
La ruptura de Trump con los principios básicos de economía es total y evidente.
“Soy pro libre mercado” se atrevía a decir en el discurso en el que se anunciaba como candidato a la presidencia de Estados Unidos en junio de 2015. Desde entonces ha quedado en evidencia su doble discurso o bien, que de conceptos económicos básicos no entiende nada.
Poco tiempo después de su discurso, Trump cambió la bandera del “mercado libre” por la de un “mercado justo”, en el que plantea que su país ha sido “víctima” en vez de “socio” de aquellos países con los que comercia. Y ha propuesto dejar de lado el concepto de “globalización” y sustituirlo por el de “americanización”.
Trump cree que un mercado de “americanos para americanos” es la mejor ecuación en materia económica y amenaza con tasar todo aquello que provenga de otros países para el consumo interno. Estas medidas proteccionistas poco tienen que ver con los principios de libre mercado que durante algún tiempo hicieron que su país fuera punta de lanza en temas de negocios, innovación y tecnología y cuya sostenibilidad cada vez parece más endeble.
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El ahora presidente electo todavía no toma posesión de su cargo y sus declaraciones ya provocaron la cancelación de una inversión millonaria de Ford en San Luis Potosí, México, y simultáneamente ya ha amenazado a otras compañías como Toyota, Chrysler o BMW con poner aranceles a todos los automóviles ensamblados fuera de su territorio nacional de hasta un 35% extra sobre su valor nominal.
Trump, como administrador de empresas que es, pareciera no asistió a sus clases de principios básicos de economía; en concreto a aquella lección que habla sobre la teoría de David Ricardo sobre la especialización y la ventaja comparativa.
Producir un automóvil en México es hasta un 40% más barato que hacerlo en Estados Unidos. Bajo una óptica simplista y proteccionista como la de Trump, producirlos en México implica que se estarían perdiendo posibles empleos y riquezas para Estados Unidos simplemente por no ser estos producidos en su territorio nacional.
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Esto dista mucho de la realidad, La economía no siempre es un juego de suma cero y lo más eficiente es que se produzcan donde más barato sea hacerlo. Al comprar automóviles 40% más económicos, por ejemplo, en Estados Unidos se podrían utilizar los recursos ahorrados en otro tipo de industrias o inversiones donde realmente los americanos puedan ser los más eficientes produciendo.
Otra alternativa de inversión es hacerlo en procesos de investigación y al desarrollo, permitiendo que los ciudadanos beneficiados puedan acceder a otro grado de especialización laboral e incrementar su nivel de vida significativamente en comparación al que se tendría si los recursos se utilizarán solamente en la producción, como pretenden los más proteccionistas.
Por si fuera poco, al poder ofrecer un producto más barato, más gente lo podría comprar, lo que les permitiría a las compañías productoras y comercializadoras tener mayores ingresos y poder seguir reinvirtiendo en su negocio de manera eficiente.
Si México produce automóviles más baratos que ellos, entonces a Estados Unidos le conviene más comprarlos que producirlos, así de simple. México tiene una ventaja comparativa con respecto al vecino del Norte en ese ramo en específico y explotarla es conveniente para todos los involucrados.
Los aranceles propuestos tendrán un efecto negativo sobre la economía porque privan a los consumidores de automóviles más baratos y por lo tanto de su capacidad de adquirirlos y su libertad de elección, mientras que a los productores se les priva de los beneficios que se obtendrían por su venta y comercialización.
Si Trump hubiera puesto más atención en sus clases de economía, entendería que la especialización es una vía indirecta de producción.
Ciertamente Estados Unidos podría fabricar todo en su mercado interno, pero no sería la forma más eficiente de organización. Lo más eficiente sería dejar que las fuerzas del libre mercado actuaran y fomentarán la especialización en aquellos ramos que resultaran más productivos y posteriormente vender sus excedentes en el mercado internacional; con esas ganancias se podrían comprar los demás productos que se requieren y no se han fabricado en territorio nacional, pero que sus socios comerciales sí lo han hecho.
Did China ask us if it was OK to devalue their currency (making it hard for our companies to compete), heavily tax our products going into..
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) December 4, 2016
Un mercado con aranceles, impuestos, muros y fronteras no es atractivo para nadie. La época de las murallas comerciales y culturales parecía haber quedado atrás, pero sorprendentemente para Tump y sus seguidores no es así.
Las medidas que se están proponiendo en Estados Unidos equivalen a ponerse una soga en el cuello, y más cuando países como China están emergiendo como aliados de los principios de especialización y el libre comercio.
Mientras Trump crea tensión con los verdaderos productores de riqueza, que son las empresas, y los amenaza con castigarlos de no cumplir sus demandas, Xi Jinping, presidente chino, propone llenar el vacío que los Estados Unidos dejarían y se presenta a sí mismo como un “socio de la globalización” en el Foro Económico Mundial de Davos.
La planificación central y el proteccionismo han demostrado ser un fracaso absoluto en cada ocasión que se han querido implementar. La verdadera eficiencia proviene de la suma de decisiones libres de millones de individuos que juntas forman lo que se conoce como “las fuerzas del mercado”, no a través de leyes y discursos nacionalistas tan retrógradas como los de Trump.
De seguir Estados Unidos con este tipo de políticas, la situación para le economía mexicana enfrentará quizá uno de los momentos más retadores en su historia moderna. Es un buen momento para reflexionar y evitar caer en las tentaciones que el estatismo, la planificación central, la demagogia y los proteccionismos nos ofrecen. Al final todo este tipo de políticas no son más que peligrosas bombas de tiempo.