Es lunes 24 de julio. Luego de meses de protestas, en los que la dictadura de Maduro ha expuesto su lado más feroz y criminal, ha iniciado la semana más crucial de la historia contemporánea de Venezuela.
Si bien la rebelión ciudadana empezó debido a la imposición dictatorial del régimen chavista a través de la dilapidación completa de cualquier alternativa democrática; en medio de la coyuntura, con el fin de imponer la agenda, Maduro convocó a una Asamblea Nacional Constituyente para este domingo 30 de julio.
La intención era clara: el dictador estaba buscando que la oposición venezolana, en las calles, desviara todos sus recursos a combatir una convocatoria arbitraria. Pero además, el régimen buscaría acelerar su propósito de años: terminar de consolidar un régimen totalitario. Eso fue el primero de mayo de este año.
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Ahora, el día está cerca. Este 30 de julio se impondrá la Asamblea Nacional Constituyente, aquel mecanismo que reformaría completamente el Estado y lo moldearía para la instauración del totalitarismo. Y la oposición se enfrenta, de esa manera, al reto más grande de su trayectoria: frenar el desarrollo de lo que, hasta ahora, parece inevitable.
La República —o el vestigio de ella— parece agónica. Toda la sociedad venezolana se encuentra a días de que los últimos restos de libertad sean socavados. Este domingo se terminaría de derogar todo por lo que alguna vez se luchó.
Pero el escenario no es tan deprimente. La Constituyente es lo último que le queda a Maduro en todo los sentidos; y, sin embargo, no es su mejor opción.
La imposición de un proceso que dilapide el orden republicano solo terminaría en la aceleración del desmoronamiento total de un régimen que no tiene nada que ofrecer, más que violencia y destrucción. Eso porque toda una sociedad se ha erigido en las calles; dispuesta a convertirse en guardiana de la República y dispuesta a defender cada rastro de libertad. Además, hoy la complicidad internacional que por años gozó el chavismo no existe; hay, en cambio, toda una comunidad alerta —y con poca tolerancia.
Pero hemos llegado al punto en el que cada porción del régimen está tan vinculada al desarrollo de la Constituyente, que su sacrificio es, a estas alturas, impensable. La dictadura ya está comprometida en la intención de destruir al país y, aunque esto acelere su ineludible salida, debe seguir.
Y la oposición tiene el reto más grande de su historia. Ninguno de los escenarios favorables para el país se pueden dar si no se ejerce la presión adecuada. Es ahí cuando la dirigencia y la ciudadanía deben asumir su responsabilidad, estar a la altura y darlo todo en una semana en donde se disputa la existencia y la libertad.
La salida de la dictadura es inminente, de eso no hay duda. No obstante, la aprobación de la Asamblea Constituyente podría derivar en que el conflicto escale de manera sustancial y aumente el dramatismo y la tragedia. Eso, a demasiados actores, no le conviene. Pero dependerá mucho de lo que sea capaz de hacer la sociedad civil en estos días.
Empieza en Venezuela la semana más crucial de su historia contemporánea. Es momento de que cada ciudadano se comprometa fielmente con el rescate de la libertad. Cada ciudadano debe asumir su papel pertinente en este proceso que busca detener la derogación de la República.
La dictadura lo dará todo; de este bando así debe ser. Se ha vuelto una responsabilidad cívica impedir la acentuación de una tragedia cuyo costo ya ha sido inmenso.
A estar alerta y a prepararse para los fuertes días que vendrán. Pero sobre todo, a prepararse para el recibimiento de la libertad.