EnglishQuiso el azar que yo, así como más del 49% de la población mundial, según datos demográficos de 2015, fuésemos mujeres. Quiso el azar, y nada más que el azar genético, que no fuésemos hombres.
Sin embargo, en los últimos 25 años, hay un porcentaje de la población mundial que guarda cierto resentimiento hacia este azar, y se habla del restante 50,4% masculino como si fuese ese tan demonizado 1% que concentra poder y privilegios. En este paralelismo, el feminismo actual es Oxfam.
En sus comienzos, a mediados del siglo XIX, los distintos movimientos feministas reclamaban, muy justamente, que hombres y mujeres tuviésemos los mismos derechos, obligaciones y oportunidades.
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A mediados de la década de 1980, aquel originalmente bienintencionado feminismo se tergiversó y se convirtió en ese fenómeno colectivista, con profundos matices populistas, que vemos hoy. Un movimiento sin dudas revanchista, que no pretende –tal como afirma- la mera supresión de supuestos privilegios que poseerían los hombres, sino que, el objetivo real es hacer de esos privilegios algo exclusivo de la mujer.
Estas mal llamadas feministas, si tuviesen que elegir entre un Gobierno conformado absolutamente por mujeres, desde presidente y directores de entes, y otro en el cual haya solamente veinte, elegirían al primero. Poco importarían las habilidades y capacidades de cada una de ellas, sino simplemente que tienen ovarios. ¿No es esto, acaso, un deseo de supremacía?
Y cuando se es mujer se debe creer y defender todo aquello que beneficie al grupo “mujeres”, anulando por completo al individuo y a todo lo que lo eleva como tal.
Pocas personas han sabido manejar esta temática tan a su favor como la candidata demócrata Hillary Clinton. Tanto en sus discursos como en el de sus seguidores, una y otra vez se escucha el mismo slogan “es hora de que una mujer dirija este país”. Y solamente por ello habría que votarla. Si tiene sangre en su historial político o si su affair con Wall Street puede sesgar su Gobierno, no es relevante. Es su género el que importa, no sus políticas.
Puede parecer trivializado e incluso exagerado, pero exactamente el mismo criterio que se ha tenido al crear la ley de cuotas. Es responsabilidad nuestra como miembros de una sociedad civilizada ser activos y firmes en la creencia de que quienes lleguen a los parlamentos, quienes dirijan empresas y entes estatales, sean las personas más calificadas para tales puestos y tareas, independientemente de su género, raza, origen social, económico o su propia religión.
Sostener que quienes pertenecen a un grupo (mujeres, pobres, indígenas) se desempeñarán mejor sólo por pertenecer a ellos, no es solamente una falacia, sino que, al final de cuentas, ¿no es también una forma de discriminación? ¿El hombre, el rico, el blanco no puede ser discriminado?
Bachelet, Dilma y Cristina Fernández han causado estragos en Chile, Brasil y Argentina respectivamente. Mujica ha sido sin dudas el peor Gobierno democrático que ha tenido Uruguay. Evo Morales ha desgarrado Bolivia. ¿Cómo se le llama a una persona que, ante tales evidencias, no quiere entender que el único factor determinante para llevar a cabo cualquier tarea es el mérito y solamente el mérito individual?
Las inclusiones no son tales cuando son forzadas por el Estado. La inclusión será exitosa el día que sea fruto del acuerdo entre individuos.
El feminismo es también un populismo, pues los distintos movimientos de izquierda lo han usado como medida demagógica, al igual que tantos otros. La izquierda miente y usa cuanta causa puede; habla de “derechos a medida” para cada grupo que así lo demanda. La derecha no dice, quizás porque no lo cree, que hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, blancos, negros e indígenas tenemos los mismos derechos en tanto somos todos seres humanos. Eso y nada más.
En el caso particular de Uruguay, resulta hasta gracioso cómo la inclusión feminista, forzada y oficialista ha roto hasta el idioma español. El presidente Tabaré Vázquez insiste en dirigirse a sus ciudadanos como “todos y todas” o “uruguayos y uruguayas”, cuando la Real Academia Española ha aclarado que es incorrecto. El conjunto de los ciudadanos de Uruguay es simplemente “uruguayos’’.
En el auge feminista, incluso la violencia pareciera ser menos violenta cuando la víctima no es una mujer. Pareciera importar menos. “Ni una persona menos” nunca será un hashtag exitoso. Nunca habrá marchas por los hombres víctimas de violencia, venga ésta de parte de quien venga. Toda violencia es condenable, pero claro, eso no vende tanto.
Y claro que me molesta, no es la primera vez que escribo al respecto, ni soy la primera persona que escribe en este medio tocando el mismo tema. ¿Por qué no dejamos de hacerlo, a pesar de las críticas que recibimos? Porque estamos cansadas de que nos usen políticamente para cualquier fin. En este uso que se hace de la figura femenina, la izquierda ha sido tan nociva como la más conservadora de las derechas. Tanto la izquierda como la derecha han fallado en vernos como individuos y en juzgarnos solamente según nuestros talentos y capacidades.
Si el progresismo mundial en realidad se interesara por la mujer, no la usaría para sus ambiciones de poder. Y si a las mal llamadas feministas les interesara el éxito de cada individuo, no se dejarían usar. La complicidad política es innegable.