En las recién pasadas navidades del 2016, tuve la oportunidad de visitar la ciudad de México, anteriormente conocida como DF, Distrito Federal, y desde el 2016 por las siglas CDMX. Debo confesar que viajé con miedo y aprehensión. Son muchas las malas noticias que diariamente se leen en los diversos medios de comunicación social, sobre la capital y el país entero sobre todo en términos de inseguridad.
No era para menos. Como venezolana, espantada de los crecientes horrores del secuestro, los robos, las extorsiones, la corrupción, el comportamiento antisocial y la crisis generalizada que vive mi propio país, me daba pavor enfrentarme a los que vive México, principalmente los derivados de la droga y el crimen organizado.
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No soy yo sola la que manifiesta ese temor. De acuerdo a la última Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) de ese país, “el 2016 fue un año particularmente violento para México (el país entero), muestra de ello fue que la percepción social sobre inseguridad pública se mantuvo a la alza en los pasados nueve meses para llegar a 71.9 %, alcanzando su nivel máximo desde marzo de 2014 cuando llegó hasta 72.4 %. El oriente de la Ciudad de México se mantiene como una de las regiones que se perciben más inseguras” (http://www.elfinanciero.com.mx/rankings/las-ciudades-con-mayor-y-menor-percepcion-de-inseguridad-de-mexico.html)
No obstante, mi vista a CDMX fue toda una positiva sorpresa en ese sentido. No digo que la megalópolis no tenga sus graves problemas de inseguridad y de otros muchos tipos -que los tiene en cantidad, tan sólo pensemos en el tráfico y la corrupción- pero el problema real al que nos referimos no es tan generalizado como se percibe; se trata más bien de focos determinados de inseguridad, de zonas rojas, que se encuentran muy bien identificadas por los agentes de seguridad.
De modo que en general, y particularmente las áreas turísticas, la ciudad de México es bastante segura si la comparamos con otras capitales latinoamericanas, ni hablar de Caracas. No es, para nada, la urbe más violenta del continente, como algunos creen.
La verdad es que da pena que el notable esfuerzo de preservación y cuidado que tiene el CDMX turístico, el cual se hace visible en la visita a cada museo, monumento, pirámide, iglesia, vecindarios y calles, todo esencialmente limpio, muy bien cuidado y seguro, en buena parte se pierda por la percepción globalizada de la inseguridad en ese país. Porque la etiqueta de México como país peligroso es, lamentablemente, es automática y ya casi imborrable.
No estuve allí durante la reciente ola de protestas, saqueos y violencia callejera desencadenada por la subida de los precios de la gasolina, pero durante mi visita no dejé de ver protestas en el centro de la ciudad, en particular una que partió del Ángel de la Independencia al Zócalo donde se encuentra el Palacio Nacional, debido al malestar de una ciudadanía que afronta, como reconoció el propio presidente Enrique Peña Nieto, “un año complejo y repleto de desafíos” y que, tras la necesaria política de ajustes gubernamental y la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU, está cada vez más en riesgo de entrar en una grave recesión.
Pese a ello, las áreas turísticas de la ciudad han continuado fuertemente protegidas por los agentes policiales y por los mismos mexicanos que mantienen una actitud de alerta. Porque otra de las cosas que se percibe allí es un significativo respeto y amabilidad a los turistas extranjeros y de otras partes del país. Se siente en la población orgullo por su capital y una fuerte conciencia de la importancia que tiene el turismo para el interés nacional. De hecho, millones de ciudadanos viajan de manera segura a México cada año por razones de negocios, estudio o turismo.
Numerosas críticas se le pueden hacer al gobierno actual, pero pocas en el área turística. Es obvio que la Secretaria de Turismo del gobierno mexicano ha tenido a la seguridad como una preocupación muy importante y la ha atendido bien; al tiempo, ha realizado un esfuerzo de concientización del tema, haciendo entender a propios y extraños que el turismo es un verdadero motor de desarrollo para el país.
Así, hoy en día, esa preocupación por el tema es compartida con todos los colectivos que intervienen en el sector del turismo y, en consecuencia, se ha logrado no sólo la seguridad de los viajeros, visitantes y clientes de las empresas turísticas, sino también la de los empleados de estas últimas y de la población anfitriona.
Es de esperar que la dura situación económica, política y social que se avecina en ese hermoso país, no haga mella en el esfuerzo realizado y que México continúe siendo la potencia turística que ha logrado ser, alcanzando en el 2016 el décimo lugar de los países más visitados del mundo, según el más reciente reporte de la Organización Mundial de Turismo (OMT).