
Una aprobación del 60% obtuvo el Presidente Piñera en la última encuesta Cadem. Buenas noticas al parecer.
En este escenario, es posible concluir que al menos a simple vista, el gobierno está sintonizado con la gente y hace lo necesario para defender la libertad, la vida y la propiedad que bajo un estado de derecho mejor que en el gobierno anterior, están razonablemente protegidas.
Sin embargo, tal conclusión tendrá que esperar a ver cómo termina la nueva pero nefasta idea del ministro de hacienda de gravar la “economía digital” en aplicaciones como Netflix y Uber.
En vez de solucionar el gran desastre heredado por el huracán socialista liderado por Bachelet, haciendo reformas tendientes a liberalizar la economía rebajando impuestos, incentivando la inversión y con ello reactivando el empleo y dinamizando la economía, el gobierno ha decidido confiar en las recetas obsoletas del keynesianismo.
El ministro de hacienda habló alguna vez de una modernización tributaria que significaría una gran mejora para los usuarios. Si por mejoría se refería a ser capaces de digitalizar mejor los procesos y disminuir el papeleo pero sin rebajar ni un centavo ni un solo impuesto, entonces más que modernización, debió usar el término “digitalización” pues lo único que hace es mostrar de manera más amigable a una generación que está familiarizada con los avances de la era digital, la forma de pagar impuestos, pero de moderno, nada.
Gravar más bienes y servicios de los que ya están gravados y debo decir, injustamente gravados, no resuelve el agujero fiscal que se nos ha heredado del socialismo, lo único que hace es devolvernos a una sociedad medieval, donde seguramente el gobernador colonial Marcó Casimiro Del Pont, se sentiría más cómodo que cualquier ciudadano libre de clase media con un sueldo normal en el Chile de hoy.
En la historia, cualquier gobierno autoritario se distinguía por poner cargas tributarias a los pueblos conquistados, los cuales de no ser pagados, repercutían en crueles represalias para dichas naciones “rebeldes”. Esta modalidad tuvo un pequeño ajuste en la edad media, donde la pobreza se unía con el abuso de los señores feudales, los que por una carga tributaria les permitían a sus inquilinos subsistir en sus territorios en una modalidad de semi esclavitud. Pobre de aquel que no pagara.
La época moderna nos presentó el verdadero capitalismo, con sus virtudes y defectos, pero que moralmente es infinitamente superior a cualquier sistema que haya surgido como su alternativa, pues se basa en resultados dados por decisiones libres de individuos libres que sin ser coartados han optado por aquello que desean para sus vidas y esto genera millones de diferentes resultados que hacen que la vida moderna tenga tanto desarrollo y progreso. El tema de la desigualdad no viene al caso pues aunque esta exista, no es sinónimo de pobreza.
El sentido de justicia que muchas personas tienen y que les hace reaccionar mal frente a la desigualdad, aunque sea resultado de decisiones libres, es el que derivó en la intervención estatal que nos presentaría nuestra primera gran depresión económica mundial en tiempos modernos en el año 1929. Fue esa intervención lo que transformó un vaivén bursátil en una larga y terrible depresión que en Chile llegó el año 1931 dejando al país, según datos internacionales, como la nación más afectada y empobrecida.
La respuesta mundial fue nada más ni nada menos que el perjudicial Keynesianismo que en vez de recuperar la libertad de mercado, solo empoderó al gobierno para intervenir las veces que quisiera distribuyendo la riqueza de manera arbitraria en ocasiones y generando más inestabilidad de la que había antes.
Los impuestos, que habían sido mínimos en Estados Unidos, por una fuerte vocación nacional de libertad, fueron aumentados y reforzados cada año haciéndolos más pesados y encareciendo el mantenimiento del aparato estatal. Este modelo fue adoptado también por Chile y los resultados han sido limitantes ya que han eternizado el camino hacia el desarrollo.
Mientras más impuestos haya, menos libre es una sociedad para tomar decisiones de asociaciones voluntarias, por lo tanto, menos espacio hay para la innovación y el progreso y esa escasez repercute en la habilidad de crear riqueza. En efecto, es menos moral cuanto más reduzca la libertad.
Aquellos que han creado riqueza, saben dónde pueden hacer que se multiplique más y saben dónde hay condiciones más gratas para hacer negocios. Más impuestos, menos inversión y menos recaudación, eso ya debería tenerlo claro un eximio economista como el señor Felipe Larraín. Al parecer su modernización no es más que un movimiento nostálgico hacia la edad media donde los feudales amaban sentirse dueños del castillo con multitudes de vasallos que mantuvieran su estilo de vida a un costo mínimo.
Los servicios de Uber y Netflix ya son pagados por los usuarios a precios accesibles y que los proveedores consideran justos, pues por algo los fijaron de tal manera. Gravarlos solo disminuirá la compra del servicio, volverá la cultura de la piratería con la cual el país ya estaba familiarizado (incluyendo taxis piratas en el caso de reducirse el uso de uber) y no habrá grandes excedentes en las arcas fiscales.
Solo habrá conseguido disminuir la sensación de bienestar nacional. Da la impresión, el señor ministro, de querer defender un monopolio de compañías de taxis y de cables, porque cualquier economista serio confirmaría la futilidad de la medida.
No queremos en Chile un feudo de izquierda más que para todo vea la solución en bolsillos ajenos. Queremos que se note la inclinación liberal del gobierno de Piñera defendiendo la libertad económica al menos (que se supone es aquello por lo que se distingue a la derecha) y creando condiciones óptimas para dinamizar la economía. Mientras menos estado y más sociedad civil, mejor le va a nuestros bolsillos y mejor le va al crecimiento…y con ello, mejor les irá en las encuestas.
Es increíble tener que recalcar estas obvias lecciones de la historia en pleno siglo XXI. ¿O no señor catedrático de Harvard, ministro Larraín?