Ayer en la mañana, en la penúltima jornada cambiaria, me tocó regresar a Buenos Aires luego de un viaje de trabajo al exterior. Con la preocupación lógica de cambiar mis pesos argentinos (por cualquier cosa) antes de un eventual colapso, fui a la sucursal central de mi banco con las maletas a cuestas. Preferí llegar temprano, porque imaginé que con el correr de las horas la situación se iba a poner más concurrida. Me equivoque, la concurrencia estaba allí desde temprano.
Aunque había sacado mi número a las once de la mañana, eran las dos y media de la tarde y todavía seguía esperando. La proyección indicaba que hasta las cinco no me iría a ningún lado. La escena era repetida y tenía tres opciones básicamente: los que sacaban dólares para venderlos en el mercado informal (para hacer una diferencia), los que sacaban sus dólares de las cajas de ahorro (por temor a la confiscación) y los que compraban algo con los pocos pesos que tenían, para llevarlos “al colchón”, como se dice en Argentina.
Durante esas horas se vivieron situaciones de tensión. Hubo gritos, empujones, enojos con el personal de seguridad, reclamos a la gerencia y hasta teorías conspirativas: “Atienden lento para que nos cansemos y nos vayamos”, argumentó una señora que no estaba dispuesta a irse sin los dólares. Por todos los rincones habían discusiones entre macristas y kirchneristas, que se acusaban mutuamente del colapso. Sin embargo, en algo los hermanaba la grieta: querían dólares. Pero lo que más me llamó la atención fue que unas chicas, de no más de 25 años, comenzaron a cantar repentinamente la marcha peronista en forma de protesta.
Los minutos pasaban y crecía mi temor de no poder acceder a los euros que necesitaba para un viaje a Europa la próxima semana. Hice mi primer intento de “viveza criolla”, que fracasó rotundamente. Cuando ví que una persona que tenía mi misma letra, pero muchos números antes, evidentemente se había ido (ya que nadie se acercaba al box mencionado en la pantalla), me acerque a la caja a preguntar si me podían atender. Mi argumento no fue el mejor: “Hace tres horas que estoy acá y tengo que volver al trabajo”, lo que era verdad. Sin embargo no logré conmover a una de las gerentes que me dijo, con toda razón, que habían 600 personas en mi misma situación. Volví a mi lugar (el piso, las sillas estaban sold out) y esperé una hora más. La letra “D” había avanzado 8 números y todavía faltaban 60. Ahí fue cuando se me ocurrió el segundo intento desesperado, del cual no debería sentirme muy orgulloso. Me vi con las maletas encima, del viaje del que había llegado a la mañana, y busqué conmover a otro gerente, esta vez con algo…inexacto, por decirlo de alguna manera: “¡Pierdo el vuelo. Tengo que estar en 10 minutos en Ezeiza!”. Creo que la cara y el tono hizo un buen papel porque me llevaron a una caja y me atendieron al instante. Ya se. Está mal. Pero estamos en la ley de la selva y es el sálvese quien pueda. Como podría decir el dicho…«el que esté libre de pecado»…no sobrevivió en Argentina.
Hoy pasé por unas sucursales bancarias y la situación fue peor. En un momento varias entidades dejaron de vender antes de la hora de cierre. Argumentaron que se quedaron sin liquidez y que lo único que podían ofrecer era registrar la venta y hacer el depósito para poder retirarlo en efectivo la semana que viene. Las pantallas ya decían “65”, pero en algunos locales del microcentro ya ofrecían el billete deseado a “68”. El “blue” (libre) se acercaba a eso de las 3:00 a 76 pesos, pero ya se habían registrado operaciones a 80. El “contado con liqui” (operación para depositar el billete en el exterior) ya había pasado los 80 hacía varios minutos. Aunque todo esto es película repetida en Argentina, es la primera corrida con WhatsApp. La información es instantánea y cuando las papas queman, hay poco tiempo para un emoji.
“El volumen de hoy fue récord para el año en curso”, confirmó a los medios el agente de Corredores de Cambio, Gustavo Quintana. Desde las elecciones primarias, el Banco Central tuvo que ceder 22 800 millones de dólares, para que la divisa no se vaya más lejos.
¿Y el lunes?
Alberto Fernández sigue pidiéndole al Gobierno dos cosas incompatibles para ser realizadas al mismo tiempo: cuidar las reservas, pero también el tipo de cambio. En la Argentina del pánico, ya es irrelevante hasta la emisión monetaria: la caída de la demanda de dinero es enorme y, por lo tanto, hay riesgo de hiperinflación en cualquier momento. Si ante una eventual victoria del Frente de Todos pasado mañana, el Gobierno libera el tipo de cambio (para cuidar las reservas que todavía hay en el BCRA) el dólar se puede ir a las tres cifras automáticamente. Pero si se pone el candado en el Central (para cuidar la “lechuga”) y se deja que el mercado hable, el índice de pobreza e inflación mostrará el incremento que reprimirá el tipo de cambio oficial. Por ahora, varios analistas reconocieron el rumor de un posible feriado cambiario para el lunes 28 de octubre.
El problema es que la incertidumbre durará hasta que el nuevo Gobierno ponga sobre la mesa un plan económico que brinde algo de credibilidad y confianza. Si Macri consigue el milagro del balotaje, y aprendió finalmente (pagando muy caro) que el gradualismo no funciona, no podrá presentar un plan “ortodoxo” hasta triunfar en el balotaje. Pero si el que gana es Fernández, ahí el escenario tiene más alternativas. Si promete kirchnerismo puro y duro, termina de volar todo por los aires. Pero si decide mostrar algo de lógica, como debería, los problemas los tendrá dentro de su espacio político populista. Si Fernández tiene más ganas de ir hacia la ortodoxia menemista, en lugar del populismo cristinista (para el que ya no hay dinero), no podrá desarrollar ningún plan hasta que consolide su espacio de poder. Eso puede tardar algo de tiempo, algo que la Argentina no tiene.