En Argentina el día a día, además de mostrar el fracaso de la cuarentena peronista y el colapso de la economía, va dejando otras cuestiones llamativas, pero predecibles. Una de ellas es la recapitulación conceptual absoluta de los empresarios progresistas que apoyaron las restricciones del Gobierno, en pos de mantener la afiliación al espacio “políticamente correcto”. Lamentablemente, el progresismo argentino, lejos de tener un mínimo de criterio propio, sigue los mandatos kirchneristas y termina defendiendo cualquier cosa. Muchas veces contra sus propios intereses.
Uno de los casos más notorios fue el del gastronómo Roberto García Moritán. El empresario participó de un programa en abril, a un mes del inicio de la cuarentena, y criticó al economista Javier Milei, que no hacía otra cosa que advertir sobre las dificultades que iban a sufrir los restaurantes. En lugar de agradecer la deferencia, que no era otra cosa que anticipar lo inevitable, Moritán le pidió a Milei «aportar desde otro lado» y lo dejó, como se dice por acá, “de garpe”. No pasaron ni dos meses y el empresario cambió el discurso y apareció lamentándose en todos los canales por la falta de programa económico. «Todos estamos por cerrar», terminó diciendo cuando la realidad se le vino encima.
Otro caso más reciente es el de la panelista de Intratables, Ernestina Pais. Ella, al igual que Moritán, tiene un emprendimiento gastronómico, pero como su colega, eligió hasta hace poco el discurso oficial, por temor a desentonar. Como ocurrió con Milei, en este caso el destratado fue el analista Carlos Maslatón, que propuso ir a cenar en la clandestinidad al negocio de Pais y dejar buenas propinas, para colaborar con este momento complicado. Ella, indignada, prácticamente pidió la cárcel para el polémico influenciador liberal.
Pero evidentemente Ernestina ya tenía la soga al cuello y estaba esperando un nuevo protocolo urgente, que le permita volver gradualmente un poco a la normalidad para cubrir al menos los gastos que tiene su local. La normativa llegó pero, como toda indicación de la planificación centralizada, que no tiene idea de nada de lo que ocurre en el plano de la realidad, los términos son absurdos. Entre otras cuestiones inaplicables, la regulación autoriza al funcionamiento de las mesas en la vía pública, pero prohíbe el servicio en patios y terrazas dentro de los establecimientos. Además del sin sentido de la imposibilidad de usar los espacios a cielo abierto dentro de la propiedad, la cuestión del servicio en la calle tiene un dato no menor: en Buenos Aires ya no se puede comer en la vereda. No por una regulación gubernamental burocrática sino, por la realidad misma. Sentarse a disfrutar de una pizza en las calles de Palermo o sobre la Avenida Corrientes es sinónimo de sufrir un asalto, de que le arrebaten el celular, la cartera o la billetera. En el mejor de los casos, el comensal a lo sumo tendrá que lidiar diez o doce veces con molestos que vengan a pedir una porción “de onda y con todo respeto”.
Pero este protocolo que hizo estallar a la empresaria progre no es más que la continuidad de los dislates de la arbitrariedad política nacional y municipal. Uno ya comprende los motivos por los cuales los bancos siguen sin atención en cajas: no nos quieren dar nuestros pesos para robarnos con la inflación y evitar la corrida al dólar. No nos gusta, pero entendemos la maldad. Ahora, en la cuarentena del COVID-19 hay una serie de regulaciones que no tienen el más mínimo sentido, ni desde la perspectiva del daño y el saqueo estatal. Una de ellas es el horario reducido de los supermercados, que cierran sus puertas a las ocho de la noche, incluso los que antes trabajaban todo el día. El cuello de botella genera interminables colas desde las seis de la tarde, donde ancianos y personas vulnerables al coronavirus tienen que compartir filas y espacios reducidos con todos los demás, que tranquilamente podríamos ir a comprar a la una de la mañana con el negocio semivacío.
«¡No saben de lo que están hablando, no conocen! Detesto a los que gobiernan y no saben de lo que están hablando, por favor es una vergüenza», se quejó anoche la panelista.
¿Recién te das cuenta, Ernestina?