EnglishCuando se analizan las visitas de altos funcionarios de China y Rusia en América Latina, que en los últimos años han sido numerosas, por lo general se tiende a buscar primeramente sus trasfondos político-ideológicos. Seguidamente, a causa de la naturaleza de sus regímenes nada democráticos, se intenta identificar sus posibles estrategias en contraposición de los Estados Unidos y Europa. Pero por más que se busque, en las recientes visitas de los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin, lo más que se encuentra son intereses económicos. No obstante, esto no quiere decir que a través de ellos no fastidien políticamente a EE.UU. y al mundo occidental en general.
De allí que no era de sorprender durante la VI reunión del grupo de países emergentes BRICS los pasados 15 y 16 de julio en Brasil, Jinping y Putin expresaran un marcado interés en que el Fondo Monetario Internacional (FMI) fuese reformulado para que se torne efectivamente multilateral. Unas declaraciones propias de mandatarios que conforman un grupo permanentemente crítico a la supuesta hegemonía occidental y que —como bien dice el analista Federico Steinberg— “ha terminado por transformarse en un selecto club de potencias que (sólo) quieren cambiar la gobernanza económica global”.
Pero esta vez la iniciativa conjunta no ha quedado sólo en palabras de impacto político y mediático. Junto al resto de los líderes emergentes del BRICS —Brasil, India y Sudáfrica— los presidentes de Rusia y China impulsaron en la recién finalizada Cumbre de la organización, la creación de una nueva arquitectura financiera que contempla un Banco de Desarrollo con sede en Shanghai y un millonario fondo de reservas destinado a financiar grandes obras de infraestructura en América Latina. Y en la reunión con jefes de Estado de los 11 países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el presidente chino, ofreció US$35.000 millones de recursos propios para financiar proyectos en América Latina.
También cada uno de los mandatarios por su cuenta, en sus respectivas giras latinoamericanas, hizo lo suyo para lograr más que influencia política, negocios beneficiosos en una región que por muchos años se conoció como el exclusivo “patio trasero” de los EE.UU.
La gira de Vladímir Putin inició en Cuba y lo llevó también a Argentina, Nicaragua y Brasil. Haciendo valer su interés hecho público de aumentar las inversiones rusas en América Latina, en cada uno de esos países firmó numerosos acuerdos en los sectores de petróleo y gas, hidroenergía y energía nuclear, armas, en construcción de aviones y en biofarmacéutica. De estos países, Brasil es el principal socio económico de Rusia en Latinoamérica.
De tal forma, todo parece indicar que en sus visitas bilaterales Rusia buscaba fundamentalmente aliados entre los países con los que podía establecer relaciones económicas competitivas. Ello podría explicar el apresurado desmentido que Vladimir Putin haya ofrecido públicamente tras su paso por Cuba, en relación a informaciones periodísticas que apuntaban a que Rusia y Cuba habrían acordado la reapertura del centro de reconocimiento radiotécnico y radioelectrónico de Lourdes, de origen soviético, que fue cerrado en 2001. En verdad, lo más significante del viaje de Putin a la isla fue la condonación del 90% de la deuda cubana contraída en la época soviética y que asciende a más de US$35.000 millones.
Por su parte, la gira de Xi Jinping terminó en Cuba donde otorgó más créditos comerciales, lo que consolida su posición como en el mayor acreedor de la isla y el segundo socio comercial después de Venezuela. Antes había visitado Argentina y Venezuela, donde firmó contratos de créditos en dólares y de inversión de miles de millones de dólares. Con Venezuela, los chinos fueron especialmente generosos; con la firma de varios acuerdos otorgaron nuevos créditos por $5.691 millones y además dieron un total de $6.000 millones al llamado Fondo Conjunto Chino-Venezolano. Cabe recordar que Venezuela es el principal receptor de fondos chinos en Sudamérica, con $56.000 millones en los últimos ocho años, y que actualmente mantiene una deuda de $17.000 millones, que cancela en parte con petróleo.
No cabe duda de que los resultados de estas giras —muy en particular la del gobernante chino— le dieron a los países visitados, especialmente a Cuba, Argentina y Venezuela, una buena bocanada de oxígeno y los hicieron más dependientes económicamente de los “amigos” asiáticos. Lo de la influencia política vendrá después.