Los titulares después de la primera vuelta de las elecciones legislativas en Francia han demostrado cierta tendencia al fatalismo y al caos. Se habla de la muerte de los partidos tradicionales, de altos niveles de abstención y de victoria “aplastante” del flamante presidente Emmanuel Macron. De estas tres observaciones, sin embargo, quizás solo la última sea cierta.
En primer lugar, vale detenerse en la obviedad: no conoceremos los números finales que competen a la composición de la Asamblea General hasta el próximo domingo, segunda jornada electoral en la que se decantan los partidos con poco respaldo popular o candidatos independientes, sin afiliación político-partidaria alguna. Es cierto que lo manifestado en las urnas el pasado domingo 11 de junio indica una preferencia que seguramente será corroborada este domingo, pero 415 asientos al oficialismo no son lo mismo que 455 —y sí, así de importante puede ser la diferencia—.
Muchos medios parecen querer precipitarse a concluir también que los dos partidos tradicionales del panorama político francés (republicanos y socialistas) están “muertos” y enterrados, y que el país galo es testigo de un renacer que no trae consigo otra cosa que esperanza. Tales afirmaciones son por demás categóricas.
La realidad política de un país no puede confundirse jamás con la expresión de un deseo, por bienintencionado que sea. No es prudente olvidar que Les Républicains tuvieron relativo éxito. Su candidato, François Fillon, se vio inmerso en un escándalo de trabajos ficticios que involucraba a buena parte de su familia más directa, pero, pese a menudo contratiempo, contó con un apoyo popular del 20,01 % en primera vuelta.
Vale recordar aquí que el Front National de Marine Le Pen pasó a segunda vuelta con el 21,30 % de los votos. La diferencia entre Fillon y Le Pen fue menor a la expresión de 500.000 voluntades.
Si el pasaje de Le Pen a la segunda instancia de las elecciones presidenciales se debió al 1,29 % de predilección con respecto a Fillon, es absolutamente desmesurado aseverar que Les Républicains se acercan a su final político —o, por el contrario, que el Front National se solidifica como fuerza opositora—.
Algo similar sucede en el ámbito legislativo. Actualmente, los republicanos cuentan con 229 asientos en la Asamblea General. Se estima que el próximo domingo obtendrán entre 70 y 110, lo que es sin duda alguna un revés histórico para la derecha gala.
Sin embargo, el populismo no está en condiciones de celebrar victoria alguna. El comunista y declarado chavista Jean-Luc Mélenchon podría perder dos asientos con respecto al día de hoy (10) o ganar 8, mientras que Marine Le Pen (que al momento ostenta dos asientos) conquistaría uno u ocho, según proyecciones. En el más hipotético de los casos, el extremismo tendría 28 asientos en total.
De estas cifras se desprende un dato no menor: la verdadera amenaza populista en Francia viene de la mano del comunismo, no de la extrema derecha. El Front National ha hecho siempre mucho ruido en las presidenciales, pero cuenta con muy poco apoyo en instancias legislativas.
¿Qué sucede con los niveles de abstención? La participación popular fue históricamente baja, de ello no hay dudas. La abstención superó por primera vez en la historia el 50 %. De todos modos, hay una clara tendencia a la baja desde 1993. En los últimos catorce años, de manera constante, cada vez menos gente ha expresado su voluntad en elecciones legislativas. Estudiar el 2017 como hecho aislado no tiene otro objetivo que el sesgo.
Ahora bien, la fascinación con estas elecciones gira alrededor de La République en Marche, partido oficialista, y el socialismo. El ascenso meteórico y repentino de uno y el descenso casi vergonzoso del otro son de alguna manera las divas de estas elecciones.
Al día de hoy, con más de 400 asientos asegurados, pareciera que Macron contará con la comodidad —y responsabilidad— de una mayoría parlamentaria.
Los socialistas perderán entre 300 y 310 asientos, conservando apenas 20 o 30. Aun así, es demasiado temprano para hablar de un final. El partido de Macron tiene un año y dos meses de edad, y se formó a fuerza de “migración política”. Muchos, incluyendo al presidente francés, militaron en filas socialistas. Es muy difícil —y arriesgado— distinguir lo coyuntural de lo definitivo.
Una cosa sí es cierta: los discursos de siempre cansaron. Y en eso sí hay algo positivo.