
En Venezuela se pueden contar al menos cuatro procesos de diálogos entre la dictadura de Nicolás Maduro y los representantes de la oposición oficial venezolana en los últimos cuatro años. Todos, inertes. Infructuosos. Pequeñas victorias para el régimen. No para la sociedad que tuvo que presenciar las parodias y los engaños.
Tiempo, apoyo y una careta fue lo que ganó Maduro en las estériles reuniones. La dirigencia presuntamente opositora se desvió, dilató estrategias pertinentes e ilusionó a una sociedad. Al final solo fueron terribles derrotas para una causa legítima.
Todos estos procesos fueron impulsados en su momento por actores destacados de la comunidad internacional. Factores empecinados en forzar una pantomima que jamás trascendería. En 2014, El Vaticano y Unasur. Luego, algunos países de la región secuaces del chavismo —Nicaragua, República Dominicana, Bolivia, etcétera— y el expresidente español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Pero aunque muchos no participaron directamente en el intento de patrocinar el diálogo de los canallas, sí hubo el orfeón de cheerleaders del mundo en respaldo a los encuentros. La administración de Obama con su emisario Thomas Shannon; la Unión Europea. Los países del mundo consideraban, hasta el año pasado —cuando la sensatez dominó a las naciones occidentales y se dieron importantes cambios de mando en la región—, que el diálogo era la alternativa más sensata para resolver la crisis en Venezuela.
Ahora los ciudadanos de Nicaragua deben confrontar una reacción inaceptable similar de la comunidad internacional: frente a la criminal represión del régimen de Daniel Ortega —que ha expuesto su claro talante autoritario y su avidez de sangre joven—, las naciones del mundo han optado por sugerir la inepta estrategia que solo favorecería a los sandinistas.
Ortega ruega por un diálogo con la disidencia. Lo necesita. “Estamos confirmando nuestra disposición de retomar ese diálogo abierto”, dijo la vicepresidenta, portavoz, primera dama y tantas cosas más de Nicaragua, Rosario Murillo. España coincide. También Estados Unidos, Alemania, Canadá y, por supuesto, el papa Bergoglio.
“Esperamos del Gobierno de Nicaragua un total y pronto esclarecimiento de las circunstancias en que se han producido estas mueres”, se lee en un comunicado del Ministerio alemán de Asuntos Exteriores. Luego, apunta que la decisión de Ortega de retirar las reformas sociales “es un paso en dirección al diálogo en el que deben participar todos los sectores sociales”.
“Demandamos que todas las partes involucradas resuelvan la situación con un diálogo pacífico incluyente para proteger los derechos y seguridad del pueblo nicaragüense”, dijo la ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Chrystia Freeland en un comunicado.
Estados Unidos, por su parte, reiteró a través de su subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Francisco Palmieri, que condena la violencia en Nicaragua, pero continúa “instando al respeto por los derechos humanos y la necesidad de un diálogo amplio para resolver el conflicto”.
We reiterate our condemnation of excessive police violence in #Nicaragua, given last night’s events. We continue to urge respect for human rights, and the need for broad-based dialogue to resolve the conflict.
— Brian A. Nichols (@WHAAsstSecty) April 23, 2018
Lo del papa fue la guinda. Pidió que “las diferencias se resuelvan pacíficamente y con sentido de responsabilidad”. Así. Paz y “fin de la violencia”. «Diferencias», como si se tratara de un conflicto de pareja.
Una venezolana activa en las redes sociales, presuntamente miembro de la resistencia contra Maduro, Mónica Corrales, escribió al respecto: “¿Diferencias? Tal parece que quien no ha aprendido a diferencias entre tiranos y oprimidos, es él… Menos a evaluar su propia responsabilidad”.
Lo de Bergoglio ya es inútil debatirlo. Su agenda definitivamente no corresponde con la causa por la libertad en la región. Pero los otros países, que han asumido una postura mucho más racional ante el dictador chavista, no deberían cometer los errores del pasado con los nicaragüenses, que merecen el apoyo hoy como nunca.
Quizá la experiencia venezolana genera un pánico inconveniente hacia la palabra diálogo; pero esa misma experiencia también ayuda a dilucidar el panorama y la verdadera naturaleza de los estafadores socialistas.
En Nicaragua van pocos días de protestas y más de 20 asesinados. Los criminales de Nicaragua se muestran más ávidos de muerte que los de Venezuela. Frente al ejercicio del civismo en las calles de Managua, el régimen responde como lo hacen los de la misma corte criminal: con barbarie. Matando. Así son ellos. Así son los de acá y los de Cuba.
La comunidad internacional debería aprender del drama venezolano para saber las diferencias entre los tiranos dispuestos a matar cómo y a quién sea a cambio del poder, de aquellos déspotas que pueden ceder en una mesa si se sirve un buen whisky. No se trataría de descartar la diplomacia —como sugiere un funcionario ruso que ahora citan por ahí a cada rato—, sino de acomodarla para responder a estos asesinos que representan al socialismo del siglo XXI y al fidelismo; y que insisten en no abandonar ese terrible proyecto que por años sometió a la región.
Ortega en Nicaragua ahora quiere apelar al "diálogo" de la misma manera como lo hizo Maduro en Venezuela para distraer y correr la arruga del descontento.
— Hugo Santaromita (@HugoSantaromita) April 22, 2018