En días pasados se hizo pública una investigación que reveló datos y cifras escalofriantes de cara a la severa e histórica crisis de corrupción en México. El caso de la “estafa maestra” hace ver al exgobernador veracruzano Javier Duarte como un principiante en el mundo del engaño y como ciudadanos deberíamos reparar un momento en el verdadero causante de este tipo de situaciones indeseables.
En resumen, la investigación documenta cómo desde finales del sexenio de Felipe Calderón y hasta la fecha se tejió una red de empresas fantasma que, coludidas con universidades y diferentes dependencias federales, se dedicaban a vender humo a millones de pesos, simular servicios ficticios de diversas índoles y desaparecer recursos de carácter público.
Se tienen documentadas pérdidas por cerca de 3.433.000.000 de pesos (USD $ 193.179.196) financiadas, obviamente, por todos aquellos ciudadanos que se ven forzados a ceder parte del fruto de su esfuerzo y trabajo a través de impuestos, multas y regulaciones estatales que de poco o nada sirven para el bien común.
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Más allá de que hay nombres de mucho peso involucrados en el millonario fraude, como Alfredo del Mazo (gobernador electo del edo. De México) o Rosario Robles (exsecretaria de desarrollo social) y el altísimo costo político que sin duda tendrá para el gobierno federal y para el PRI, el caso nos obliga a analizar el problema de raíz, que tiene mucho más que ver con el alto nivel de empoderamiento de políticos y funcionarios gubernamentales que con colores partidistas o perfiles electorales.
No podemos olvidar ni dejar pasar por alto que la corrupción es un hilo de dos puntas. De un lado está el “pseudoempresario” o el ciudadano en búsqueda de riquezas fáciles y del otro lado siempre estará el Estado y su ejército de burócratas, con todos los poderes e impunidad de las que gozan en nuestro país.
Aquellos que sostienen que auditorías internas, leyes de “transparencia” o fiscales anticorrupción son la solución a este tipo de males carecen de aplicar la más elemental de las lógicas a sus razonamientos.
Es verdad que un sistema de poderes independientes y de pesos y contrapesos es vital para el correcto funcionamiento de una sociedad democrática, pero pedirle a la maquinaria estatista que funja como juez y parte de sus propios crímenes es una proposición bastante poco probable de materializarse, por no decir utópica.
De todas las dependencias involucradas destacan por sus altos niveles de cinismo y desvío de fondos dos: Pemex y SEDESOL.
Pemex siempre ha sido la representación más fiel del principal valor que un monopolio estatal representa: ineficiencia. Durante décadas, sabedores de su omnipotencia como únicos proveedores de petróleo en el país, se dedicaron a explotar al máximo su mina de oro negro en pro de algunos cuantos políticos encumbrados y a costa del grueso de la población que se veía sumergida en la miseria bajo las políticas de tinte socialista del PRI de los años 70.
El operar de Pemex siempre fue una oda a la ineficiencia cobijados por los falsos conceptos de autonomía y soberanía nacional. Las condiciones globales de competitividad y las recientes reformas estructurales la han puesto contra la pared y sus días parecen estar contados.
Por otro lado, la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL) que supuestamente tiene la función de combatir la pobreza cada año destina miles de millones de pesos a programas asistencialistas y demagógicos que solo alimentan el ego y los bolsillos de aquellos que ven en los pobres a su mayor capital político mientras irónicamente generan más pobreza.
La SEDESOL es una organización que desde sus inicios estuvo destinada al fracaso: la pobreza se combate siempre mediante el aumento de productividad y jamás mediante la redistribución de recursos y programas que siempre terminan por mancharse con las tintas inconfundibles de la corrupción.
Este tipo de aparatos estatistas terminan por ser verdaderas manadas de lobos disfrazados de corderos y superhéroes “antipobreza”.
Día con día cientos casos de corrupción salen a luz y ningún partido ni organismo gubernamental puede decir claramente que tiene las manos limpias. Esto es consecuencia en parte de la gran irresponsabilidad de la sociedad civil que insiste en confiar tanto al aparato estatista, sin darse cuenta que automáticamente eso conlleva a darle más poder al poder.
Casos tan inverosímiles como el Ferrari del ahora famoso “fiscal carnal”, el escandaloso asunto de Javier Duarte o la luja “Casa Blanca” de EPN terminan por ser reflejo de la cultura que se vive día a día en las oficinas gubernamentales de cada rincón del país. La corrupción se ha vuelto un modo de ver la vida y para erradicarla el primer paso es devolverles el poder a los ciudadanos.
Con el ambiente político y social que vivimos hoy en día y de cara al proceso electoral de 2018 es una irresponsabilidad que los políticos esperen que creamos en ellos y sus propuestas estatistas agresoras de las libertades individuales; ¿con qué cara el gobierno exige que paguemos nuestros impuestos y cumplamos con nuestras obligaciones fiscales cuando vemos el derroche y el mal uso que se les dan a nuestros impuestos? ¿acaso no resulta absolutamente obvio que si se está haciendo un mal uso de ellos la respuesta lógica sería, de entrada, ya no confiarles más recursos?
Debemos quitarnos la idea de que el gobierno debe proveernos de todo aquello que necesitamos y comenzar a exigir libertades para salir adelante por nuestra propia cuenta. Mientras sigamos asignándoles el rol de ángeles guardianes a políticos sin escrúpulos difícilmente podremos revertir el clima de corrupción y la falta de Estado de derecho que vivimos día a día.
Casos como el de “la estafa maestra” deben causarnos indignación y sed de justicia, pero también es una oportunidad (otra más) de marcar un parteaguas en la forma en que percibimos el rol del Estado en nuestras vidas y reflexionar sobre el alto costo que tiene no establecer límites claros a los accionares gubernamentales.
Es momento de construir una agenda política y social basada en los valores de la libertad y la corresponsabilidad ciudadana.