Existe en la tradición sufista una fábula que cuenta la historia de un pequeño tigre que, por azares del destino, nació y creció rodeado de un grupo de ovejas. Al verse rodeado toda su vida por el rebaño y debido a la imposibilidad que tenía de darse cuenta de su verdadera realidad, el tigre se limitaba a pensar y actuar como una oveja más.
Mientras el tigre crecía, hacía lo que todas sus compañeras ovejas hacían; vivía con miedo de los depredadores y seguía al grupo sin siquiera atreverse a cuestionar el por qué de sus acciones.
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Todo esto cambió cuando otro tigre más viejo descubrió tan deshonroso hallazgo para la especie. El tigre viejo lo tomó por el cuello, lo llevó a que mirara su reflejo en el río y le mostró que en realidad no tenía por qué comportarse como el resto de las ovejas, porque estaba destinado a ser mucho más que solo un animal más del numeroso rebaño.
En nuestros días es muy común jugar, a veces inconscientemente, el rol de víctimas que juegan las ovejas. El principal de sus síntomas es pensar que la culpa de todos nuestros problemas es siempre de alguien más y que no queda de otra más que esperar, llenos de miedo y angustia, a que el malvado sistema y sus depredadores acaben con nuestras intenciones de superarnos como personas.
Esta ideología victimista se fomenta en las sociedades latinoamericanas desde pequeños a través de los sistemas de educación controlados por el Estado y basta con hojear los libros de historia oficiales para comprobarlo.
Tomando el ejemplo de México, se nos enseña que siempre hemos jugado el rol de víctimas como país. A lo largo de nuestra historia hemos sido víctimas del opresor Imperio azteca, de los despiadados conquistadores españoles, de las injusticias del virreinato, del poderoso ejército francés, del ambicioso imperialismo norteamericano, del enfermo de poder Porfirio Díaz, de las empresas transnacionales, del maldito sistema “neoliberal” y un larguísimo etcétera con más de muy diversos victimarios.
Es normal que se fomente esta idea que estamos condenados al fracaso porque nos ha tocado nacer en un pueblo saqueado y oprimido, en el que las oportunidades se reservan a unos pocos afortunados y que no hay forma viable de revertirlo.
Esto tiene un impacto muy profundo en la idiosincrasia y la cultura latinoamericana, al punto que a veces pareciera que el simple hecho de nacer en este territorio determina nuestra actitud ante la vida.
Esta forma de auto-compadecerse y jugar el rol de víctimas constantemente termina por generar un daño tremendo en nuestras sociedades en muchos aspectos. El político no es la excepción.
Al creer que no se es lo suficiente bueno para mejorar su entorno y sus condiciones de vida por sí mismo, el ciudadano-víctima comienza la búsqueda de salvadores que le muestren “el camino hacia la luz” y que otorguen soluciones fáciles y rápidas a sus tribulaciones. De ahí el gran éxito del populismo en la región.
Una persona acostumbrada a jugar el rol de víctima difícilmente alcanzará a contemplar en su horizonte de posibilidades el atreverse a emprender, correr riesgos financieros o a poder ver el fracaso solo como un paso más en el camino al éxito porque le aterra la incertidumbre.
Por el contrario, un tigre no depende enteramente de sus circunstancias si no que puede influir y tomar acciones para poder explotar aquellas que le favorecen y minimizar o cambiar aquellas que no.
Entiende que ciertamente las cosas pueden ir mal a veces y aunque pareciera que el mundo conspirara en su contra siempre existen formas de poder mejorar y seguir dando pasos hacia el cumplimiento de sus propósitos y metas personales.
Entiende también que su desarrollo y nivel de satisfacción en la vida dependen solamente de él y no de gobernantes en turno, empresarios corruptos o de la caída de un sistema que a todas luces no ocurrirá en el mediano plazo.
La leyenda dice que no fue hasta que el tigre rugió por primera vez que el tigre cayó en cuenta de que en realidad era diferente y podía tener una vida mucho más libre y autónoma. Ese primer rugido del tigre, aplicado a nuestras vidas, es el momento en el que como seres humanos nos damos cuenta de quienes somos en realidad.
Todos tenemos la capacidad de comprender nuestro entorno y utilizar herramientas tan poderosas como nuestra inteligencia o la capacidad de negociación para iniciar nuevos proyectos y dar la vuela a prácticamente cualquier problema que se nos presente.
El famoso economista austriaco Friedrich Hayek decía que quien controlaba las ideas controlaba el rumbo de la sociedad. Es por eso que muchos políticos populistas insisten en hacernos ver lo “desdichados” y “abusados” que somos, para poder después erigirse como supuestos salvadores y de esa forma poder mantener su estilo de vida lleno de poder, lujos y privilegios.
Son estos políticos aquellos que insisten sin cesar en el discurso victimista porque sin víctimas ya no tendrían seguidores a los que predicar. Nadie compraría sus promesas de situaciones inalcanzables en la realidad pero que resultan tremendamente atractivas para aquellos que buscan salidas fáciles.
Mucha gente hoy por hoy quiere colgarse del Estado y esto está teniendo consecuencias devastadoras en la región.
Dejar de ver al Estado como un ente salvador que provee soluciones, regalos, apoyos y comenzarlo a ver solo como un ente impartidor de justicia y solucionador de conflictos entre privados —en un primer paso a nivel cultural— que puede definir el rumbo ideológico y económico de Latinoamérica.
Mientras sigamos pensando que no somos más que ovejas que necesitamos un pastor que vele por nosotros y nos guíe seguiremos estando a merced no solo de los tigres, si no de los mismos pastores que normalmente no son más que lobos disfrazados de buenas intenciones.