En Chile llevamos décadas de décadas hablando sobre cómo aliviar los problemas de salud de los ciudadanos. En esto, muchos sugieren soluciones absolutistas o de una sola índole cuando quizá haya que multiplicar el rango de soluciones y no disminuirlo por recelos ideológicos (guiño a la izquierda y a la centro derecha con complejos de socialismo)
Las propuestas son muchas, pero podemos establecer con toda seguridad que aquellos que han llegado al poder en estos últimos 28 años, miran con absoluta sospecha y renuencia la sola idea de abrir un tema tan sensible como la salud al mercado. Que la salud es un derecho, que lo debería cubrir el Estado, que es inmoral que alguien pague para salvar su vida, que el lucro es definitivamente malo y que quienes ven una oportunidad de negocio en la salud, deben sin duda ser seres sin ética y moralmente deleznables.
Todas estas ideas son en Chile la guía del debate y por ello es difícil plantear soluciones reales y sensatas sin desatar un escándalo moralista de grandes proporciones. La verdad sea dicha, hemos visto y vivido la ineficacia del Estado para solucionar problemas urgentes y reales como los de salud, pues como ya sabemos los que alguna vez pasamos por economía básica, los recursos son limitados y las necesidades infinitas, sí, las necesidades médicas también.
No es descabellado pensar que quizá el Estado no sea la solución final a todas nuestras desgracias en términos de salud, tal vez incluir al odiado lucro no sería una mala idea, al fin sí hemos visto que con sus virtudes y defectos, el libre mercado agrega opciones y valor a la sociedad.
Es que el tema del lucro es en realidad una traba para el debate serio. Casi que mencionar la palabra hasta por asomo, implica una condena social y política frente a un ambiente de corrección política cada vez más insufrible, como si los parlamentarios que se escandalizan, también lo hicieran al cobrar su sueldo pagado con dineros públicos.
A esto, podemos agregar que la competencia de privados en la salud ha sido tan limitada en Chile, que ha derivado en monopolios y constantes colusiones. Las barreras para participar son tantas y tan absurdas que en vez de generarse un mercado atractivo para que aquellos que tengan las mejores soluciones puedan competir por la preferencia de los usuarios, se crea una sujeción comercial a los mismos de siempre desvirtuando así el valor de la libertad económica que tanto bien y desarrollo puede producir sobre todo para quienes más lo necesitan.
Vacunas, tratamientos varios, tecnologías médicas y cuanto se pueda mencionar que haya servido para mejorar la expectativa de vida de la raza humana, se ha inventado a un alto costo inicial que con el tiempo, la adhesión de competidores y la masificación, se vuelven accesibles para muchos. Esto aplica casi en todo orden de cosas, entonces ¿por qué en Chile seguimos leyendo noticias sobre miles de personas muertas por atascos en las listas de espera de la salud pública? ¿Por qué nuestras autoridades nacionales y locales siguen proponiendo medidas como la fijación de precios de medicamentos, subsidios varios y farmacias populares, cuando estas medidas son simples parches que a mediano y largo plazo no funcionan?
Hay otras áreas donde la libertad económica ha hecho aportes, como por ejemplo en la industria de la tecnología de la comunicación, donde no alcanzamos a ponernos al día con el último celular cuando ya tenemos uno de mejor generación y a precios accesibles y sin contar las ofertas de las compañías telefónicas. En la salud, la integración de más y mejores participantes que tengan reglas simples pero claras para hacerse parte, aliviarían enormemente la carga estatal que se paga con dinero de todos los chilenos y que definitivamente podría ser orientado a aquellos que verdaderamente no puedan y necesiten la ayuda.
Imaginemos un escenario donde un ministro de salud no diga “hay que ponerle el cascabel al gato” con el afán de controlar las utilidades de las ISAPRES, sino que en coordinación con el gobierno, creen un entorno amigable para dar la bienvenida a la competencia libre de para estas instituciones, más y diversas propuestas, donde existan planes para cada bolsillo, con garantías al consumidor, con una competencia verdaderamente abierta y con un despliegue de inversión saludable para el país (que le vendría muy bien al empleo). Quizás entonces, aquellos enormes números de afiliados que tiene el Fondo Nacional de Salud (FONASA) se vayan descongestionado por una migración de calidad a los servicios privados que cada vez ofrecerían más alternativas.
Tal vez, otro de los escenarios favorables para aliviar la carga estatal en salud, sería la creación de zonas francas de salud, donde bienes y servicios relacionados con la medicina estuviesen exentos de cualquier tipo de impuestos y por lo tanto se pudiera acceder a una salud segura y asumible desde el punto de vista económico. Sería sin duda un buen modo de acortar listas de espera, sumado a los esfuerzos por mejorar los tiempos en la salud pública.
¿Por qué no imaginar zonas francas de medicamentos y también invitar a más laboratorios y farmacias, e incluso supermercados a competir en la elaboración y venta de medicamentos respectivamente? Hay que preguntarse de qué va ese miedo de abrir la puerta a la competencia. ¿Será temor a no poder controlar a tantos participantes? Si es así, la verdad es que reglas simples, claras y pertinentes, un buen servicio del consumidor, una justicia rápida y eficaz (que es para lo que sí se necesita al Estado) serían más que suficiente mecanismo de control de malas prácticas y eventualidades.
Tal vez en vez de intentar deslumbrar a la ciudadanía con subsidios y bonos, sería mejor darle una oportunidad al libre mercado de hacer sus aportes en términos de eficiencia y eficacia accesible. La salud de Chile lo necesita y lo merece. No sería malo que el Estado recuerde aquel dicho que reza: “el que mucho abarca, poco aprieta”