El pasado viernes, en PanAm Post, publicábamos un análisis de los escenarios post “elección” (las comillas no pueden ser obviadas) del fraude constituyente. Manifestábamos nuestra esperanza de que la sensatez privara en el Gobierno de Nicolás Maduro, y señalábamos que suspender el proceso era la única opción que libraba a Venezuela de un largo período de violencia e inestabilidad.
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Lamentablemente, Maduro y, se presume, Diosdado Cabello, el dueño de la otra mitad de la “franquicia” política de Hugo Chávez, decidieron el camino contrario: realizaron un fraude monumental, como no se recuerda en la historia política venezolana, y probablemente, latinoamericana; ahora pretenden consolidar ese fraude a la brevedad posible, de manera de mantener a un país completo como rehén.
A la luz de lo escrito en el artículo anterior, intentaremos dar forma a los próximos días, que pueden venir cargados de sorpresas. Comencemos.
Las dos hipótesis
Las dos hipótesis de trabajo se basaban en tres elementos fundamentales: La comunidad internacional, la sociedad venezolana y las Fuerzas Armadas. En la primera hipótesis, Maduro había hecho sus cálculos correctamente: la comunidad nacional ladraría pero no mordería; la sociedad venezolana, tras ser sometida a violencia mayor o menor, se sometería a que la mandara una evidente minoría; y las Fuerzas Armadas permanecerían monolíticas. En el segundo escenario, uno, o varios de esos elementos no resultaban como Maduro y Cabello pensaban, y entonces, la inestabilidad sería mayor.
Debo confesar que, así como ni en mi escenario más optimista pude prever el fervor popular que se desató el 16 de julio, en el plebiscito autoconvocado por la oposición, estoy seguro de que el chavismo no previó, ni en su escenario más pesimista, el abandono al que lo ha sometido el grupo que lo apoyaba.
Considerando las calles vacías, la apatía, la falta de entusiasmo que privó todo el día en el país (por no hablar de la cantidad de gente que confesó haberse acercado a las mesas solo porque había sido presionada, bien como trabajadora pública, bien como pensionada), ya no es solo que los 2,4 millones de personas que votaron, como señala la oposición (y un exit poll de una institución insospechable, como la UCAB) lucen como demasiados; sino que los 8 millones de personas que dice el Consejo Nacional Electoral (CNE) que sufragaron es una cifra tan extravagante, que más que una concesión al Gobierno, que la es, parece un guiño de la genuflexa Tibisay Lucena, algo así como un “no me crean”.
Y aquí viene el primer elemento de análisis: independientemente de que ayer sí hubiesen “votado” ocho millones de personas, la “elección” Constituyente es solo el punto final de un proceso de fraude constitucional que tomó 19 meses: desde diciembre de 2015, cuando la Asamblea Nacional que presidía Cabello eligió fraudulentamente nuevos magistrados del Tribunal Supremo, hasta ayer, cuando en un proceso inauditable, con “urnas infladas” y coacción a los sufragantes (tres elementos que, justamente, definen los fraudes electorales) se concreta en una paralegalidad que nada tiene que ver con la composición política del país. Así, no es extraño que en un giro irónico, una vuelta de tuerca, Cabello fuera ayer el vocero del delito, y además, suene como presidente de la Constituyente.
Es por eso que la mayoría de los pronunciamientos internacionales contra la Asamblea se hayan producido durante el domingo, y no luego del proceso; porque para países como España, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Panamá y Costa Rica, independientemente del número de sufragantes, la Constituyente es írrita.
Sin embargo, lo que hoy se considera la guinda del pastel, que es el fraude propiamente electoral perpetrado por Lucena (tan evidente que a media tarde la oposición ya sabía el número de votos que se iban a anunciar), agrega fuerza a la posición internacional, que hoy, probablemente, comience a diseñar sanciones más rápidas y más severas. Digámoslo así: si la Constituyente hubiera tenido de verdad participación masiva, hubiera refrenado a la comunidad internacional. Al tener tan pocos votantes, la estimula.
Igual, más allá del duelo que viven hoy, pasará con los venezolanos que se oponen al Gobierno, que encontrarán que el Gobierno que parece muy fuerte, está realmente débil, solo sostenido por las bayonetas. Aunque en este momento hay una controversia sobre el rol de la Mesa de la Unidad, lo que luce claro es que no hay a la mano una mejor alternativa. Esa Mesa de la Unidad tiene que expandirse para, como señala el chavismo disidente, convertirse en un Frente Nacional Antidictadura; eso le dará entidad y le permitirá expandirse a sitios a los que hoy no llega.
¿Tuvo Maduro razón?
Maduro estrenó el domingo, coincidiendo con la Constituyente, un nuevo mínimo de represión. Fue la jornada más violenta desde que se iniciaron las protestas, hace 120 días. Era previsible. También lo es que eso traiga reacciones. En Táchira, un Guardia Nacional fue asesinado y seis fueron heridos. Así comienzan las guerras civiles. Esperemos que en este caso no suceda.
Pero, además, el domingo en la noche, luego de conocerse los “resultados”, se vio a un Maduro ansioso, que ya había mostrado su agorafobia en la madrugada, cuando fue a “votar” en el anonimato. En una tarima de la Plaza Bolívar, con cien borrachines a su alrededor, y otros cien guardaespaldas, anunció lo que se temía: la Constituyente solo servirá para consolidar una dictadura. Cárcel o “psiquiátrico” (como en la URSS o China) para la oposición; cierre de los escasos medios críticos que aún quedan; destitución de la fiscal Luisa Ortega Díaz.
Ven!Esta es la única verdad!Fracasaron!La peor derrota en la historia política del país!Van uds a dejar que su mentira cale?Seguimos! pic.twitter.com/GVsXFpig6H
— Henrique Capriles R. (@hcapriles) July 31, 2017
Esa no es la magnanimidad que suele acompañar por un par de días al chavismo cuando triunfa en un proceso electoral, y lo que es más, muestra una premura por cerrar el círculo, por consolidar la dictadura, como ya lo hizo Lucena en 2013 cuando adjudicó la victoria a Maduro mientras todavía se dudaba, como se duda hoy, de que realmente hubiera ganado.
A un Nicolás Maduro que nunca tuvo una legitimidad incuestionable de origen, ya no le queda legitimidad de ejercicio. Si las palabras de la embajadora estadounidense en la ONU, Nikky Halley, del domingo en la noche, no están lanzadas al azar (“no aceptaremos un Gobierno ilegítimo”, dijo), el ejemplo puede cundir. Y las cosas pueden ponerse realmente difíciles para Maduro, para Lucena (otra que ayer quedó totalmente inhabilitada para el cargo que ostenta) y para todo el “madurato”. Por supuesto, también para todo el país.
Es decir, por ahora Maduro va ganando. Pero solo han pasado unas pocas horas desde la “elección”…
Una última consideración: la Fuerza Armada
Temprano en la noche del domingo, en una de las múltiples “declaraciones” que el Estado-Gobierno-Partido puso a dar a sus funcionarios para tratar de convencernos de que lo que todos vimos no fue lo que vimos, sino lo que ellos decían, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino, pedía a la oposición que “no siguiera haciendo llamamientos al interior de la Fuerza Armada”.
Aparte de los tres mitos que mencionaba en el artículo del viernes sobre el poder del chavismo (la indivisibilidad de la Fuerza Armada es el último que queda), uno tiene que recurrir, en este momento, a la historia. Concretamente, a 1957: En ese año (como 60 después), Marcos Evangelista Pérez Jiménez hizo lo que hizo Maduro entre el año pasado y este: al general le tocaban unas elecciones, pero las trocó en un plebiscito (como Maduro cambió un referendo revocatorio contenido en la Constitución por una Constituyente que no aparece en ella sin un referendo consultivo).
Por si fuera poco, Pérez Jiménez (al igual que Maduro ayer), coaccionó a las personas para que votaran por su opción, y cuando no lo logró (otra semejanza), pues simplemente cometió un fraude.
El Gobierno de Pérez Jiménez, como el de Maduro hoy, era el Gobierno de las Fuerzas Armadas: y de ese Gobierno, por su afán desarrollista, viene el prestigio que tuvieron por décadas los militares en este país, y que han perdido casi totalmente con el chavismo, al punto de que en las encuestas son la segunda institución menos valorada en Venezuela (por debajo de la FANB está solo la presidencia de la República, valga la acotación).
Estoy seguro de que mientras planificó y ejecutó su fraude, Pérez Jiménez, como Maduro hoy, contó con que las Fuerzas Armadas le serían leales y lo respaldarían. En 1957 no sucedió así: tras el fraude, el Gobierno del general se sostuvo solo por 39 días, y en el medio hubo una intentona golpista. El 23 de enero de 1958, Pérez Jiménez tiraba su guerrera en un asiento de la “Vaca Sagrada” y ponía rumbo a Dominicana. Es un cuento conocido hasta por las piedras en Venezuela.
Si Maduro no fuera tan babieco, si hubiera leído un poco de historia, sabría que un fraude tan grueso, tan evidente (y me estoy refiriendo solo a lo de ayer), jamás ha quedado impune en Latinoamérica, jamás ha podido aplicarse sin fuerte resistencia interna, internacional y militar. Y si Maduro no lo sabe, estoy seguro de que Tibisay Lucena, que es una mujer culta, sí. Lo que pasa es que cuando se está en una Mara, es difícil salirse de ella vivo. Te va exigiendo cosas cada vez peores, hasta que llegas al homicidio.
En ese punto está el chavismo (al que por cierto, se le expidió la partida de defunción ayer), y los días que vienen son cruciales.
Y pensar que todo esto se hubiera podido arreglar si tan solo Maduro, Cabello y compañía hubieran aceptado, en diciembre de 2015, que habían perdido el favor popular, y se hubieran comportado como demócratas, y no como lo que son.