Decían de los Borbones que “ni aprenden ni olvidan nada”, aduciendo una insuficiencia genética de ese linaje dinástico para reconocer sus errores. De ahí sin duda surgió el epíteto de “izquierda borbónica” con el que Teodoro Petkoff caracterizara a esa ultraizquierda criolla que nunca se resignó a aceptar la caída del muro de Berlín o la desaparición de la Unión Soviética. Luego de analizar la alocución del presidente ante la Asamblea Nacional el lunes 14 de enero, llega uno a la conclusión que las políticas económicas del actual gobierno sufren una sobredosis de “efecto Borbón” que ya ha acabado con la mitad del Producto Interno Bruto venezolano y que parece empecinado en ir a por lo que queda de economía.
Esa conclusión se desprende del hecho que los anuncios optimistamente esperados por algunos (y aguardados con escepticismo por quienes ya han visto los tráileres una y otra vez) son prácticamente un calco de los anuncios anteriores y prometen producir los mismos resultados, solo que a una velocidad de deterioro cada vez mayor. Para los fuuncinarios gubernamentales a quienes les traba la garganta usar la palabra “hiperinflación” o “impresión desbocada de dinero sin respaldo”, la velocidad con la que los hechos se aceleran debe ser motivo de reflexión y preocupación. Para muestra, basta un botón.
Al inicio del plan de ajuste Maduro-El Aissami en agosto pasado, el salario mínimo se fijó en 1.800 bolívares. Noventa días después, subiría 150% a 4.500 bolívares. La avalancha de bolívares sin respaldo que se produjo para pagarlo impulsó la hiperinflación de tal forma que, tan solo 45 días más tarde, el presidente y su equipo económico se han visto en la necesidad de volver a aumentarlo a 18.000 bolívares. Es decir, un 300% adicional o, dicho de otra forma, el doble en la mitad del tiempo. A ese ritmo no es aventurado pensar que el próximo incremento tendrá que ser en tres semanas, y quien sabe en qué porcentaje. Lo más grave, sin embargo, es que para cuando se fijó en 1.800 bolívares, ese monto representaba 30,00 dólares a la tasa de cambio libre, mientras que para el 15 de enero ya correspondía a menos de 6,10 dólares.
Simultáneamente, y como si nada, se anunciaba que el sistema de precios acordados continuaría y que las expresiones de buenos deseos, sin medidas concretas creíbles que los sustenten, incluía producir 5 millones de barriles diarios en un futuro no lejano. Esto último viene de quienes han tenido la habilidad de reducir la producción a escasos 1 millón de barriles y reducir el ingreso petrolero no en 944% (como le hicieron decir al presidente sus geniales asesores técnicos) sino en 92%. Por cierto, sería conveniente que esos asesores terminaran la primaria, pues de hacerlo entenderían por qué una reducción de 100% (es decir, a cero) es la reducción máxima posible aritméticamente.
Cuando el presidente habla de “inflación inducida”, tiene razón en lo que percibe, pero no en la causa eficiente que lo produce. Implícito en su comentario está que quien induce la hiperinflación es una oscura fuerza extranjera aliada con una “derecha” nacional empeñada en su propio suicidio, pero ese no es el caso. El único culpable de inducir la hiperinflación es quien da la orden de imprimir cada vez más dinero sin respaldo. Si eso se detuviera, los borbones que gobiernan verían que se precisa tomar medidas concretas en ahorros fiscales, en aumento de los servicios públicos y en crear las condiciones para financiamiento e inversión privada en moneda dura. Mientras sigan haciendo más de lo mismo, la única diferencia va a ser en la frecuencia de los anuncios que pronto tendrá que ser semanal y luego diaria, en esa infructuosa carrera de ganarle espacio a la hiperinflación que ellos mismos inducen con sus políticas insensatas.