Hace algunos meses hubiera parecido que la leve normalización de las economías avanzadas iba a aumentar las primas de riesgo de los países en desarrollo. Sin embargo, la configuración del riesgo cambió rápidamente.
La Reserva Federal de los Estados Unidos, por su parte, ha decidido postergar el incremento de tasas de interés, mientras que el Gobierno de Ángela Merkel, en Alemania, tuvo un revés en las elecciones locales y no se sabe qué sucederá con las elecciones norteamericanas.
Asimismo, aún no se conocen las consecuencias de las políticas monetarias no convencionales, como por ejemplo mantener tasas de interés negativas y el relajamiento cuantitativo.
- Lea más: Colombia: eliminan libreta militar como requisito laboral
- Lea más: Por la separación del Estado y matrimonio en Colombia
Las monedas de las economías en desarrollo han vuelto a ganar terreno frente al dólar. Las presiones inflacionarias, provocadas por la rápida revaluación de la moneda americana, podrían empezar a ceder.
Colombia he empezado a mostrar signos de estabilidad, la industria tuvo un buen cierre de año. A diferencia de Brasil y Venezuela, el país se salvó de un racionamiento de energía, y los bonos colocados en dólares fueron bien acogidos por los mercados. Tanto así que la tasa de interés de endeudamiento externo se contrajo levemente. Sin embargo, ¿se aprovechó la sequía para dragar los ríos y prevenir el desbordamiento para la temporada de lluvias que se avecina?
Ojalá que esta nueva ola de confianza sirva para calibrar el modelo económico del país. Ya hemos visto lo inestable que puede resultar depender de las materias primas.
Los altos precios de los que gozó el petróleo dispararon el gasto gubernamental en vez de incentivar el ahorro. Actualmente, el país atraviesa un déficit gemelo, fiscal y de cuenta corriente. Los constantes desbalances de nuestro sector externo obligan al país a financiar el déficit con deuda, que a la vez aumenta el gasto fiscal debido a los mayores costos de los intereses.
En años pasados, el problema no era tan visible debido a la gran liquidez que había en la economía mundial. No obstante, el reciente corte en el presupuesto de COL$6 billones (unos US$2.000 millones), demuestra que la coyuntura ha cambiado.
El Estado colombiano y la reforma fiscal
La reforma fiscal que se debate actualmente deberá hacer el sistema tributario más moderno y eficaz. La relación entre impuestos a empresas y a personas está desbalanceada, y la carga tributaria recae en exceso sobre las primeras.
Por otra parte, hay impuestos que desincentivan el ahorro y fomentan las transacciones informales, como los de patrimonio y 4×1.000. Una estructura más amigable para las empresas podría ayudar a fortalecer el aparato productivo y aprovechar el alto precio del dólar.
Aunque la situación haya mejorado, Colombia debe competir con los demás países en desarrollo que atraviesan el mismo contexto. Entre dichas naciones se encuentran las asiáticas, que han logrado consolidar un mejor clima de negocios. Esta competencia podría explicar el largo lapsus de tiempo que les llevó reaccionar a las exportaciones no tradicionales y a la industria, frente a la devaluación del peso.
Asimismo, los altos impuestos empresariales del país incentivan fuertemente la evasión. Además, si al Gobierno colombiano le importaran tanto las fortunas escondidas, habría reflexionado sobre la inconveniencia del billete de $100 mil y los impuestos a las transacciones financieras.
A manera de conclusión, para aprovechar el mini boom que surgió recientemente, el Gobierno deberá ajustarse a la nueva coyuntura económica. Esto se logrará reduciendo el déficit fiscal, que por identidad económica se sabe que está atado al de cuenta corriente, ergo el déficit externo también presentaría una reducción.
Además de esto, hace falta balancear las cargas tributarias y modernizar el sistema financiero para mejorar la competitividad de nuestro sector productivo.