Por Joisy García Martínez
En 1913 el estadounidense Elmer Roberts publicó el libro Socialismo monárquico en Alemania, donde describe las políticas económicas llevadas a cabo por el Gobierno imperial de Alemania desde finales de la década de 1870, las que son denominadas por su autor como “socialismo monárquico”.
Hace más de medio siglo, el principal hombre del movimiento socialista británico, Sidney Webb, declaraba que la filosofía socialista no es “sino la afirmación consciente y explícita de principios de organización social que ya se han adoptado en buena parte inconscientemente”. Y añadía que “la historia económica del siglo XIX era una historia casi continua del progreso del socialismo”.
Como es conocido, existen muchos defensores del intervencionismo, quienes lo consideran el modo más apropiado para llegar, paso a paso, al socialismo. Pero también hay muchos intervencionistas que no son abiertamente socialistas —ellos buscan el establecimiento de una economía “mixta” que garantice un sistema permanente de gestión económica. Desean restringir, regular y “mejorar” el capitalismo, pero mediante decretos coercitivos que regulen la actividad empresarial y sus negocios.

Según nos describe sabiamente el profesor Ludwig Von Mises en su magistral libro Caos planificado, existen dos patrones para la consecución del socialismo. El primero podría identificarse como el patrón ruso o marxista, algo puramente burocrático donde “todas las empresas económicas son departamentos del Gobierno igual que la administración del ejército y la armada o el sistema postal. Cada fábrica, tienda o granja tiene la misma relación con la organización centralizada superior, igual que una oficina de correos con el Cartero General. Toda la nación forma un solo ejército laboral con servicio obligatorio: el comandante de este ejército es el jefe del Estado”. Aclaro que no necesariamente estoy ironizando sobre el caso de Cuba.
El segundo patrón podemos llamarle el sistema alemán o zwangswirtschaft, el cual difiere del primero en que: “aparente y nominalmente, mantiene la propiedad privada de los medios de producción, el emprendimiento y el intercambio de mercado. Los llamados empresarios hacen las compras y ventas, pagan a los trabajadores, contraen deudas y pagan intereses y amortizaciones. Pero ya no son empresarios. En la Alemania nazi se les llamaba directores de tienda o betriebsführer. El Gobierno dice a estos falsos empresarios lo que quiere producir y cómo; a que precios comprar y a quién; y a qué precios vender y a quién. El Gobierno decreta con qué salarios deberían trabajar los obreros y a quién y bajo qué condiciones deberían los capitalistas confiar sus fondos”.
Este segundo patrón es socialismo con la apariencia externa de capitalismo, donde se mantienen algunas etiquetas de la economía capitalista de mercado. Sin embargo, es algo completamente distinto de lo que significa economía de mercado. El sistema de una economía de mercado intervenida –o intervencionismo– difiere del socialismo por el mero hecho de que sigue siendo una economía de mercado. Es necesario apuntar este hecho, para evitar la confusión entre socialismo, intervencionismo y capitalismo.
Desde tiempos inmemoriales, reconocidos economistas han llamado la atención sobre estos hechos, coincidiendo en que los métodos del intervencionismo están condenados al fracaso. Esto significa que las medidas intervencionistas deben necesariamente generar condiciones que, desde el punto de vista de sus propios defensores, son menos satisfactorias que el estado previo de las cosas que pretenden alterar. Estas políticas son, por tanto, contrarias a sus propósitos.
En una verdadera economía de mercado, el instinto propio de la evolución capitalista intentará aumentar constantemente los salarios reales, ya que es el efecto de la acumulación progresiva de capital por medio del cual se mejoran los métodos tecnológicos de producción. No existe ni podrá existir otro medio por el cual pueda aumentarse el nivel de vida para todos los que quieran obtener un salario digno, que no sea por el aumento de la cuota por cabeza de un capital bien invertido.
Este breve análisis nos lleva a catalogar, sin temor a equivocarnos, que las nuevas medidas implementadas por el supuesto asesor y zar de la economía y las finanzas Marino Murillo, solamente le han agregado más estatura al enorme muro que restringe los resultados reales para la empresarialidad y el cubano de a pie.
Las emergentes medidas económicas de saltitos hacia adelante y hacia atrás implementadas por el general y su cuerpo de asesores, continuarán —por su desmotivador intervencionismo— siendo un murillo mucho más que elevado para alcanzar el urgente progreso que necesita nuestra nación.
Joisy García Martínez es un periodista independiente cubano y fundador del Club Anarcocapitalista de Cuba. Síguelo en Twitter en @criolloliberal.
Artículo publicado originalmente en Primavera Digital.