Aunque hubo un momento en la historia en el que se habló del “milagro argentino” (después de la Constitución de Juan Bautista Alberdi) o del “milagro alemán”, luego de la Segunda Guerra Mundial (en una parte, claro), creo que habría que hacer mención a otro milagro contemporáneo: el paraguayo.
Hay que aclarar y reconocer que el crecimiento guaraní ha sido lento y que el país todavía sufre de varios problemas. La vigencia de la pobreza en lugares todavía postergados o la carencia de infraestructura de peso son algunas de las postales del país que, a grandes rasgos, se ha mantenido en la dirección correcta. Impuestos razonables, una deuda modesta y una macroeconomía prolija han consolidado un humilde crecimiento casi constante. La corrupción galopante, el paupérrimo nivel del debate político y el desinterés general en la discusión de las políticas públicas, hasta ahora, no han logrado doblegar a la hormiguita obrera exitosa de esta economía.
Paraguay se “jugó la vida” por última vez en el debate por la reforma constitucional cuando el expresidente Cartes cayó en la tentación de reformar la Carta Magna para quedarse un período más. El “milagro paraguayo” hizo que el debate coyuntural y las pujas por el poder terminaran enterrando el proyecto. La crisis y las protestas en aquella oportunidad, lamentablemente, cobraron la vida de un joven militante de la oposición.
Pero lo que fue milagroso es que en un contexto de nula valoración por las instituciones y de carencia total de comprensión de los incentivos que la reforma constitucional generaría, el proyecto haya quedado cajoneado. Solamente el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), que de liberal le ha quedado muy poco, hizo alguna referencia a la necesidad de “no retornar a la dictadura” asociando al Partido Colorado con Alfredo Stroessner. Pero ninguno de los que se manifestaron en contra del intento del expresidente en la política grande paraguaya estaba pensando en las instituciones de los Padres Fundadores que advirtieron sobre estas cuestiones.
En aquella oportunidad la pelota pegó en el travesaño, picó en la línea y salió. Sin embargo, hay muchas cuestiones que encienden las alarmas y dan a entender que Paraguay no puede vivir con la misma suerte siempre. Ya se aprobó una reforma impositiva para incrementar la recaudación fiscal y ahora se debate la posibilidad de incrementar el endeudamiento gubernamental, dos de las cosas que han tenido mucho que ver con el humilde pero concreto y sostenido crecimiento paraguayo.
Como argentino me resulta curioso y alarmante escuchar ciertos debates de la dirigencia y los formadores de opinión del país vecino. Aunque suene increíble, en más de una oportunidad los partidarios del Estado grande argumentan que “en Argentina la deuda es mayor” o que “los impuestos son más altos”… en Argentina, como si esto fuera ejemplo de algo.
Recientemente, unas declaraciones del exministro César Barreto, que advirtió que “el país puede terminar como Argentina”, reabrieron un debate necesario. Las palabras del exfuncionario llamaron la atención de los empresarios locales y de los comerciantes de las zonas limítrofes y de la capital, Asunción, acostumbrados a lidiar con el peso argentino (y su debacle) y con la realidad del otro lado de la frontera, que en muchos casos les afecta directamente.
Pero donde hay que poner la lupa y el foco es en una creencia que afecta a un sector de la política y de la opinión pública paraguaya. Lamentablemente, muchas personas consideran que, por ejemplo, si en Argentina los exportadores agropecuarios pagan altas retenciones, eso puede no ser tan malo. “Pero si en Argentina…” suele ser un argumento que se escucha usualmente en la política grande.
Aunque a simple vista Argentina siga pareciendo la potencia regional que Paraguay puede llegar a envidiar, no hay que confundir la foto con la película. La curva es clara: nuestro pasado es glorioso, pero el presente es continua caída y decadencia. El punto de partida de ellos es mucho más precario, pero la tendencia es en ascenso. Claro que en el mundo moderno las desigualdades parecen más escandalosas, pero no hay que perder el foco y lo importante. Levemente, los argumentos sobre “la concentración de la riqueza” y “la desigualdad” ganan terreno en el debate político paraguayo. La tentación de recurrir a la redistribución es cada vez más grande y la búsqueda de soluciones mágicas también. Lamentablemente, el ejemplo argentino parece no ser lo suficientemente claro.
Francamente me ha emocionado escuchar a muchos hermanos paraguayos manifestarse indignados por las palabras de Barreto que nos señalan como un desastre total. Ellos recuerdan constantemente que Argentina fue una vía de escape para muchos paraguayos excluidos que encontraron en el país vecino una oportunidad laboral y una vida digna. Pero aunque la foto actual diga que todavía hay muchísimos más paraguayos en argentina que a la inversa, lo cierto es que si miramos la big picture, vemos que la tendencia empieza a revertirse.
Si en algo puede contribuir Argentina es en mostrar el ejemplo de lo que, definitivamente, no hay que hacer. Lejos de enojarnos por la crítica realista y las advertencias que muchos paraguayos hacen sobre nuestra situación, como vecinos y socios no nos conviene que otros países de la región se sumen al club de la decadencia. Todo lo contrario.