Los más críticos del Gobierno de Alberto Fernández han llegado a animarse a calificar a la gestión actual como de “dictadura maoísta”. Aunque existan ciertas características teóricas muy puntuales como para hacer una analogía en el campo de las ciencias políticas, sobre todo luego de ciertas actitudes autoritarias durante la cuarentena, la cuestión nunca pasó de ser una humorada.
Sin embargo, hubo una declaración de las últimas horas del presidente argentino que no puede pasar desapercibida. Resulta que, justamente, sus dichos dejan en evidencia cierta estructura mental que, a la distancia, tiene una similitud con el marco teórico que Mao llevó al extremo: la planificación social centralizada.
Con respecto a los mayores índices de contagios de coronavirus en las zonas urbanas y el bajo nivel poblacional en diferentes sectores del territorio nacional, Fernández llamó a la reflexión:
“Argentina tiene un terreno vasto e inexplorado”. El presidente argentino aseguró que finalmente “hubo un montón de gente que vino del campo a hacinarse en la ciudad y muchos terminaron contagiados y muertos”, mientras que en las zonas menos pobladas del interior “ese riesgo era mínimo”.
Esta situación real que describe lo llevó a una reflexión que realizó en vivo desde una entrevista de radio: “¿No tendremos que pensar en volver a una cierta ruralidad?”, se preguntó.
La foto a la que hace referencia el jefe de Estado no admite cuestionamientos: hay mucha gente en las ciudades más pobladas y grandes áreas casi sin explorar. Sin embargo, no le corresponde a él ni al Gobierno meter mano para “arreglar” la situación en base a sus preferencias. Sobre todo, cuando el problema al que hace mención no es otra cosa que el resultado del intervencionismo estatal al que recurre sistemáticamente.
La distorsión estatal y la experiencia maoísta
Argentina, en sus años de esplendor, cuando se pusieron en marcha las ideas de Juan Bautista Alberdi en la Constitución Nacional, no atrajo extranjeros exclusivamente a la Ciudad de Buenos Aires. Si bien mucha gente eligió las zonas urbanas en los años de la gran inmigración, muchos recién llegados iban a trabajar al campo. El mundo que demandaba los productos agropecuarios argentinos requería una gran cantidad de mano de obra y miles de inmigrantes de todo el mundo eligieron el duro pero prometedor trabajo rural. De ahí vienen los “gringos” de la Pampa, los bodegueros mendocinos de raíces españolas e italianas y otros tantos ejemplos históricos a lo largo y ancho del país.
De haber seguido en el camino del crecimiento más vinculado al orden espontáneo, sin dudas Argentina hoy tendría una composición demográfica más equilibrada. Pero, con el correr de los años, del estatismo llegaron grandes distorsiones como el centralismo fiscal, que igualó la gran carga impositiva (que va hacia el gobierno federal que luego reparte) en todo el país. De esta manera, las industrias con capacidad exportadora, por ejemplo, buscaron salidas económicas cercanas al puerto. Por los mismos factores los fabricantes de bienes de consumo para el mercado local decidieron siempre establecerse en los alrededores de las zonas más masivas. Producir en el interior con las mismas regulaciones e idéntica carga fiscal les suma a los altos impuestos el costo del flete para el traslado.
No hay ningún motivo para explotar importantes recortes fiscales y facilidades burocráticas a las ciudades que más necesitan gente y trabajo. Sobre todo, a las que cuentan con mayor carga de empleo público improductivo.
Resumiendo, la conformación geográfica actual, que al presidente le molesta, es el resultado del Estado jugando a ser ingeniero social. Ni hablar de las distorsiones más recientes como las de los asentamientos de las denominadas “villas miseria”. La proliferación de las mismas es el resultado de lo mencionado anteriormente, a lo que se le agregó toda una serie de malas praxis gubernamentales: primero la permisibilidad ante la ocupación ilegal de terrenos y luego la promesa de “urbanizar” y dar títulos de propiedad a los ocupantes. Los incentivos perversos generaron el problema que vemos hoy, en las zonas más pobres que registran la mayor cantidad de contagios de COVID-19.
Para solucionar los problemas actuales de Argentina hay que comprender sus causas. Recurrir al dirigismo estilo Nicolae Ceaușescu para decir dónde tiene que estar la gente es un grave error. Lo que se necesita es ir en la dirección opuesta: abandonar estos delirantes índices de planificación centralizada que no hacen otra cosa que fracasar sistemáticamente.
La máxima expresión del dirigismo social desde el Estado ya mostró su resultado en la China de Mao. El llamado “Gran salto adelante” del líder comunista, que consistió en decirle a la gente dónde estar, qué producir y cómo hacerlo, según el dictamen oficial, se cobró entre 15 y 45 millones de muertos. Nadie dice que Fernández tenga en su cabeza el modelo chino ocurrido entre 1958 y 1961. Pero la historia argentina ya demostró que ir, aunque sea un poco, en estas direcciones, ya genera importantes problemáticas en la economía nacional. Las mismas se traducen en mayores índices de pobreza y exclusión. ¿Exageramos con la comparación? Puede ser. Pero por subestimar las consecuencias del estatismo, para el año que viene el país ya tendrá más del 60 % de los niños por debajo de la línea de pobreza.