El proceso electoral en Estados Unidos es historia; el polémico magnate Donald Trump será el presidente 45 en la historia del país más influyente de nuestros tiempos.
Esto ha sorprendido a propios y extraños alrededor del mundo, muy pocos lo veían venir o tenían el valor para decirlo. La claramente cargada en su contra agenda de los medios de comunicación no bastó para parar un tren, que al principio parecía de juguete, pero que resultó ser una locomotora imparable.
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El discurso de Trump durante la campaña estuvo enfocado a llegar a lo más visceral del estadounidense promedio; se atrevió a hablar de problemas que aquejan a sus ciudadanos dejando de lado la corrección política. Habló como lo haría cualquier ciudadano norteamericano de problemáticas como la inmigración, la economía, la seguridad nacional, el surgimiento del ISIS y de la fuerte problemática de los veteranos de guerra.
Muchos tienen miedo de lo que Trump pueda hacer una vez que ocupe el puesto que lo convierte en el hombre políticamente más poderoso del mundo, y es justo ahí donde está el verdadero meollo del asunto: el problema no es Trump sino el gran poder del que gozan los políticos en nuestros tiempos.
Durante ocho años la agenda progresista norteamericana gozó de ver a Obama impulsando medidas redistributivas de riqueza, impulsando el Obamacare, dando discursos en contra de la libre portación de armas y jugando el papel de papá policía alrededor del mundo militarmente hablando mientras ganaba el Nobel de la Paz.
Durante su mandato, se dedicaron a disfrutar de “su momento”, trataron de empoderar la figura presidencial aún más y desestimaron las propuestas y quejas de sus contrarios políticos acusándolos de querer frenar el desarrollo del país y las políticas del carismático presidente.
Hoy la moneda, contra todo pronóstico, se volteó; Trump no solo será presidente, sino que lo hará con mayoría absoluta republicana en el congreso y en el Senado, además de que podrá renovar una parte importante de la plantilla de la Suprema Corte de Justicia. A pesar del fuerte sistema de pesos y contrapesos norteamericano, Trump tendrá las puertas abiertas para impulsar aquellas medidas que junto con su equipo decida que son las más convenientes para su país.
Si hacemos un análisis más profundo y siguiendo esta lógica tenemos que entonces el verdadero problema no es Trump, ni Obama, ni Bush ni realmente ningún personaje encumbrado en la política. El verdadero problema es el excesivo poder del que gozan dichos personajes.
En América Latina este mismo problema se acentúa ya que los sistemas de pesos y contrapesos no están bien definidos o son prácticamente inexistentes y vivimos en entornos en los que casi todo el poder político de los países recae en la figura presidencial. Basta con hablar con los habitantes de las comunidades rurales o ciudadanos de a pie para darse cuenta de esto; generalmente no se conoce ni siquiera el nombre de algún funcionario representativo que no sea el presidente de la República.
La victoria de Trump nos obliga a cuestionar nuestros sistemas políticos y democráticos desde una dimensión mucho más profunda y personal; ¿cuánto poder estarías dispuesto a cederle a tu peor enemigo? ¿Qué tanta injerencia le concederías sobre tu vida? ¿Le confiarías tus pensiones, trabajo, educación, salud o el poder de iniciar una guerra? Si tu respuesta es no, entonces tampoco lo hagas con tus amigos. Más vale no correr riesgos como lo han hecho los norteamericanos.
En Latinoamérica mucha gente sigue sin entenderlo, mientras que se quejan de vivir bajo estados totalitarios que son ineficientes y corruptos al mismo tiempo los siguen empoderando esperando recibir mucho de ellos y confiriéndoles poderes que solo alimentan su encumbramiento político.
La única vacuna anti-Trump y anti-cualquier político indeseable es reducir el tamaño del Estado y acotar sus funciones a garantizar los derechos de propiedad, libertad y la vida de sus ciudadanos.
Esto tendría como consecuencia el surgimiento de un Estado de Derecho que permitiría que el conjunto de millones de acciones voluntarias a través del libre mercado y la sociedad civil sean las que decidan el rumbo que las sociedades deben tomar y no unos pocos empoderados.
Confiar más en nosotros mismos y menos en políticos y en la paternal figura del “Estado” permitiría que en caso de que personajes como Trump o “X” (inserte el nombre del político indeseable de su elección) lleguen al poder, no tengan facultades para afectar tan fuertemente nuestras vidas.
La elección de Trump nos ha dejado una lección sobre política que valdría la pena jamás olvidar: en una democracia estás jugando con fuego cuando le das todo el poder a tus amigos, ya que ese mismo poder de un día a otro puede ser el de tu peor enemigo. Hoy los demócratas lo están viviendo en carne propia y su largo peregrinaje como oposición apenas comienza.