Las razones por las que Uruguay es un país en diminutivo – “paisito”- poco tienen que ver en realidad en con su tamaño – a saber, el doble de Austria. Tampoco se trata meramente de un apodo cariñoso: es una mentalidad, una forma de percibir al mundo y todo aquello que lo compone.
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Como uruguaya, estas líneas me son particularmente dolorosas, pero es precisamente el amor a mí país – repito, momentáneamente “paisito” – lo que me impide negar su realidad.
Estamos adormecidos, anestesiados, lentos. La reacción nos cuesta. Si algo nos molesta, en el peor de los casos, hacemos sonar algunas ollas, pero no pasa de eso. La pasividad es casi absoluta.
Nunca exigimos – como corresponde – la renuncia de un vicepresidente que llevó una empresa monopólica estatal a una ruina histórica. Un vicepresidente que, en lo que a su formación académica refiere, no pasa de ser un vulgar mentiroso.
Nuestro letargo es, al momento, una de nuestras más arraigadas características. Ahora resulta que el diputado Walter de León, del MPP (sector del expresidente y actual senador José Mujica) quiere inculcarnos otra discutible virtud: la de soplones. Mediante una propuesta legislativa real – aunque cueste creer, esto no es un chiste – pretende que los uruguayos denunciemos a conductores de UBER, ya que, sostiene “este problema escapa a la Justicia”.
Poco se me puede ocurrir que sea tan grave como un diputado nacional incentivando una verdadera cacería de brujas, que no derivaría en otra cosa que no sea el choque entre uruguayos, algo de lo que no necesitamos más. Y se utilizaría para tal fin como es de esperar en cualquier populismo.
Es decir, la vecina María en Nueva Helvecia estaría pagando, mediante sus impuestos, que José, en Montevideo, quiera denunciar a Eduardo, conductor de UBER, por el simple hecho de enojar a los taxistas brindando un servicio que sólo se puede calificar de excelente.
La propuesta lleva el infeliz nombre de “usuario arrepentido” y su propio promotor admite que no habrá forma de verificar si el cliente premeditó la denuncia para hacerse del dinero o no.
Para quien no viva en Uruguay, he de aclarar que se trata de un país – “paisito” – en que Thomas Edison se hubiese muerto de hambre porque el SOFV, o Sindicato Obrero de Fabricantes de Velas, no habría permitido la invasión capitalista que representa una bombilla.
Más allá de que el mencionado sindicato no existe, sí es cierto que en Uruguay cualquier intento de innovación se ve como una amenaza del imperio que no tiene objetivo alguno que no sea esclavizar al ciudadano mediante el consumo; poco importa si el producto es bueno, práctico y altamente necesario.
Y es precisamente en este razonamiento que dejamos de ser país para comenzar a ser “paisito”. En el preciso instante en el que una sociedad rechaza lo nuevo (¡y bueno!) por razones ideológicas, se condena a sí misma. Es ahí cuando empieza a caducar una nación.
Dentro de todo, UBER funciona en Uruguay con muy relativa comodidad: los sindicatos paran y manifiestan en su contra, pero, a pesar de la ausencia de apoyo político (o fuerte rechazo, para hablar con precisión) la empresa cuenta con fuerte apoyo popular. Sí se han registrado incidentes violentos de parte de taxistas a conductores de UBER, pero la Justicia ha fallado a favor de los últimos. Quizás sea por eso que el diputado Walter de León sostenga que es un “problema” que “escapa a la Justicia” e invite a la traición más vil entre compatriotas trabajadores.
La izquierda en Uruguay – y en el mundo – no perdona el éxito. Incita siempre al resentimiento socioeconómico, a la envidia, a la “mala leche”. El socialismo es sin dudas la filosofía del fracaso, una garantía de pobreza económica e intelectual. Y así estamos: cabizbajos, grises y resignados, condenados a ser “paisito”.