No cabe duda de que en los últimos días Venezuela se halla en el ojo del huracán político internacional. El caso venezolano se ha internacionalizado. Ello, mientras el régimen de Nicolás Maduro se apresta, contra muchos pronósticos, a implantar, a trancas y barrancas, una Asamblea Nacional Constituyente que reformará la Constitución que el país erigió apenas llegado al poder Hugo Chávez, en el ya lejano 1999, y que ha colocado al país como una nueva ficha en el ajedrez internacional que juegan las grandes potencias.
Para nadie es un secreto que la posición geopolítica de Venezuela, así como sus inmensas reservas petroleras – aun cuando en la actualidad posee una industria mermada por la incompetencia y corrupción de sus dirigentes – convierten al país en una muy apetecible pieza que está jugando un importante rol dentro de las estrategias de los grandes de la política internacional, léase Estados Unidos, Rusia y China.
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Desde esa perspectiva es que se puede englobar las informaciones provenientes de los Estados Unidos, según las cual la administración de Donald Trump estaría estudiando las posibles sanciones financieras y económicas que aplicaría a Venezuela de continuar los planes de Nicolás Maduro respecto de la imposición de la Asamblea Nacional Constituyente, sanciones que podrían llegar incluso a un embargo petrolero.
Si bien desde la administración Obama, Estados Unidos ha venido reduciendo su dependencia de las importaciones petroleras, tanto del Medio Oriente como de Venezuela, sigue siendo un comprador importante de petróleo venezolano. En la actualidad Venezuela vende unos 700.000 barriles diarios de crudos, fundamentalmente pesados, a los Estados Unidos, a través de su empresa Citgo, y compra entre 100.000 a 200.000 de productos livianos a empresas norteamericanas para solventar sus fallas, tanto en el mercado interno como en sus compromisos internacionales.
Todo ello podría verse en riesgo si el gobierno de Trump decide aplicar sanciones económicas al país que incluyan el sector petrolero.
Necesario es mencionar también que Venezuela siempre ha tenido un papel importante para los Estados Unidos por su posición geográfica, cercana al territorio norteamericano, al norte de América Latina, frente al Mar Caribe y con gran influencia en todos los países de la cuenca caribeña.
Por su parte la Rusia de Putin ha venido acercándose cada vez más a Venezuela desde tiempos de Hugo Chávez, con quien compartió, además, afinidades ideológicas. Hoy por hoy Rusia es un importante socio petrolero de Venezuela. A través de la estatal rusa Rosneft ha firmado numerosos acuerdos para explotación de petróleo y gas, acuerdos que a su vez no tienen el aval de la Asamblea Nacional, por lo que su legalidad no está asegurada.
No todo se queda allí, pues es de todos conocidos que el régimen de Maduro, a raíz de sus cuantiosos problemas económicos ocasionados por la corrupción y la merma en sus ingresos petroleros, debió recurrir a financiamiento ruso, para lo cual puso como garantía a la mitad accionaria de la empresa venezolana Citgo, asentada en los Estados Unidos.
De igual manera, Rusia otorgó recursos a PDVSA a cambio de elevar la composición de acciones en la empresa mixta Petromonagas, lo cual tampoco tiene el aval de la Asamblea Nacional, requisito impuesto por la Constitución venezolana que ahora Maduro busca reformar a su conveniencia. Ya entendemos por qué, entre otras razones.
Todo ello sin mencionar las compras de armamento ruso por parte del régimen de Maduro, lo que permite hacerse una idea de los cada vez mayores intereses del gobierno de Putin en Venezuela y por qué el país está jugando un importante rol en la geopolítica internacional.
No deja de llamar la atención que con motivo del Día de la Independencia de Venezuela, el pasado 5 de julio, Putin envió un mensaje a Maduro donde afirmó: “Reciba las más sinceras felicitaciones con motivo de la fiesta nacional. Las relaciones ruso-venezolanas tienen un carácter estratégico. Nuestros países han acumulado una notable experiencia en cooperación en ámbitos muy diversos”.
Si a todo ello agregamos que el gobierno chino ha hecho también grandes inversiones y préstamos por más de USD$ 40 mil millones, lo que cuadruplica las actuales reservas internacionales venezolanas, permite visualizar qué es lo que se juega en Venezuela con Maduro y su imposición de Asamblea Nacional Constituyente.
Con este panorama no es muy temerario afirmar que lo que ocurra en Venezuela en los próximos días, de imponerse los planes de Maduro, tendrá una repercusión internacional que va más allá de las terribles consecuencias para la situación interna del país. Venezuela es hoy una ficha importante en el ajedrez internacional y lo que al respecto haga los Estados Unidos no será indiferente para China ni para Rusia, que tienen intereses políticos, estratégicos y económicos en el país y no se quedarán de brazos cruzados.
El gobierno de Donald Trump debería actuar en forma unilateral rápido y firmemente, haciendo valer la influencia que históricamente tiene en América Latina, Europa y el mundo occidental. Ya ha perdido mucho tiempo en vacilaciones diplomáticas y tratando de actuar conjuntamente con otras naciones, que ni siquiera han logrado ponerse de acuerdo en la OEA para evaluar la situación venezolana. El multilateralismo tiene sus limites.
Si EE.UU no actúa en contra del régimen militarista contundentemente –no necesariamente con una intervención militar, sino utilizando el abanico de acciones que le ha presentado un grupo bipartidista de congresistas de su país-, Rusia y China, en concordancia con Cuba, si lo harán sin ningún escrúpulo, sin temer a que los tilden luego de imperialistas, como siempre lo han hecho.