En la sede de la Universidad de Buenos Aires (UBA) de Puán (donde se estudia filosofía y letras) se respira un microclima político intenso para un liberal. El espacio emana un socialismo absoluto. Aquí la grieta se da entre las distintas ramas de la izquierda más ortodoxa. Las imágenes hegemónicas son las de los partidarios de Nicolás del Caño y el “Frente de Izquierda” con sus afiches “¡Fuera Macri y el FMI ya!” y las de sus rivales del “Movimiento al Socialismo”, que directamente llevan la consigna “el capitalismo no va más”. El rol de un kirchnerista por estos lares sería el de un burgués acomplejado o el de un liberal clásico culposo en un mitin anarcocapitalista duro: el que se cae del mapa.
En una jornada que parecía una utopía un tiempo atrás, el Ayn Rand Center de América Latina, que tiene a María Marty como coordinadora en Argentina, se decidió por un evento osado: un debate en “filo” sobre individualismo y colectivismo con Onkar Ghate y Ben Bayer como expositores. El público afín que fue convocado por las redes sociales, se dio cita en el aula 3 del establecimiento, conviviendo con los estudiantes de la casa de estudio. Al llegar, todos recibieron un panfleto informativo con las premisas básicas del objetivismo randiano. Las caras, luego del primer contacto visual con la información, dejaban en evidencia el perfil ideológico del asistente. Lo que para uno resultaba música para los oídos, para otro significaba un tabú maldito: la idea del “capitalismo total”.
El profesor de filosofía canadiense especializado en Rand, Onkar Ghate, fue el que dio el puntapié inicial con la dicotomía entre el individualismo y el colectivismo. Para ejemplificar al segundo grupo hizo referencia a Karl Marx, al que le criticó la idea de la dictadura del proletariado, que aplasta inevitablemente al individuo. La conferencia empezó bien y se pusieron en jaque los dogmas del lugar sin que volaran sillas por todos lados.
Su exposición continuó con una clásica comparación entre países exitosos y desastrosos. El mecanismo elegido fue el de las preguntas al público: “¿Qué país es más individualista? ¿India o Hong Kong?”. Aunque contó con diferente entusiasmo según el participante, la respuesta fue unánime y no dejó dudas. Así empezó la batalla cultural en el terreno más hostil e inhabitado para el liberalismo argentino.
Para ejemplificar los riesgos del colectivismo, Gathe señaló que cuando el individuo no cuenta, los seres humanos terminan sufriendo las desgracias de los judíos bajo la Alemania nazi o de los enemigos del Estado en la Unión Soviética. “El colectivismo dice que las personas no tienen las capacidades para decidir, por lo que hay que indicarles lo que hay que hacer”, afirmó el especialista. Conceptos antagónicos con los que se “enseña” acá a todas las camadas de intelectuales argentinos.
“Aceptar las premisas colectivas indica que las personas no pueden pensar por sí mismas”, resaltó.
Las miradas más intensas, pero interesadas (sobre todo en los “locales” estudiantes de la UBA), llegaron cuando el canadiense aseguró que si lo que prima en la cultura de una sociedad es el altruismo, inevitablemente se termina en una dictadura colectivista.
Por su parte, Bayer, que continuó con el tópico de del altruismo, comenzó su intervención diferenciando el término con respecto a la benevolencia. “Cuando ayudas a alguien libremente, porque lo deseas, porque lo quieres, eso no es altruismo, es buena voluntad”, manifestó. “Altruismo es sacrificio, fundamentalmente el sacrificio de uno mismo. Sea por el colectivo, por Dios, por la nación”.
Para terminar de romper los dogmas de lo políticamente correcto, Bayer explicó en detalle como Bill Gates, sin proponérselo, fue mucho más eficiente en ayudar al prójimo que la misma Madre Teresa de Calcuta. Los argumentos hablaban por sí mismos y eran difíciles de contradecir. Los aplausos al final del evento fueron más efusivos y generales que al principio. Una buena señal de aceptación, o al menos, de diálogo civilizado.
Los jóvenes liberales que asistieron se llevaron buenos argumentos para el debate. Si los alumnos de la UBA, que decidieron hacerse presentes voluntariamente al evento más díscolo e inusual de la historia de filosofía y letras, se llevaron inquietudes o no a casa es un misterio. Pero, sin duda, estas actividades en las universidades estatales son absolutamente necesarias. La ausencia total de esta campana, que recién empieza a sonar, explica bien el clima de ideas de las últimas décadas en Argentina. Algo que hay que modificar dramáticamente hacia el futuro.