Jesús “Chúo” Torrealba ha tenido la difícil tarea de coordinar a la oposición venezolana, con sus tendencias centrífugas, durante los últimos dos años. Y ha superado la labor con éxito notable, llevándola a su más contundente éxito político.
El secretario general de la Mesa de la Unidad Democrática conversó con PanAm Post sobre la situación de Venezuela en un día en el que había, al menos, diez protestas en curso en Caracas. La angustia se hace notar en sus respuestas.
¿Cómo está el país y como están los tiempos de la realidad en relación con los tiempos de la política?
El 6 de diciembre, en las elecciones parlamentarias, algunas voces del oficialismo quisieron demeritar el triunfo de la oposición diciendo que “no ganó la MUD, ganó el descontento”. Y yo les digo hoy: Tienen razón. El partido más grande de este país en este momento es el partido del descontento. Ese descontento se profundiza y se expande: el partido de los descontentos tiene el sello de una mayoría enardecida. No se trata solo de la cantidad de protestas, sino de la vehemencia que las acompaña. El martes, Caracas vivió una jornada de protestas de punta a punta, con unos elementos importantes (y preocupantes) de violencia social. Hay datos de la realidad del país que son preocupantes.
Uno de ellos es que en el país, según el Observatorio Venezolano de la Violencia, hay 20 millones de armas ilegales. Curiosamente, esas armas nunca se quedan sin balas, que en una proporción muy importante son fabricadas por el Estado venezolano. Pero a ningún antisocial le faltan balas en este país. Hemos presenciado, en los sectores populares de Venezuela, batallas de horas de duración.
Y digo todo esto porque me genera angustia la manera como el Gobierno está intentando construir su supervivencia en medio de esta crisis. El Gobierno cree que puede sobrevivir estirando cronogramas y retrasando con argumentos leguleyos el derecho del pueblo venezolano al referendo revocatorio. Lo que pueden es hacer insostenible la presión de esta caldera.
¿No es previsible que el descontento pase por encima de todo en los próximos días o semanas?
Eso no lo puede prever nadie. Pero imaginarse esto como una reedición de lo que sucedió en 1989 podría generar el que, si llegara a producirse ese desbordamiento, no haya estructura jurídica, política ni institucional (que sí las había hace 27 años) para contener o encauzar esto.
La crisis, hoy, es mucho más grave y el Estado es muchísimo más frágil. Lo que procede, por instinto de supervivencia, es que los actores políticos concerten una manera de transitar hacia la recuperación, y que esta crisis encuentre cauces sin pasar por las alcabalas de la violencia.
Hay gente que habla con ligereza del tema de la violencia. Quienes hemos tenido conocimiento cercano de situaciones como las vividas, por ejemplo, en Centroamérica, sabemos lo banal de quienes dicen “aquí tiene que pasar algo”. ¡No, chico! ¡Aquí tenemos que construir una solución, no que pase algo!
¿No cree usted que aquí la gente ha sido paciente ante esta situación y que más bien el recuerdo del “Caracazo” es un muro de contención para que no se desborde la violencia?
La única fortaleza del Gobierno es su capacidad de desarrollar violencia, ya sea violencia institucional o física.
Creo que el pueblo venezolano tiene un costoso y valioso aprendizaje de lo que es el impacto de la violencia en la vida pública, y eso no viene solo del 27 de Febrero, sino de una larga experiencia. Del 27 de febrero de 1989 la gente sacó el aprendizaje de que cuando se producen saqueos en un barrio, ese barrio se queda sin establecimientos comerciales por mucho tiempo, porque nadie vuelve a invertir allí.
Y eso se vivió hace una semana en Carapita, un sector pobre del suroeste de Caracas, cuando fue la propia comunidad la que frenó a un grupo de gente que quería agredir comercios. Mientras el pueblo llano sabe lo costosa que es la violencia y atiende a las convocatorias por la paz, vemos a grupos de otros ámbitos que se prestan con ligereza a la retórica violenta.
Cuando habla de la banalización de la violencia, ¿está pensando en el sector más radical de la oposición?
Me refiero a grupos intoxicados por la retórica política violenta, que sustituyen el conocimiento y el respeto al pueblo venezolano por un concepto idealizado que tienen del pueblo; y como esa idealización no se corresponde con la verdad, terminan insultando al pueblo, llamándolo cobarde o sumiso. Se trata de la oposición más radical, pero también de quienes en el oficialismo creen que la no respuesta del pueblo venezolano frente a esas agresiones es resultado de la cobardía. A ambos les digo que están muy equivocados. Eso expresa una sabiduría popular.
Más allá de las encuestas, que dicen que 90% del país quiere cambio pacífico, tienes la realidad de las convocatorias. Si tú convocas al pueblo a votar, a firmar, hay presencia masiva en las calles. Pero si les dices “vamos a caernos a golpes en el centro de Caracas, porque nosotros si podemos pisar el centro”, solo te acompañan las vanguardias de los partidos políticos, una asistencia reducida, disciplinada. El pueblo no asiste, y no asiste porque sabe que a un cambio pacífico se llega a través de formas de lucha pacíficas.
¿No se aprovecha de eso el Gobierno para ganar tiempo?
Por supuesto. El Gobierno necesita que la oposición desarrolle una estrategia que le suba al ciudadano el costo de la protesta y que le baje al Gobierno el costo de la represión. La única fortaleza del Gobierno es su capacidad de desarrollar violencia, ya sea violencia institucional (como la que ejerce a través del Tribunal Supremo de Justicia o del Consejo Nacional Electoral) o la violencia física. Pero nosotros tenemos que estar en nuestro juego: cercanos piel con piel con el pueblo doliente en las calles, en las filas.
En Venezuela, a diferencia de Zimbabue, o de lo que pasa hoy en Ecuador o Bolivia, el partido del descontento tiene una expresión política unitaria, que es la MUD. Por eso es que aún es posible la paz en Venezuela, porque el descontento puede encontrar un cauce democrático. En Venezuela, nosotros somos garantía de transición pacífica y de futuro inclusivo. Debemos tener claridad del nivel de responsabilidad que tenemos.
Hablando de violencia institucional, ¿cómo valora las declaraciones de Nicolás Maduro pidiendo un juicio por traición a la Patria y usurpación de funciones contra la directiva de la Asamblea Nacional?
Con extrema preocupación. Me preocupa además que con un país acostumbrado a los exabruptos verbales de quien ocupa la primera magistratura, estas cosas pasen como una gracia más, una grosería más. Lo que ocurrió no es poca cosa. Quizás porque nosotros estamos acostumbrados a esto es que vemos que la reacción internacional es mucho más vehemente que en Venezuela.
Nunca habíamos visto que el Grupo de los 7, que son las siete economías más grandes del mundo, pero que también son el Consejo de Seguridad de la ONU, se manifiesten con tanta contundencia sobre no permitir un baño de sangre en Venezuela.
Desde el G7 a la OEA, Unasur, Mercosur, el Parlamento Europeo: nunca como ahora se había dado un concierto de fuerzas y de actores de la escena internacional angustiados por lo que pasa en Venezuela. Porque saben que un proceso político como el que está conduciendo Maduro lleva, indefectiblemente, a la violencia. Y violencia en Venezuela significa violencia en la región.
¿Cree usted que la OEA va a intervenir en la crisis venezolana con la convocatoria de Luis Almagro al Consejo Permanente?
Los problemas de los venezolanos los vamos a resolver los venezolanos, y esto no es una frase hecha. Son pocas las posibilidades ciertas de los organismos internacionales de intervenir de manera precautelativa. Generalmente, las intervenciones se dan después de las tragedias. Y nosotros queremos que la tragedia no ocurra.
Pero hay un dato demasiado importante: lo que cambió no fue la mirada internacional sobre Venezuela, sino la correlación de fuerzas. En la región y en el mundo. Sí creo que en la OEA va a haber una decisión que no será la de sancionar o expulsar al país, algo que tampoco queremos nosotros. Quien ha estado intentando aislarse de la comunidad internacional es Maduro; quien ha intentado salirse de las obligaciones del sistema interamericano es Maduro.
Quien ha estado intentando aislarse de la comunidad internacional es Maduro; quien ha intentado salirse de las obligaciones del sistema interamericano es Maduro
Ahora, lo que sí queremos (y es absolutamente seguro de que se va a lograr) es que haya una resolución que reconozca una crisis en Venezuela; que exhorte a que esa crisis sea resuelta mediante mecanismos pacíficos, políticos, electorales, constitucionales; y que –ojalá-, llegue al extremo de enviar misiones para que, sobre el terreno, esa organización pueda impulsar los desarrollos.
Si Maduro quiere pasar nuevamente por la vergüenza hemisférica y planetaria de negarle a esas misiones el acceso, es otra cosa, pero que las nombren. Yo creo que eso va a ocurrir y que frente a eso nuestro planteamiento como Unidad Democrática es que somos una fuerza que va a usar de manera asertiva todos los escenarios internacionales a los que tengamos acceso.
Dos escenarios extremos: Uno, que Maduro se obceque y obture todas las salidas institucionales; dos, que una mañana nos levantemos y no esté en el poder. ¿Está la oposición preparada para esos escenarios?
El primer escenario lo descarto porque aquí va a haber cambio. Si tú me preguntas si va a haber referendo este año, yo te devuelvo la pregunta y te digo: ¿Tú crees que este estado de cosas se pueda mantener hasta diciembre? Aquí lo que va a haber es cambio, y ojalá que ese cambio pueda tener un desenvolvimiento pacífico y electoral, que es por lo que estamos trabajando.
Si ese cambio se precipita porque una mañana cualquiera el señor nos sorprende con una huida, este país cuenta con las reservas profesionales, institucionales, morales, para iniciar el proceso de reconstrucción. Ahora, es demasiado importante ver con qué actitud se aborda ese proceso. Yo lo voy a decir, no solo como secretario general de la MUD, sino como venezolano: El futuro es un futuro de convivencia, no de venganza.
No vamos a sustituir un bullying por otro, un sectarismo por otro, una persecución política por otra. Estamos convencidos, incluso, que para la salud política venezolana es sano que lo que hoy es el oficialismo sea capaz de reconvertirse, participar en política y ser una oposición con opciones de poder. Porque solamente una oposición de esa naturaleza será una presión objetiva para que los Gobiernos de la Unidad Democrática sean buenos Gobiernos y cumplan sus compromisos sociales.
O sea, usted ve un escenario como el de la concertación en Chile, donde un eventual Gobierno de la MUD se sostendría en el tiempo…
Si tú conversas con actores de la oposición ecuatoriana o boliviana, ellos ven con admiración que aquí la oposición haya logrado cohesionarse. Si hablas con los actores de la MUD, miramos con admiración a Chile, que logró construir una unidad que no solo es electoral, sino programática, en función de un proyecto de país capaz de durar tres décadas, dejar el poder y retomarlo.
Ciertamente, hay esa expectativa, pero yo hago un alerta: a nosotros nos va a tocar ejercer el poder en circunstancias muy difíciles. Los Gobiernos en hiperinflación suelen ser fugaces y frágiles. Vuelvo a mi tema de profesor de Historia. La hegemonía chavomadurista duró 17 años, y la gente suele imaginarse que como la reconstrucción va a tomar mucho tiempo, los gobiernos que aspiran a dirigirla van a ser muy largos también. Pero esto puede ser un embarazo de 17 años para que los bebés vivan seis meses. Eso pudiera ocurrir, desgraciadamente, y para que eso no ocurra es necesario que tengamos certeza que la Unidad es una bandera que ondeas en procesos electorales y que usas como un trapo cuando no hay elecciones.
Hay que entender, entonces, que la Unidad es un interés estratégico no de la oposición, sino de la nación venezolana, para la construcción sostenible de prosperidad, de calidad de vida y de justicia social, en un contexto que es muy exigente.