EnglishEvaluando la situación actual de los gobiernos de la izquierda radical en el continente, no cabe duda que el más beneficiado de todos ha sido el cubano. Los gobiernos de Ecuador, Bolivia y Nicaragua también han alcanzado muy buenos niveles de crecimiento y permanencia política, pero el régimen hoy presidido por Raúl Castro ha logrado aun más que ellos.
Además de mantener su dictadura en tiempos de transición y mejorar su siempre crítica situación económica, ha obtenido un poder y una influencia política regional sin precedentes.
Todo esto es en gran parte gracias al dinero y la sumisión política de los gobiernos venezolanos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, ya que fueron ellos quienes implementaron el proyecto de “integración revolucionaria” ideado por Castro en la década de 1960, y lo concretaron en organizaciones como la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA).
Por la cuantiosa ayuda otorgada a Cuba y a otros aliados internacionales, además de los pésimos y corruptos negocios llevados a cabo con los sectores públicos y privados de esos “amigos estratégicos”, Venezuela se encuentra atravesando la peor crisis económica y de endeudamiento de su historia moderna.
Sin tener las reservas suficientes ni las posibilidades de financiamiento que tenía en años pasados, ha pasado a ser el riesgo país más elevado del mundo, inclusive por encima de países como Argentina y Bielorrusia.
La recién finalizada II Cumbre Presidencial de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) efectuada en La Habana, demostró contundentemente hasta donde llega la influencia política del régimen castrista y el sólido apoyo que le brindan prácticamente todos los gobiernos latinoamericanos, los máximos representantes de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de las Naciones Unidas (ONU).
Ese apoyo internacional y su influencia política actual, se hacen igualmente evidentes con la recién adoptada política de apertura de la Unión Europea hacia Cuba.
A pesar de la intensa persecución política en contra de los disidentes cubanos, el Consejo de Ministros de Exteriores de la UE, acaba de acordar el inicio de negociaciones para un acuerdo de diálogo político y cooperación con Cuba sin incluir a los opositores. El objetivo es acompañar las reformas de Raúl Castro –que han sido escasas y lentas- y apoyar un supuesto mayor respeto a los derechos humanos que en la práctica es inexistente.
Sólo durante el mes de enero del presente año, se registraron en Cuba “más de 1.000 detenciones de opositores”.
Para colmo, la moderación política y cohabitación con el régimen dictatorial es lo que parecen querer y apoyar la mayoría de los pueblos de América y Europa.
Incluso en Estados Unidos, base del anti-castrismo, la mayoría de los estadounidenses –sean o no de ascendencia cubana– apoyan la normalización de relaciones comerciales y diplomáticas con Cuba, al tiempo que rechazan el embargo a la isla.
Según una encuesta reciente del Centro del Concilio Atlántico (Center of the Atlantic Council) para América Latina, el 56% de los estadounidenses encuestados respaldan la normalización y apertura económica hacia Cuba, alcanzando en el estado de la Florida un 63% de apoyo. Pero como bien dice Marc Caputo en el diario El Nuevo Herald, quizás la mayor sorpresa es que los encuestados de ascendencia cubana están rotundamente a favor de normalizar las relaciones: 79% en la Florida y 73% en el resto del país.
La posición política del ex dirigente republicano y ex gobernador de la Florida, Charlie Christ, está ganando adeptos y poniendo en jaque al Departamento de Estado y a miembros más conservadores del partido Republicano de los EE.UU.
En su opinión, “si en 50 años nuestra política (anti-cubana) no ha cambiado, no hay que pensar mucho. Vamos a cambiar la política. No queremos dejar que China sea una influencia en Cuba cuando Cuba está aquí al lado”.
Esta insólita permisividad con la dictadura castrista (que no hace más que fortalecerla), pone al descubierto la incapacidad de los gobiernos y sociedades occidentales actuales. Agobiadas por problemas internos en el ámbito económico, de seguridad y de gobernabilidad, ven erosionada su capacidad de creer en los sistemas democráticos, y por ende, de mantener una lucha contundente en contra de las dictaduras.
Las múltiples necesidades, problemas e intereses de las democracias del siglo XXI, las han llevado a ser cada vez más pragmáticas y egoístas, así como a “olvidarse” de los mandatos, valores y principios democráticos establecidos en sus constituciones nacionales y en las cartas internacionales que suscriben.
Lamentablemente, desde hace rato empezamos a vivir el fin de la histórica lucha democrática que con tanto orgullo y tesón encabezaron los Estados Unidos y Europa, especialmente durante el período de Guerra Fría del siglo pasado. Si continúan por este camino, al final–como hoy en la Cuba castrista– las dictaduras terminarán triunfando.