La objetividad no es algo fácil hacerse. Requiere pensamiento crítico, honestidad para con nosotros mismos y valor para ver aquello que no nos es conveniente ver.
Después de meses de discusión, la Junta Departamental de Montevideo decidió rechazar la instalación de una estatua de la Virgen María en la rambla de la capital uruguaya, votación que despertó la polémica y polarizó a los orientales – como si necesitásemos incluso más divisiones.
Desde un punto de vista constitucional, el Estado no adhiere a ninguna religión, y por lo tanto no pretende imponer cualquiera de ellas a sus ciudadanos. Al Estado no le compete hacer el proselitismo propio de las iglesias.
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Hace exactamente cien años que Uruguay es constitucionalmente laico. La Constitución entiende que son los individuos quienes poseen libertad de credo, no el país per se.
Este aspecto – separación iglesia de Estado – fue en su momento un símbolo de vanguardia y liberalismo a nivel regional e incluso mundial.
¿Dónde radica la controversia? Hay quienes sostienen, en su mayoría representantes de la coalición de izquierda gobernante Frente Amplio, que colocar una estatua religiosa en un espacio público es, en palabras de la edila Graciela Villar, “hacer una iglesia al aire libre”.
Villar no se equivoca. No crea el lector que estoy defendiendo al Frente Amplio (basta leer cualquiera de mis columnas) pero hay aristas de la polémica que no se están analizando en profundidad.
Por un lado, no debemos confundir, como ciudadanos responsables que pretendemos ser, cualquier visión negativa sobre la izquierda uruguaya con la aceptación de iniciativas que claramente burlan lo pautado en nuestra Constitución. En otras palabras, más de uno está enojado con el Frente Amplio y rechaza, por extensión, el resultado de esta votación.
¡Conozco ateos en tal posición!
En segundo lugar, creer que todo el Frente Amplio votó en contra de la bendita estatua y que toda la oposición uruguaya defiende la erección del monumento religioso es erróneo.
A modo de ejemplo, el edil frenteamplista Walter de los Santos se expresó a favor de la propuesta, y de manera bastante eufórica y exagerada exigió “que sepan los montevideanos qué ediles frenteamplistas no votan lo que quería el 90 % de la población”. Uruguay es uno de los países menos religiosos del mundo, afirmar que el 90 % de la ciudadanía desea tener una estatua de la Virgen en la rambla no es más que otra mentira del Frente Amplio.
Sólo el 41 % de los uruguayos se identifica como católico, y de éstos, la mayoría ni reza ni va a la iglesia todos los domingos. Son simpatizantes, no practicantes.
Un notorio católico practicante que tenemos en Uruguay es el actual presidente, Tabaré Vázquez. Debemos ser cuidadosos con nuestras apreciaciones.
Por otro lado, el expresidente del partido colorado Julio María Sanguinetti manifestó en una carta que de aprobarse el proyecto se corría el riesgo de convertir un espacio público “en un ámbito religioso, transformado prácticamente en una iglesia al aire libre”.
Sanguinetti representa al mismo partido político de José Batlle y Ordóñez, aquel que luchara por un país secular. El mismo Batlle y Ordóñez que al ser criticado por casarse con una mujer divorciada afirmaría que “la esencia del matrimonio no es precisamente la indisolubilidad, lo que supone un atentado contra la libertad humana que ningún interés social puede justificar y que está en contra de todo interés humano”.
Fue durante un gobierno de ese mismo partido que en 1919 el 25 de diciembre se celebra, desde el punto de vista oficial, el Día de la Familia y no la Navidad. No hay “Semana Santa” sino una “Semana de Turismo”. No existe tal cosa como un “Día de la Virgen”, sino un “Día de las playas”. Todos estos logros, por demás loables, se alcanzaron entre 1905 y 1919 bajo gobiernos del Partido Colorado.
Es, en conclusión, un disparate afirmar que el Frente Amplio es “anticatólico” y que los partidos tradicionales son “proreligión”. El Partido Colorado es tal vez el más tradicional (en trayectoria y cantidad de gobiernos) de los partidos políticos uruguayos y queda claro que no tiene ningún affaire con la religión.
Hay quienes afirman que la estatua debe ser erigida pues la laicidad ya fue violada con monumentos a Confucio y a Iemanjá, y están parcialmente en lo correcto. Pero de ser así queda claro que el problema no es la ausencia de una Virgen María, sino la presencia de Confucio, la presencia de Iemanjá, la presencia de la Cruz en Tres Cruces, la presencia de la oz y el martillo en la plazoleta Reventós de Treinta y Tres.
No se trata de un “si uno violó la laicidad, la violamos todos”. Se trata de que nadie la viole. La laicidad no apunta a que cada colectivo tenga su monumento, sino a que el Estado no haga uso de espacios ni de fondos públicos para favorecer a tal o cual fe o dogma, por noble que sea.
La fe pertenece a la conciencia y al sentir individual, y cada individuo es libre de profesar aquella que lo satisfaga, colme y consuele. Pero ningún individuo o grupo de individuos es libre de imponer sus creencias por sobre las de otros.
Se trata de libertad, no de antinomias. A los uruguayos, evidentemente, nos queda mucho por aprender.