El viernes pasado, en México Libertario (la organización de la que soy secretario general) tuvimos el honor de organizar la presentación oficial en México del nuevo libro de Gloria Álvarez, “Cómo hablar con un conservador”, con un gran éxito de público y de ventas.
Este es un libro importante, por su altura de miras y lo oceánico de sus intereses: muchísimos son sus temas, autores y derivaciones. Pero yo quisiera destacar que este nuevo libro, como el anterior, “Cómo hablar con un progre“, es una invitación al diálogo y a la comprensión mutua. Es reconocer que se puede dialogar con gente con la que tienes profundos desacuerdos, pero dialogas; no se trata de desacreditarlos, silenciarlos ni asesinarlos. Pero también es una invitación a reconocer las diferencias y a actuar en consecuencia.
Muchísimos liberales hemos advertido del creciente endurecimiento (¿coloniaje?) conservador dentro del libertarismo. Pienso en la propia Gloria, en María Blanco, en José Benegas, en Iván Carrino y muchos más. Así, una de las características del liberalismo hispanoamericano es la gran cantidad de conservadores que se llaman liberales o libertarios y empañan, por ejemplo, las libertades individuales con el anacronismo del golpe de pecho, o la libertad económica con el patrioterismo del himno nacional. En tal sentido, el libro es pertinente, además de importante: se trata de impulsar y debatir más ideas de libertad y menos de control y coacción, así como dividir las aguas para evitar tales confusiones, que nos desacreditan a nosotros, los liberales y libertarios.
A pesar de trabajar desde 2003 en estos temas, no soy nadie para repartir credenciales de libertarismo. Ni aspiro a serlo. Pero en redes sociales, básicamente, me ha tocado enfrentar y debatir a muchos de estos nuevos “liberales” y “libertarios”. Curiosos: no argumentan, insultan. No dialogan, descalifican. No analizan, sino que adjetivan. No tienen la generosidad de comprender sino que descalifican automáticamente con unos pocos conceptos universitarios mal masticados. Al final, no creen en la libertad, sino en la imposición de sus valores. No creen en éticas individuales, sino solo en una, la “correcta”, colectivista: la suya.
Son “libertarios” que creen que ser libertario significa ser un furibundo anti-izquierdista. O etiquetar a todos los homosexuales como “lobby LGBTI”. O que significa coaccionar, prohibir estatalmente comportamientos como el aborto, o consumir drogas, o el matrimonio entre personas del mismo sexo, o la migración ilegal. O que es dar una importancia casi total, prácticamente única, a la economía. Pero se equivocan: Ser libertario significa, en primer término, creer en la libertad, como un valor civilizatorio, unitario, sin dobleces ni excepciones. Todo lo demás son simples sucedáneos. O fracciones de libertad que no son el todo, que no son, no llegan a ser la plena libertad.
En realidad, son conservadores que hablan de liberalismo, pero que finalmente lo quieren solucionar todo dando subvenciones o repartiendo prohibiciones estatales al por mayor. Así, ser liberal en lo económico o anti-izquierdista en lo político no les hace libertarios de verdad. Son, en realidad, ultra conservadores light blanqueados con las palabras liberalismo y libertarismo. Son adolescentes que creen que el liberalismo es odiar al prójimo o ayudarse del Estado para imponer una moralidad. Son conservadores que utilizan el adjetivo liberal para tranquilizar sus conciencias, tener una etiqueta política más presentable y, en consecuencia, vender mejor su producto y sus recetas.
El libro también es pertinente por el momento actual de México, con un presidente que se autodefine como “liberal” y, en cambio, encarna el conservadurismo más extremo y estatista, pero que aún así, tiene el cinismo de llamarnos “conservadores” a los liberales, todos los días. En realidad, si alguien ha hecho de su carrera política un rechazo y una impugnación contantes de la tradición liberal ha sido, precisamente, López Obrador.
Su discurso incoherente en contra, por ejemplo, de la propiedad privada, del libre mercado y del “neoliberalismo”, sin explicar cuál es la diferencia que cree que haya entre éste y el liberalismo, ejemplifica muy bien que no sabe que es ser liberal, exactamente como los conservadores a su derecha: Solo tienen lo liberal es sus discursos. Y precisamente para no servir a este tipo de oportunistas, es por lo que urge desentrelazar el movimiento liberal/libertario del conservadurismo, tanto en su variante de derecha, como en su variante de izquierda, tan coercitivas y estatistas una y otra.
El libro de Gloria Álvarez es un útil recordatorio de que en Hispanoamérica necesitamos más ideas de libertad y menos control. Menos Rothbard (tardío) y más Mises. Nos falta más liberalismo y menos exabruptos conservadores. Nos falta más libertad económica y menos control de las ideas y las vidas. Nos falta más liberalismo y en contraste, menos conservadurismo y menos socialismo. Nos faltan más partidos liberales y menos conservadores y socialistas. Nos hacen falta, en suma, más liberales/libertarios dispuestos a defender y a tratar de concretar sus ideas.
Gracias a los presentadores del libro en México: a Gustavo Villegas, al diputado Jorge Triana y, especialmente, a Roberto Briones y Eduardo Ruiz, con quienes platiqué mucho sobre el libro, fui planeando paso a paso el evento y lo presentaron espléndidamente, como los anteriores. Gracias también al equipo organizador del evento: Alma Islas, Alejandro Vega, Osvaldo Flores, Baruck Sandoval y Jean Carlo Portillo, por su profesionalismo y entrega. Gracias, finalmente, al invaluable apoyo de los empresarios Rafael Mondragón y Alan Mattiello, del diputado Jorge Triana y de Octavio Catalán para la realización del evento. Y claro: a Gloria, a su proverbial generosidad, a su permanente buena disposición y a su inteligencia, que ha dado tanto a los mexicanos en su debate político, mientras que ha recibido muy poco de nosotros.