Los programas de la noche de C5N, canal de cable alineado con Cristina Kirchner, ya dejaron en evidencia la estrategia del binomio “Fernández-Fernández”. La campaña de la expresidente, como candidata a vice, y de Alberto Fernández, como postulante para suceder a Mauricio Macri, se plantea un objetivo complejo: fortalecer el núcleo duro K, con una Cristina presente, pero callada. Alberto es el moderado, que trata de sumar peronistas y desencantados en general por la grave situación económica argentina.
Desde los shows afines a Cristina se hace mucho énfasis en el eventual programa económico de Alberto. Se adelanta que no volverá el control de cambios, que se mantendrá el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y que no hay ninguna intención de terminar en default.
Sin embargo, esta situación ya tiene algo llamativo: se habla al candidato a presidente y no de la vice. Para cualquier otra fórmula del planeta Tierra tendría sentido, pero estamos hablando del binomio impulsado por Cristina Kirchner. ¿Se puede pensar en un plan de “Alberto presidente” sin considerar la influencia determinante de la expresidente? Difícil.
Analizar seriamente un posible mandato de Fernández presidente (Alberto), donde el jefe de Estado sea coincidentemente la misma persona que ocupa formalmente el cargo, obliga a considerar la opción de que CFK haya cambiado. Esto es por dos cuestiones puntuales: necesitaría ser parte de un gobierno medianamente moderado (conceptualmente Alberto no es Cristina) y tendría que haber dejado de lado la manía autoritaria que parece llevar en las venas. Conociendo a Kirchner, es muy difícil considerar como posibles alguna de las dos opciones.
Sin embargo, si reconocemos que la expresidente lleva en su naturaleza el modelo que desarrolló en sus años de presidente, también es cierto que el contexto de Argentina y el mundo no es el mismo que el de marzo de 2003, cuando su fallecido esposo comenzó con los 12 años K al frente del gobierno.
Por aquel entonces, Argentina salía de una brusca devaluación con el fin de la convertibilidad (que permitió licuar muchos pasivos) y los precios de los commodities volaron por las nubes. Hugo Chávez se fortalecía en Venezuela y los tiempos políticos y el contexto económico permitieron hacer una locura. En otro escenario, los 12 años de populismo recalcitrante del kirchnerismo no hubieran sido opción. Hoy hay un mundo complicado y cualquier utilización del Banco Central como fuente de financiación sería sinónimo de hiperinflación automática.
Que Cristina es autoritaria no hay ninguna duda. Pero de que es inteligente, tampoco. Con el chavismo en el epílogo y el Estado argentino quebrado, la líder rebelde que enamora a la izquierda peronista ahora defiende a Donald Trump. Cuando la expresidente lo mencionó como ejemplo en la presentación de su libro, el club de aplaudidores que la acompaña a todos lados se puso incómodo. No sabían cómo reaccionar ante lo que decía la jefe.
Implementar una continuación del modelo CFK que ya conocemos no es imposible, pero sí sería un suicidio inmediato. Considerando los intereses de la expresidente, un retorno fallido no sería lo ideal teniendo en cuenta su complicado contexto judicial. Salvo que lo único que le interese sea un indulto temprano por parte de su compañero de fórmula. Pero incluso en ese escenario, hasta esos mismos indultos podrían ser revisados por la justicia en un futuro, en el caso que el Gobierno Fernández-Fernández vuele por los aires al poco tiempo por razones económicas.
Lo que el sentido común indica, que puede fallar lógicamente hablando de Argentina, es que el modelo autoritario, estatista y radicalizado no le conviene en lo más mínimo a la expresidente. Sus intereses vendrían de la mano de una pronta recuperación económica, para conseguir una estabilidad política que sea sinónimo de impunidad judicial para ella y sus hijos.
Ya los mercados hablaron y dijeron que no ven radicalización ni delirio en el horizonte, al menos por ahora: luego de la confirmación de la candidatura de los Fernández el dólar encontró paz y el riesgo país detuvo su escalada. ¿Consideran que la exmandataria ya no tiene chances o que ya no la ven como una amenaza? Eso queda a interpretación.
Sin embargo, aunque retorne la expresidente, aunque sea como vice, y aunque Alberto Fernández pueda desarrollar un programa moderado (ya hizo público que habló hasta con Guillermo Nielsen, amigo de los liberales Milei y Espert), el retorno de Cristina será sinónimo de un importante retroceso institucional.
Aunque Alberto ya aseguró que no hay reforma constitucional en la agenda, el control de la justicia es lo único que puede hacer que la exmandataria no termine en prisión. Este motivo tendría que ser suficiente para que el binomio de los Fernández no sea considerado por la mayoría del electorado. Lamentablemente, cuando la economía fracasa y los argentinos la pasan mal, estas cuestiones dejan de ser trascendentales para el debate público y para las exigencias del votante.
Paradójicamente, la independencia de la justicia y el fortalecimiento de las instituciones fueron de lo mejor del Gobierno de Macri, que fracasó rotundamente en el ámbito económico. Es tragicómico imaginar que la economía puede mejorar de la mano de la exmandataria (pero es una posibilidad) y es triste de asumir que el precio sería la destrucción de la república.
Por ahora, Argentina sigue muy lejos de ser un país medianamente normal. Con instituciones sólidas y una economía pujante. El potencial sobra. La clase política (toda) falla.