
Algunos aseguran, con ingenuidad, que los venezolanos padecen las políticas de un Gobierno ineficiente. Insisto: no es así. Al final se trata de un libreto. Guion ensayado e impuesto a la fuerza en otras naciones. Y los resultados son los mismos: la más criminal miseria y el más cruel autoritarismo.
Existen otros elementos inéditos que ciertamente se deben agregar a la fórmula, pero aparte del terror inculcado a una población —a través del narcotráfico, las mafias y la altísima delincuencia e impunidad—, es imperdonable la desidia a la que se ha sometido a la fuerza a una sociedad.
Sobre esto ya he escrito y pienso que se debe resaltar: el Gobierno de Nicolás Maduro no es ineficiente, es criminal. De lo contrario se alzaría una suerte de impunidad histórica que nos permitiría, en un futuro, mostrar señales de condescendencia con el régimen más terrible que se ha impuesto sobre Venezuela —solo porque estos tipos fueron, presuntamente, incapaces. ¡Pobres!—.
La declaración más reciente del ministro de Salud, Luis López, es otra muestra, dramática, de la dantesca perversión de un régimen cuyo único fin es someter a una población entera a la miseria. “Aquí nadie se arrodilla ante el imperio y mucho menos va a permitir que esta derecha imponga una supuesta ayuda humanitaria cuando nuestro pueblo está siendo atendido por el presidente Nicolás Maduro”, dijo López desde la capital de un país en ruinas.
Hace poco vi, a través de Twitter, un testimonio estremecedor y, al mismo tiempo, aterrador: una mujer publicaba un video el pasado 12 de noviembre. En el audiovisual solicitaba —suplicaba— que se le brindara auxilio a los pacientes renales. “Perdí mi riñón por falta de medicamento (…) No recibía mi medicamento desde hace tres meses (…) Me siento que perdí la vida. Y muchas transplantadas han perdido la vida. Esa era la esperanza de nosotros (…) Nos están quitando la vida”, decía Belkis Solorzano la mañana del 12 de noviembre. A las pocas horas falleció.
Como Solorzano son muchos. Cada día los testimonios abruman y exponen una dramática realidad: Venezuela muere, por falta de medicinas, de comida y por los altos precios. Los venezolanos mueren. A los niños la desnutrición los devora —según la organización Caritas al menos 300.000 corren el riesgo de ser asesinados por la Revolución (desnutrición)—. Y el que no muere, pues implora la muerte: “Cuando un accidente lo dejó cuadripléjico hace 12 años, Marco quería morir. Pero sobreponiéndose a la adversidad se casó y adoptó una niña. Hoy, desesperado porque le faltan antibióticos, sondas y comida en una Venezuela en crisis, pide la eutanasia”, se lee en el diario El Nacional en una nota del 25 de octubre. Coyuntura inédita. La vida, bajo la desgracia socialista, se hace invivible… indeseable.
Y, mientras todo esto ocurre, mientras la desnutrición infantil es de alrededor del 68 %, la escasez de medicinas del 90 %; la de alimentos de más del 70 %; la impunidad, 98 % y la inflación del 1.400 % en 2017, Nicolás Maduro abandona miles —75.000— de medicinas donadas por Caritas a Venezuela; las deja vencer —o las roba para que las administre el Estado—. Entonces, mientras en el país se impone la más cruel penuria, el ministro de Salud niega la ayuda humanitaria que imploran los que mueren.
Por supuesto que es apropósito. El totalitarismo necesita imponer la sumisión. La siempre acertada filósofa alemana Hannah Arendt señaló en su imprescindible libro Sobre la violencia, una afirmación lapidante: “Los hombres pueden ser manipulados a través de la coacción física, de la tortura o del hambre”. No obstante, es mucho más alarmante lo que señala en su magnum opus Los orígenes del totalitarismo, ya que no solo le atribuye al hambre la característica de herramienta para poder controlar, sino que también le atribuye su uso a los regímenes totalitarios de izquierda, como el impuesto en la Unión Soviética.
Arendt no ha sido la única. El diplomático y escritor italiano Nicolás Maquiavelo afirmó en su esencial escrito de doctrina política, El príncipe, que la miseria de los Estados es una forma realmente eficiente de mantener el control. “Hay tres maneras de mantener el dominio de los Estados conquistados y que antes vivían en libertad con leyes propias. La primera, arruinarlos”, escribe Maquiavelo. Más adelante, señala que “en verdad, no hay medio más seguro de posesión que la ruina. Y quien se adueña de una ciudad libre y no la aniquila prepárese a ser aniquilado por ella, porque esta tendrá siempre como enseña de rebeldía su libertad”.
Son muchos los que han escrito sobre la miseria, la destrucción y el hambre como mecanismos de sumisión y control. Pero, además, descuella la depravación. Vil perversión de un régimen cuyo ministro de Salud, sabiendo que las gentes se mueren, afirma desde la televisión estatal que la ayuda humanitaria jamás vendrá. A los que agonizan, agonizarán. A los que no, sus familiares sí lo harán. Que no haya esperanzas.