En Uruguay, el cortoplacismo social y económico de las distintas tonalidades del abanico político no representan en sí nada nuevo. Podría afirmarse que es casi la única forma de administrar (mal) el Estado desde el regreso de la democracia.
No obstante, en pocas coyunturas de la historia democrática del país puede observarse tanto desperdicio de dinero y de oportunidades como en los últimos 12 años, cuando ha gobernado la izquierda.
El constante desprecio del expresidente José “Pepe” Mujica, su esposa, la actual vicepresidenta Lucía Topolansky, y sus seguidores hacia las clases que ellos consideran altas y su innegable odio hacia los profesionales han terminado por disipar los ya débiles acuerdos de civismo que otorgaban equilibrio a la sociedad uruguaya.
El Frente Amplio, la coalición gobernante de izquierda, ha vencido en casi todos los flancos. Su comunicación con el uruguayo de a pie ha sido mejor que aquella de los partidos tradicionales.
Por supuesto que esto no significa que al Frente Amplio le importe lo que tenga que decir el pueblo, esa entelequia jamás definida a la que la izquierda jura representar y defender. Pero, con ellos, al menos el uruguayo se siente escuchado. Los políticos izquierdistas engañan con espejitos de colores.
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El mayor logro del oficialismo, sin embargo, es hacernos creer que la izquierda inventó al país, que antes de ellos reinaba el caos, y que éste regresará si en las próximas elecciones el uruguayo tiene la osadía de considerar otra opción política.
“Gobiernan” metiendo miedo, creando “cucos”. Su estilo, si se quiere, bien que podría tildarse de “terrorismo sutil”.
El retraso educativo uruguayo tendrá consecuencias que veremos en décadas para los niños que están en educación maternal aunque, en total honestidad, el daño ya está hecho, y lo sufrimos todos a diario.
En momentos en los que hemos llegado a la antes impensable cifra de un homicidio por día, nadie en su sano juicio podría refutar que la ausencia de educación, la pérdida del hábito de la escuela, del respeto a los maestros ya nos pasan factura.
Una sociedad sin educación es funcional a gobiernos con malas intenciones. El resentimiento hacia la Academia de parte de los Mujica no es casual.
“No te eduques y vota luego por quien te asista” es una máxima política conocidísima. Crear dependencia a cambio de votos es una táctica despreciable a la que los uruguayos nos hemos acostumbrado.
Castigar el talento y proteger al delincuente también es costumbre vieja de la izquierda. El pasado 1 de diciembre, por nombrar sólo un caso, la página de Twitter de UNICOM (la Unidad de Comunicación del Ministerio del Interior) reportaba, con orgullo, un homicidio aclarado. Un hombre con 10 antecedentes penales había ingresado a un domicilio con la intención de robar— y asesinó al propietario del hogar.
¿En qué clase de país un individuo con 10 antecedentes penales comparte medios de transporte y espacios públicos con el trabajador que se levanta a las 06:00 de la mañana? ¿En qué clase de sistema judicial un individuo de estas características está libre?
Otro logro de la izquierda que se conoció recientemente (el pasado 30 de noviembre) es que un millón de uruguayos, actualmente de clase media, corren el riesgo de caer en la pobreza. En un país de poco más de 3.000.000 de habitantes, hablamos del 29 % de la población.
El informe, que fue realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, reconoce el “avance” de los últimos 10 años pero enfatiza que esa mejoría no se consolidó.
Así fue la bonanza de Mujica, la década perdida. Cualquier beneficio que pudimos haber tenido de un contexto internacional positivo, fue efímero. Es la esencia misma del “pan para hoy, hambre para mañana”.
No podemos preguntarnos qué pasó o qué hicimos para merecer esto. Les creímos y votamos por ellos: no una, ni dos, sino tres veces. Tres administraciones consecutivas de una ideología que no cree ni apuesta al mérito ni al esfuerzo ni al trabajo. Doce años (que pronto serán 15) de despilfarro y de retraso que no será fácil de arreglar por dos motivos.
En primer lugar, porque el que venga, sea quien sea, probablemente proponga más estatismo, más intervención, más regulación. Liberar el mercado (medida prioritaria si queremos salvarnos de un caos mayor) se ha convertido en una especie de súper amenaza que debemos evitar. En segundo lugar, porque rehacer lo deshecho costará dinero, disciplina y fe… y los uruguayos andamos cortos de las tres.