocuparon.
Lamentablemente los padres no salieron a la calle cuando se generaba el cambio cultural de confundir “educación” con “escolarización”. Tampoco lo hicieron cuando el sistema pasó a ser obligatorio, coercitivo y de modelo único. Tampoco ocurrió ante el atraso del modelo vetusto de ordenar a los chicos por edades y darles a todos los mismos contenidos, ignorando cualquier vestigio de individualismo y personalidad. Tampoco nadie salió a la calle (ni padres, ni docentes, ni directivos de escuelas) cuando el Estado se metió, además de en los contenidos y metodologías, en los reglamentos de conducta. Miles de chicos en todo el territorio nacional sufrieron acoso y violencia por parte de compañeros a los que no se pudo sancionar o expulsar, por temor a las represalias políticas. Ante todo eso hubo silencio. Ahora, por cuestiones como una simple materia, hay grandes reacciones.
Más allá de lo sensible y personal que resulte la educación sexual, lo cierto es que los estudiantes ya han recibido un daño por parte del sistema muchísimo mayor a lo que se le pueda dar con esta materia en cuestión. En los años más importantes, los menores absorbieron un nacionalismo barato, prejuicios anticapitalistas, valores socialistas y se les ha aplastado sus inquietudes individuales, en lugar de fomentarlas en el momento apropiado.
Es positivo que esta cuestión abra un debate en materia educativa. Pero esto también tiene dos riesgos. Por un lado, que la discusión se agote en el tópico en cuestión y por otro, que se busque modificar un contenido forzoso en particular por otro determinado. La solución a este problema, y la garantía de que no se repita en el futuro, no es eliminar ni la materia ni sus contenidos. La salida es liberar a cada escuela para que, junto a los padres, puedan diagramar una currícula sin intervención y presión gubernamental.