El bobo de la yuca se quiere casá /
Invita a todo el mundo pa’ la Catedral /
Va a pasar su luna de miel /
Comiendo trapo, comiendo papel.
(Daniel Santos, “El Bobo de la Yuca”, 1948)
Según el portal Cuba Libre Digital, nuestra abnegada cultura caribeña, rica en refranes y en música, refiere como “bobos de la yuca” a aquellos que “a pesar de ser tipos chéveres y expansivos, y gustarles mucho los periódicos, nunca entienden bien lo que quieren decir las noticias que están leyendo”.
De su lugar de origen, la Antilla Mayor, la expresión saltó a todo el Caribe gracias a la canción de Daniel Santos, luego versionada por Benny Moré; y aunque ha caído un poco en desuso, aún no es extraña al diálogo cotidiano, donde, en Venezuela, uno puede escuchar a alguien referirse a otro como “el bobo de la yuca”.
Sin embargo, es más frecuente la expresión “ese es un helado de yuca” para referirse a alguien desabrido o escasamente interesante. Lo cierto es que el tubérculo, de uso común, es parte de la vida cotidiana.
En la Venezuela del hambre, “legado” de Hugo Chávez Frías continuado con entusiasmo por Nicolás Maduro, la yuca ha devenido en tragedia: una variedad, conocida como “yuca amarga” y sembrada para hacer casabe (el pan de yuca que es uno de los principales aportes de la cultura indígena a la mesa venezolana) ha sido la culpable de la muerte de 16 personas y de que otras 200 hayan sufrido intoxicaciones por su consumo en los últimos meses, según datos extraoficiales: como toda dictadura, Venezuela se caracteriza por el secretismo en las cifras oficiales.
Una externalidad del hambre
La “yuca amarga” (y la variedad dulce de uso común) contienen cianuro, y para hacer el casabe, los indígenas venezolanos la ponen a remojo durante tres días, y luego la exprimen cuidadosamente en un tamiz, hasta quitarle el veneno. La variedad dulce contiene mucho menos cianuro, pero si se recoge antes de madurar, también es peligrosa para el organismo. Son difíciles de distinguir la una de la otra, y además, los efectos de su veneno se potencian, según la nutricionista Susana Rafalli, cuando las personas carecen de una nutrición adecuada.
Señala esta experta, asesora de Cáritas de Venezuela, que la premura en recoger yuca dulce y la falta de alimentos han hecho que se multipliquen los casos de envenenamiento por comer yuca amarga.
Obviamente, este no es un tema para hacer chistes, menos si usted se llama Nicolás Maduro y es presidente de un país en el que tres de cada cuatro ciudadanos lo culpan de la crisis de alimentos y el 90 % manifiestan su preocupación por no tener qué darle de comer a sus familias, según una encuesta publicada el 24 de febrero; pero el jefe de Estado se permitió, el jueves pasado, realizar un “comentario jocoso”, como a él le gusta decir (porque él se cree chistoso, aunque a usted que me lee le parezca esto raro) sobre el consumo de yuca amarga, y nada menos que en una cadena nacional de radio y televisión:
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En un caso que ha conmovido a la opinión pública, cinco personas (cuatro de una misma familia y una vecina) murieron en Caracas la semana pasada tras comer “yuca amarga”. La habían comprado en un mercado callejero en Catia, al oeste de la capital y la barriada de clase obrera por excelencia de Venezuela, hasta no hace mucho, reducto del “chavismo” más militante.
No es la primera vez que Maduro hace chistes a costa de las calamidades de los venezolanos. Ya en una ocasión, y a propósito de lo que la población en general ha denominado “la dieta de Maduro”, quizás para hacer más llevadera tanta desgracia, afirmó lo siguiente:
https://www.youtube.com/watch?v=TgJuYztgAdk
Solo en una reunión de enchufados (personas que se benefician del dinero estatal por ser amigos de la dictadura), Maduro puede hacer tales chascarrillos, que obviamente no se atrevería a repetir en el bulevar de Catia, donde la familia Cruz Durán compró la yuca amarga que la diezmó junto a su vecina.
La realidad no acepta burlas. Según la Encuesta de Condiciones de Vida 2016, publicada la semana pasada y realizada por las tres universidades más prestigiosas de Venezuela, 74 % de los venezolanos ha perdido ocho o más kilos de peso durante el último año, y un 10 % de los niños ha dejado de asistir a los colegios porque no tienen nada que comer.
Una población indígena completa (los Japreira, de la frontera colombo-venezolana) está desapareciendo por inanición, según denuncias de medios. Además, el 8 % de la población, según otros estudios, ya come de la basura, y en Caracas, a pocos metros del Palacio de Miraflores, según se comenta, ya hay “reparto de zonas”: se ha creado una red de gente que acapara las mejores bolsas de basura (las de restaurantes, por ejemplo) y amenaza con violencia a la gente que quiere comer de ellas.
La respuesta del Gobierno ha sido la usual de los regímenes comunistas: vender el sofá en el que lo engañan. Ha prohibido a los propietarios de restaurantes del centro de Caracas sacar la basura hasta que pase el camión del aseo urbano (en una ciudad donde ni siquiera se conocen los horarios de recolección) so pena de cierre de los negocios. Todo para que la gente no coma de la basura de estos locales. Lo próximo, imagina uno, es prohibir que esa misma gente se aglomere en los camiones para arrebatarles los desechos al camión.
Para Maduro, esto, que mueran cinco personas, queda reducido a “tuvieron problemas graves”. Eso, por no decir que Maduro (un personaje sin ningún carisma, enfrentado al 80 % de la población y que solo fue presidente porque Chávez, en su agonía, le impuso lo que en México llamaban “el dedazo”) califique a alguien, en este caso, de “helado de yuca”, lo que es bastante más que un autogol. Ni agregar que en un país donde la gente ha perdido casi toda su masa corporal, la voluminosa circunferencia abdominal de Maduro (junto con comentarios como “Cilia dice que estoy robusto“) terminan siendo una afrenta a todo un país.
La culpa es de Maduro
Esto no es producto de un mal año de cosechas, ni de un terremoto o un ciclón, que no han ocurrido en Venezuela; ni siquiera de una guerra, aunque Maduro, en otro comentario que (este sí) sí ha terminado por ser jocoso, en todo caso un muy mal chiste, acusa a la humanidad entera de aplicarle una “guerra económica”. Es consecuencia de malas políticas y de una corrupción tan pertinaz que incluso en estos momentos, denuncia el diputado Carlos Papparoni, se está lucrando a costa del hambre de los venezolanos.
Quizás por su profunda ignorancia (siempre dicen que la ignorancia es atrevida), Maduro no sabe que los presidentes, ni siquiera los dictadores, no hacen chistes con el hambre de sus pueblos. Esto es así desde la Revolución Francesa. Maduro no sabe que la expresión “a falta de pan, buenas son tortas”, que María Antonieta quiso hacer como un comentario jocoso, le terminó costando poner su cabeza en la guillotina.
Maduro desconoce que tras el terremoto de Nicaragua de 1973, Anastasio Somoza intentó hacer un chiste con la falta de viviendas, diciendo “tenemos un clima benigno, la gente puede dormir debajo de los árboles”, y la indignación que eso generó fue decisiva para el triunfo, años después, de la Revolución Sandinista. Por eso es que los presidentes no hacen chistes con las necesidades de sus ciudadanos, menos en una situación como la que vive Venezuela. Y aunque tendemos a pensar que los dictadores suelen ser brillantes, la verdad es que son, en general, tipos grises, como lo demuestra Paul Preston en su genial biografía de Francisco Franco.
En el fondo, la culpa de todo esto es de los venezolanos. Eligieron primero a Hugo Chávez (a quien muchos denominaron “el bobo feroz“) y dejaron que este después les impusiera a Nicolás Maduro. Este es el auténtico “Bobo de la Yuca”.
Pero su ferocidad queda, también, fuera de toda duda.