El 16 de julio más de siete millones de venezolanos lo dijeron claramente. Ese día la ciudadanía entera ejerció el civismo, de una forma sublime, para expedir un mandato y dar apoyo a una ruta esbozada para lograr el rescate de la libertad.
Estaba claro que debía conformarse un Gobierno de unidad nacional a través de la renovación de todos los poderes públicos de manera simultánea, acompañar eso con una etapa de protestas sin precedentes y forzar, de esa manera, la transición a una Venezuela libre. La ciudadanía gozaría, además, con todo el respaldo de la comunidad internacional para llevar a cabo acciones temerarias y pertinentes.
Sin embargo, eso jamás ocurrió. La fase de protestas terminó convirtiéndose en una dilatación eterna de convocatorias para, al final, cancelar dos marchas masivas y cambiarlas, de esa forma, por otros métodos de protestas que ya habían perdido el respaldo de la ciudadanía. Se designaron magistrados —que luego fueron desamparados— solo para complacer a toda una ciudadanía que lo exigía. Hasta ahí llegó el mandato expedido por millones de venezolanos. Aquella ruta trazada acertadamente para lograr lo que se aspira, fue cancelada.
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En cambio, entró en el escenario el insensato e inoportuno debate sobre la participación en unas elecciones regionales planteadas por la dictadura. Solo un día después de que el Consejo Nacional Electoral consumara la aniquilación del sistema republicano, algunos dirigentes de la oposición plantearon la posibilidad de acudir a un proceso orquestado por el mismo árbitro criminal.
Bajo el argumento de la recuperación de ciertos espacios, algunos están dispuestos a prestarse para el más vil y cínico engaño que ha padecido Venezuela en toda su historia contemporánea.
En sesión el Parlamento denunció, acertadamente, la ilegalidad de la Asamblea Nacional Constituyente. Luego, el Consejo Nacional Electoral —que ya carecía de legitimidad debido a que el período de los rectores está vencido— se subordinó y juramentó ante la misma ilegal y criminal Constituyente. Esta, a petición del «constituyentista» Earle Herrera, decidió adelantar las elecciones regionales para octubre de este año. En consecuencia, las elecciones regionales son, ahora, tan ilegales como lo fue la del pasado 30 de julio.
La coherencia es sustancial en política, y la falta de esta ha dilapidado la confianza de la ciudadanía en quienes pretenden colaborar con la abolición del sistema republicano.
Participar en las elecciones regionales, el simple hecho de inscribir candidatos, se vuelve un acto de connivencia impúdico y, realmente, ¿para qué? ¿Para elegir gobernadores? Las consecuencias de participar o no en esas elecciones trascienden por mucho la elección de algunos funcionarios. El objetivo hoy es el rescate de la libertad, y, como muy bien señaló el honrado dirigente de Voluntad Popular, Roberto Smith, “las elecciones regionales no nos conduce a ello”.
Quienes están del lado de la ciudadanía comprenden que esto no es una lucha por ganar espacios, sino por recuperar la liberta del país. Quien pretende ganar espacios, hoy, está apostando a la cohabitación. A la prolongación de la agonía, y ello es criminal. Intolerable, además, porque los espacios no son defendidos con la firmeza pertinente. Lamentable porque hay toda una ciudadanía expectante.
Sin embargo, eso no es lo peor: en el enfermizo intento de responder a todo proceso electoral con el fin de conquistar espacios, se está dispuesto a avalar la derogación de la República.
El único espacio que importa es Venezuela. El único que debe rescatarse es el de la República que dinamitó la Constituyente de Nicolás Maduro; y para ello se trazó la ruta respaldada por toda una ciudadanía el 16 de julio.
Aún con el triunfo inminente de octubre en las regionales —porque nadie duda de que somos mayoría—, el régimen habrá ganado. Necesitan con desesperación que se le brinde legitimidad al descarado proceso del 30 de julio para avanzar con las arbitrariedades que están dispuestos a ejecutar. Necesitan con desespero que mengüe la condena internacional; y eso solo se lograría exponiendo la incoherencia en esta batalla por rescatar la libertad.
No existe tiranía, que permita la democracia. El voto es solo un instrumento, válido por supuesto e indispensable para garantizar la estabilidad democrática; pero una vez se aniquile el sistema, este carece envergadura. En Corea del Norte se vota; también en Zimbabue y en Cuba. Pero no se duda que son regímenes tiránicos porque no existe alguien dispuesto a avalar tal cinismo.
Incluso con una contundente victoria en octubre, será el régimen quien conquiste el verdadero y significativo triunfo. Cada voto, cada candidato y cada logro de ese día será, a partir de ese momento, parte esencial del sistema totalitario que se está implantando en Venezuela.
En una conferencia, el siempre oportuno filósofo Slavoj Žižek, echó un chiste —un estimado amigo, Gabriel Antillano, me remitió al momento—. El filósofo estaba hablando de la nueva izquierda, el fracaso constante y contó: “En la Rusia del siglo XV ocupada por mongoles, un granjero y su esposa caminan a lo largo de una carretera polvorienta. Un guerrero mongol en un caballo se detiene a su lado y le dice al granjero que ahora violará a su esposa”. “El mongol entonces añade: ‘Pero como hay tanto polvo en el piso deberías sostener mis testículos mientras violo a tu esposa para que así no se ensucien’. Después de que el mongol termina su trabajo y se aleja, el granjero empieza a reírse y a saltar de alegría. La esposa, sorprendida, le pregunta: ‘¿Cómo puedes estar saltando con alegría cuando acabo de ser brutalmente violada?’. El granjero, responde: ‘¡Pero lo engañé! Sus testículos están llenos de polvo”, culminó Žižek.
Una victoria pírrica la del granjero. Es un chiste, también, completamente pertinente. En octubre la Mesa de la Unidad celebrará por haber dejado al régimen llenarse los testículos de polvo; pero, mientras, la dictadura habrá violado a la mujer.