
La semana pasada estuve en El Salvador, la primera vez que hablé sobre el “acuerdo de paz” firmado en Colombia mi interlocutor me interrumpió sorprendido: “es igualito a lo que pasó acá, calcado”.
Yo ya sabía que la situación que vive el país centroamericano es el futuro que le espera a Colombia si los acuerdos con las FARC no se hacen trizas. Con solo hacer una búsqueda básica en internet se pueden ver las similitudes entre los dos acuerdos y los resultados que tiene El Salvador más de 20 años después. Sin embargo, hay cosas que los datos en internet no cuentan y que asombran aún más.
En una reunión con empresarios de El Salvador, estábamos hablando de su fundamental rol en situaciones como la que atraviesa Colombia y que atravesó el país centroamericano en su momento, les contaba que en nuestro país los empresarios, salvo contadas excepciones, se han quedado callados ante lo que ocurre.
Por varias razones los empresarios deberían ser los primeros en reaccionar ante estos peligros. Son ellos los que tienen el dinero para costear divulgadores, organizadores y académicos que puedan explicarle a la población la desgracia del socialismo. Pero, sobre todo, son ellos, por su ocupación, los que primero suelen darse cuenta y entender la desgracia que se cierne sobre un país.
Son ellos los que mejor entienden que un país sin propiedad privada es un país sin inversión y sin empleo. Son ellos, también, los que primero empiezan a ver los signos de decaimiento de la economía.
Sin embargo, les contaba a mis contertulios, que en Colombia, aunque ya la están pasando mal, no han sido capaces de alzar la voz o de organizarse, en nuestro país ni siquiera hay un centro de pensamiento que se dedique a divulgar el liberalismo económico.
Ante mi reclamo me contestaron que en El Salvador había pasado lo mismo. Los grandes empresarios se quedaron callados en el momento en el que más tenían que actuar. “Siempre pasa lo mismo, en Venezuela fue igual”.
Se referían a los inversionistas “enchufados” que viven de pagarle al Gobierno para tener privilegios. A estos hombres no les importa si quien está arriba es de derecha, izquierda o si es un asesino, solo necesitan que les garanticen sus privilegios.
Si alguien podía hacer algo para frenar el avance de la guerrilla en El Salvador, a inicios de los 90, después de firmado el “proceso de paz”, eran los empresarios. Y si alguien puede hacer algo hoy en Colombia antes de que nuestro país se vuelva como El Salvador son los empresarios.
Y no es que esté tirando a la basura los esfuerzos que podamos hacer los jóvenes, intelectuales, divulgadores y, en general, convencidos del liberalismo económico. Pero no solo es que es muy difícil cambiar las ideas predominantes en una sociedad sin tener quien financie la divulgación de los principios liberales, sino que, además, estos señores empresarios le dejan el camino libre a los socialistas para que lleguen al poder. No hacen ningún tipo de oposición, sino que negocian con ellos para seguir con sus beneficios.
Sigo metiendo el dedo en la llaga. Ahora es el turno del Centro Democrático, el partido de derecha en Colombia, que niega ser de derecha porque a su jefe le da miedo perder votos por parecer muy extremo.
Después de contarles a estos empresarios que los guerrilleros van a tener curules en el Congreso, que siguen teniendo dinero y armas, y que con todo eso es muy posible que consigan varios puestos en el legislativo, vino la pregunta del millón: ¿y no hay un partido que haga oposición?
Mi respuesta fue: sí, pero no sé qué tanta oposición hace. Su líder niega ser de derecha e incluso a sus convenciones invitan a gente de izquierda. Y, en todo caso, la propuesta del partido no es destruir los acuerdos con las FARC, no es meter a la cárcel a la cúpula de la guerrilla, como debería ser. No.
Y el problema no solo es que en Colombia no haya una derecha que se identifique como lo que es y que defienda los puntos que eso implicaría, sino que con sus titubeos y su tibieza espantan a quienes a gritos piden derecha y hacer trizas el acuerdo con las FARC, que no es poca gente. Me extraña que el expresidente Álvaro Uribe no sea capaz de ver esto.
Lo mismo ocurrió en El Salvador. Estos empresarios con los que hablaba me cuentan que el partido de “derecha” para 1992, Arena, empezó también a ceder, a reunirse con la izquierda para ganar votos y, finalmente, todo el espectro político se desplazó varias millas hacia la siniestra.
Hoy, Arena, de cuando en cuando, sale con propuestas incluso más de izquierda que las que hace el FMLN, el grupo político que resultó de la guerrilla salvadoreña y que al igual que las FARC conservaron su nombre.
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El Salvador es hoy en día uno de los países más violentos del mundo. Allá, al igual que acá, le dijeron a la gente que después de que se firmara el acuerdo de “paz” se acabarían los muertos. Sin embargo, el año pasado tuvieron 81,2 muertos por cada 100.000 habitantes. En el 2015 El Salvador fue catalogado como el país más peligroso del mundo entero.
También allá, para 1992, la gente decía que la guerrilla nunca llegaría al poder porque nadie votaría por ellos. Lo mismo dicen hoy en Colombia. El actual presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, es un guerrillero.
No solo el presidente es un criminal, los guerrilleros del FMLN se han tomado casi todas las instancias del Gobierno. Y todo esto lo lograron sin dos pequeñas ventajas que sí tienen las FARC. Los guerrilleros salvadoreños no tenían curules aseguradas en su cámara, tampoco eran el cartel más grande del narcotráfico.
En Colombia los guerrilleros de las FARC están haciendo lo mismo que los del FMLN, solo que acá lo hacen mejor, con la experiencia y las correcciones que les resultaron de ver lo que pasaba en El Salvador.