
Uruguay pareciera tener una obsesión casi sobrenatural con el estancamiento. Una obsesión o, a estas alturas, bien podría llamársele relación.
No solamente estamos ahogados en una ideología de otrora (aquella que predica el partido que gobierna) sino que ahora también, como si necesitásemos de más ceguera y fanatismo, el cardenal Daniel Sturla incitó a los uruguayos a salir del “balde laicista que hace 100 años le han puesto a este país”.
El cardenal llamó explícitamente a creyentes a hacer arduo proselitismo: “no nos quedemos nosotros introyectando (sic) dentro nuestro ese balde laicista que hace 100 años le han puesto a este país. Con un dogma que es que lo religioso, si es católico sobre todo, tiene que quedar en el ámbito de la conciencia individual. Esa es la negación de lo que es el cristianismo”.
- Lea más: Jorge Battle, rara avis en la política uruguaya
- Lea más: Agresión en Congreso uruguayo: diputado recibe bofetada por ley que prorroga misión militar en Haití
Guste o no guste, un cardenal no tiene por qué leer una constitución, aunque bueno sería en el caso particular de Sturla que lo haga. Uruguay es, desde 1917, un país laico. La separación Iglesia – Estado quedó plasmada en el Artículo 5 de la Constitución del mismo año.
Uruguay es, proporcionalmente a su población, el país con mayor número de ateos en Occidente. Quizás sea por esto que el cardenal se sienta algo perseguido. En entrevista para El País declaró “nadie nos molesta, siempre y cuando no asomemos un poco la nariz porque ahí sí recibiremos algún palo”.
Sturla se equivoca y mucho. Nadie le da “palo” a los católicos por expresar su creencias, el respeto a todos los cultos religiosos está garantizado no sólo constitucionalmente, sino que también es una de nuestras más sólidas y respetables tradiciones en tanto sociedad.
Por otro lado, laicismo no es sinónimo de anti-catolicismo, como el cardenal quiere hacer creer a sus fieles. La laicidad no es más que la ausencia de una religión dominante y oficial, amenazante como parezca este concepto al líder religioso.
Es en este marco que la Iglesia Católica de Uruguay lanzó la campaña “Navidad con Jesús”, imprimiendo una serie de balconeras e incitando a los uruguayos a adquirirla ya que “no se puede celebrar el cumpleaños sin el cumpleañero”. Vale aclarar que este punto es un tanto agresivo si se tiene en cuenta que oficialmente en Uruguay no se celebra “navidad” el 25 de diciembre, sino el “día de la familia”.
Los uruguayos no demoraron en reaccionar a las palabras de Sturla, y quien tampoco demoró en colgar una balconera fue el mismísimo presidente Tabaré Vázquez, causando inmediato debate ¿es o no una violación a la laicidad oficialmente consolidada en la Constitución?
Hay quienes aseguran que no, pues la balconera decora la casa particular de Vázquez. Sin embargo, el desacuerdo es fuerte.
Víctor Rodríguez Othegy, en representación de la Asociación Uruguaya de Libre Pensadores (AULP) manifestó a Montevideo Portal que “es una vulneración en el sentido de que la institución Presidencia de la República representa al conjunto de la sociedad y es una representación estatal, a diferencia de los legisladores”. Agregó además que “el presidente no es un ciudadano común. Actúa en nombre del Estado uruguayo, y en ese sentido lo alcanza el artículo 5 de la Constitución, que indica que el Estado no sostiene religión alguna”.
Para Rodríguez Othegy es irrelevante si la balconera está en propiedad privada de Vázquez o no, ya que “la investidura de la presidencia no está subordinada al concepto de propiedad”.
“El presidente, como tal, lo es en cualquier lugar, sin importar si es propiedad privada o estatal. En el exterior también actúa como tal”, agregó Rodríguez Othegy.
Para el expresidente Julio María Sanguinetti, la discusión en sí no pertenece al Uruguay del siglo XXI. En su columna de Palabras Cruzadas, manifiesta que “en los últimos tiempos (…) el Cardenal Sturla formula declaraciones que nos retrotraen a tiempos ya pasados, reabriendo un debate que parecía estar definitivamente clausurado”.
“Naturalmente, en este debate hubo en ocasiones lo que hoy vemos como excesos de los defensores de la república laica pero era la respuesta inevitable a un catolicismo que pretendía seguir siendo religión de Estado e imponiendo sus códigos y creencias, incluso su arcaica concepción de la familia, con un mujer subordinada”, afirma.
Existe en Uruguay una preocupante tendencia a los colectivismos, desarraigados ya completamente de su tiempo. El individuo Tabaré Vázquez es, por supuesto, libre de practicar la fe que le parezca más coherente en sus entrañas, pero no puede imponerla. Ni a todos los uruguayos, ni a un puñado de ellos, ni a sus vecinos.
Tanto política como religiosamente la misión de algunos pareciera ser aplastar al individuo. Y Vázquez ha probado reiteradamente pertenecer a ese tiránico grupo.