Por Francisco Sánchez
EnglishCuando hablamos del Muro de Berlín y lo épico de su derrumbe, caída o apertura, nos referimos no tan solo a esa inhumana estructura física, sino también al cruento sistema totalitario establecido en la desaparecida República Democrática Alemana.
Así es inhumano y totalitario, un régimen que estableció el terror como herramienta para el control de su población, la desconfianza entre las personas y el establecimiento de cruentos sistemas de tortura y supresión de las aspiraciones humanas. Muy poco se suele hablar de este intento de “paraíso en la tierra” por parte de quienes hoy por hoy se autodenominan “paladines de la defensa de los derechos humanos”.
En efecto, no fueron pocos los chilenos que por la vía del exilio, o autoexilio, arribaron a Alemania del Este posterior al colapso del proyecto de la Unidad Popular. Su nula critica o justificación de aquel sistema del terror hasta el día de hoy deja estupefacto por su contradicción o explicación simplista que costó la vida de miles de personas y trató de imponer la voluntad del Estado por sobre la legitima esperanza de que cada persona forjara su propio destino y libre búsqueda de su felicidad.
Fueron cientos los que con éxito cruzaron el muro y relataron los horrores de aquel país utópico que muchos veían como modelo.
De esta manera, la justificación o simple “amnesia al horror” de la izquierda chilena nos hace meditar que estos regímenes totalitarios no tan solo son justificados sino aspirados por algunos de ellos —no por el hecho de justificar a Cuba, Venezuela o Corea del Norte, sino al tratar de establecer una memoria que sea favorable a sus fines políticos y acceso al poder.
La República Democrática Alemana, fue en sí un régimen en donde el rol del Estado era el principal impulsor y controlador de la vida cotidiana y pública —un Estado policial en donde la inmensa red de agentes, informantes y colaboradores hacían dudar de los vecinos, amigos y familiares. El acceso a sus archivos ha entregado evidencia tangible de cómo el terror, la tortura y los juicios arbitrarios eran cosa cotidiana; su objetivo mantener una población cautiva, temerosa y con una “lealtad a la causa” que permitiese la instauración del “paraíso en la tierra” bajo la consigna de la lucha de clases.
Sin embargo, aunque trágica, la historia de sus ciudadanos no pudo ser contenida, pues fueron cientos los que con éxito cruzaron el muro y relataron los horrores de aquel país utópico que muchos veían como modelo. Ellos dieron testimonio de la resistencia en la clandestinidad de círculos de lectura, reuniones de escucha de señales de radio de Occidente y de qué manera el incontenible espíritu humano esperaba el momento para explotar y ejercer la libertad.
Es importante comprender que la caída del Muro de Berlin no responde tan solo a una decisión de los jerarcas del bloque oriental por razones de Estado, sino también a una incontenible situación social que no iban a poder controlar en el corto plazo. El espíritu de las personas que ansían libertad —a pesar del terror, los mecanismos de control y la dictadura del hambre impuesta— pudo poner en jaque a uno de los sistemas totalitarios más crueles en la historia del mundo.
Así como caen estos regímenes, también vuelven a surgir otros.
Recuerdo aún siendo niño ver cómo esas personas encaramadas en el muro cantaban y se abrazaban, bebían y vitoreaban. Algo para mí incomprensible en ese momento, escuché las sabias palabras de mi padre: “el mundo cambió”…
Así fue, pero al parecer la memoria continua siendo frágil y conveniente para aquellos que aun enarbolando la bandera de “la lucha de clases” y “los procesos irreversibles”.
Pasaron 25 años de aquel instante en que realmente el mundo pareció detenerse y comenzar un rápido caminar al volver a creer en las personas. Sin embargo, transcurrido ese tiempo, también nos hace reflexionar que así como caen estos regímenes, también vuelven a surgir otros. Es a lo que se refería Thomas Jefferson al decir “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”.
De ahí la importancia de la historia y hacer presente a nuestros jóvenes que quienes propician el paraíso en la tierra lo hacen con alambradas, muros de concretos y terror. En nuestros tiempos aún perduran algunos muros, otros se están edificando fomentados por el populismo y la demagogia, pero lo importante es tener presente que aunque estos muros pasan desapercibidos ante nuestros ojos, es necesario estar alertas y tener claro que la libertad es algo por lo que se batalla desde las ideas cada día, pues, hay modelos que ya pasaron de moda.
Francisco Sánchez Urra es investigador de Fundación para el Progreso, investigador senior de Ciudadano Austral y miembro del Consejo Académico del Grupo de Pensamiento Social Jean Gustave Courcelle-Seneuil en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Síguelo @fsanchezcu