Lo increíble sucedió este Domingo en Rusia cuando la selección mexicana de fútbol derrotó a la alemana al más puro estilo de David frente a Goliat en su debut en la justa mundialista.
En México hay de dos sopas cuando se habla de fútbol: o tienes 6 años de edad o menos o hablar de la historia de la selección mexicana es hablar de fracasos, del “ya merito”, del “jugaron como nunca y perdieron como siempre” y de cientos de veces que la selección se convirtió en un semillero de irracionales esperanzas que jamás pudieron germinar.
Personalmente, recuerdo la primera vez que vi perder a México en octavos de final; tenía cuatro años cuando le dije a mi padre “ya no le quiero ir a México, ahora le voy a Bulgaria” antes de recibir una de mis primeras y más importantes lecciones de lo que “lealtad “y “fidelidad” significan. Desde ese día, jamás volví a siquiera considerar no apoyar a México en un partido de fútbol.
No creo en los nacionalismos porque me parecen irracionales y peligrosos cuando se vuelven los ejes centrales de agendas políticas. Las propuestas de aquellos que aseguran poder hacer a sus países “grandes de nuevo” me generan náuseas y pensar que en pleno siglo XXI exista gente que crea y defienda la existencia de fronteras geográficas e ideológicas me parece retrograda e insostenible. Sin embargo, tengo que admitirlo, creo en México.
Creo en México y no lo hago por su historia, ni por sus “colores”, ni su himno, ni su comida, ni su escudo ni mucho menos su selección de fútbol. Creo en México porque aquí aprendí de mis abuelos lo que significa amor, porque aprendí de mis amigos y compañeros que tal vez solos vayamos más rápido pero juntos siempre iremos más lejos y porque aquí comprendí que una vida en libertad es un tesoro infinitamente más valioso que cualquier posesión material.
Creo en México porque, contrario a lo que todos los índices de corrupción y calidad de vida parecen indicar, todos los días veo a mi alrededor a gente honesta que no tiene empacho en mirar de frente y a los ojos a los demás porque no tiene nada que ocultar. Creo en México porque estoy seguro que somos muchos más los mexicanos buenos que los gandallas y corruptos que tanto han ensuciado nuestra imagen como país.
Creo tanto en México que me es imposible permanecer indiferente ante la impunidad, la falta de Estado de Derecho, los terribles índices de mortalidad a manos del crimen organizado o la lacerante pobreza de millones que se viven a lo largo y ancho del país.
Por eso me duele un tanto más que, cuando se trate de política, no tengamos más argumentos que votar por “el menos malo” o “el que ya le toca” motivados por el resentimiento y la necesidad de castigo cuando deberíamos estar evaluando cuestiones mucho más trascendentales, como cuál de las opciones se comprometerá a respetar las libertades individuales sin ponerlas a merced de los poderes estatales.
Me duele ver la gigantesca dependencia que como ciudadanos tenemos y sentimos hacia gobiernos que nos han demostrado una y mil veces ser ineficientes y corruptos cuando de generar bienestar se trata.
No creo en ningún político ni me atrevería a invitar a nadie a votar por algún candidato. Solo creo en México, entendido como millones de individuos que pueden valerse por sí mismos para construir sus vidas libremente, y nada más. Por eso cuando veo a mexicanos triunfar como lo hizo la selección me llena de orgullo y esperanza.
Me niego a creer que la mejor opción para nuestro país sea castigar a aquellos partidos que lo han hecho mal (PRI, PAN) dándole el poder a otro que representa todos los vicios de un pasado que fue mucho peor (MORENA). Me niego a creer que una generación como la mía no tenga de otra que apostarle al “socialismo del siglo XXI” que tanta miseria y fracaso ha traído al resto de la región y el mundo en general.
Mientras el candidato de izquierda y su extraña obsesión con el pasado, habla de cancelar proyectos de infraestructura, de revertir reformas, de implementar políticas económicas proteccionistas y de restituir al Estado como el “salvador” de los pobres yo veo a cientos de trabajadores labrando su futuro en base al esfuerzo propio y al ahorro y a miles de nuevos jóvenes buscando innovadoras maneras de combinar tecnologías y su entorno para generar bienestar en la sociedad.
Yo no quiero un México que vaya hacia atrás ni que ponga sus esperanzas a cuestas de una sola persona, yo me imagino a un México con menos barreras para el progreso, con más libertades para poder construir nuestras vidas como mejor nos convenga y con la convicción clara de que lo mejor siempre está por venir.
Javier “el chicharito” Hernández decía en una entrevista para un conocido medio deportivo hace un par de semanas que era necesario tener sueños grandes para poder después poder llevarlos a cabo, un poco a modo de invitación, pero también a modo de reclamo a una sociedad que parece estarse olvidando de hacerlo
Antes del domingo, casi nadie apostaba un peso por la selección mexicana de fútbol, pero los partidos de fútbol se ganan o se pierden solo hasta que se juegan. Las estadísticas y los momios no juegan una vez que el balón comienza a rodar.
El siguiente 1 de Julio México juega su partido más importante contra el populismo y contra la demagogia como formas de gobierno. Contrario a lo que muchos nos han querido hacer creer ningún arroz se ha cocido aún y las encuestas tampoco cuentan verdades absolutas.
No basemos nuestras decisiones en discursos victimistas ni retrogradas. No confiemos nuestra capacidad de soñar a nuestros políticos y gobernantes, sean del partido que sean. Exijamos mayores libertades y seamos más responsables cuando miremos de frente al futuro. Nada está escrito aún.
Para atrás no demos un paso ni para tomar vuelo y como bien dice “el chicharito”: “Imaginémonos cosas chingonas carajo… ¿por qué no?”.