El debate sobre la legalización de las drogas puede darse dentro de dos esferas. La primera es la de orden económico y la otra está relacionada con lo ético. Ahora bien, resulta necesario tener en cuenta que algo puede ser económicamente deseable y, al mismo tiempo, poco ético, e inmoral. En aquellos casos, debe primar el segundo componente.
Incluso si llevar a cabo alguna acción trae beneficios materiales para todos, si va en contra de la ética y la moral, no debe realizarse. Sin embargo, tal contradicción no tiene lugar en el debate en cuestión, tanto si se habla en el plano económico como en el ético, la legalización de las drogas es la elección correcta.
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Con respecto al debate dentro de la esfera económica, el argumento de quienes se oponen a la legalización es que, si las drogas fueran legales, aumentaría el consumo. Sin embargo, los expertos afirman que no es así. Dentro de la abundante literatura que se puede citar al respecto, Becker, en su artículo “La teoría económica de los bienes ilegales: el caso de las drogas“, afirma, en línea con otros expertos, que la forma más efectiva de reducir el consumo es legalizando las drogas.
Mantener las drogas en la ilegalidad aumenta el precio, y aunque la demanda del “bien” es bastante inelástica, su consumo se ve reducido con tal incremento.
Sin embargo, legalizar las drogas no quiere decir que vaya a aumentar la cantidad consumida. Si, como con cualquier bien, se grava su consumo con impuestos — no digo que esto es lo que yo quisiera, sino que es lo que sucedería — surgiría una disminución incluso mayor de la que se consigue manteniendo las drogas en la ilegalidad.
Pero además, legalizarlas asegura que una gran cantidad de bandidos se van a quedar sin dinero para financiar sus crímenes, y proteger sus rutas mediante asesinatos y sobornos a la policía. Y recuerden, los narcotraficantes son un cartel protegido por el Gobierno, al igual que todos los carteles. La prohibición de las drogas les genera una ganancia de tal cuantía que les permite corromper funcionarios e incluso les genera incentivos para asesinar.
Queda claro entonces que, ni siquiera en el plano económico y con una visión utilitarista, la solución es la ilegalidad. Es decir, incluso si ponemos como objetivo principal lograr la disminución del consumo (objetivo que es cuestionable y que no es objeto de debate aquí), la legalización es la mejor opción.
Ahora bien, la discusión no se debe dar en términos utilitaristas, como fue expresado anteriormente, lo que debe primar es lo correcto y no lo que mayores beneficios económicos nos conceda. Aún si el análisis costo-beneficio arrojase que es más eficiente prohibir las drogas, no estaría de acuerdo con tal política.
Prohibir las drogas y atentar contra el principio de libertad
Recuerde que prohibirle a alguien consumir cualquier bien, es atentar contra el principio de libertad y propiedad. La más importante propiedad que un individuo tiene es su propio cuerpo. Podría suceder que efectivamente alguna de las sustancias que alguien consuma sea dañina para la salud, sin embargo, aunque el interés sea bueno y solo se quiera ayudar, no se le puede negar a cada quien el derecho a hacer con su vida y con su cuerpo lo que él considere deseable.
Uno puede considerar que consumir drogas es un acto equivocado, peligroso y dañino, pero no es correcto trasladar tal pensamiento a la esfera pública
Ningún grupo de personas ni ningún Gobierno debe prohibirnos hacer lo que consideremos conveniente con nuestro cuerpo, incluso si esto nos ocasiona algún daño. Quienes afirman que el Estado debe protegernos de nosotros mismos, deberían, en su lógica macabra, prohibir entonces que la gente practique deportes extremos o que haga misiones de caridad a lugares en guerra. Tal intromisión en la vida de los individuos resulta, a todas luces, ridícula.
La gente debe aprender a distinguir entre el plano personal y el político, entre lo público y lo privado. Uno puede considerar que consumir drogas es un acto equivocado, peligroso y dañino, y tales consideraciones son válidas en el ámbito personal, pero no es correcto trasladar tal pensamiento a la esfera pública e intentar imponer sus ideas a los demás.
Si considera que el consumo de drogas es degradante, no lo practique. Si quiere promueva el llevar una vida saludable, o incluso puede excluir y discriminar a los que consumen y así generar presión social y manifestar su descontento. Pero pedir que el Estado lo penalice, es violar las libertades individuales.
Si usted está en contra de la legalización, recuerde que los narcotraficantes están de su lado, y eso es porque ellos saben que si se legalizan las drogas se les acaba el negocio. Si lo que le preocupa es el consumo, no se afane, este no va a aumentar. Pero más allá de abordar esta discusión con una visión utilitarista, piense que por muy buena que sea su intención, obligar a otros a comportarse como usted considera que es correcto, es un acto muy poco ético. En otras palabras, es aplastar las libertades individuales y creerse con la potestad de manejar la vida de los demás.