
EnglishVenezuela vive una tragedia, su peor momento desde que se independizó hace más de 200 años de la corona española. No solo ha perdido sus instituciones democráticas y está sumergida en la dictadura por una camarilla brutal y completamente inmoral, sino que su economía ha sido destrozada por el socialismo que han impuesto los chavistas hace ya más de 15 años: muere la gente por falta de medicinas, faltan alimentos y toda clase de bienes de primera necesidad y la delincuencia reina sin control en las ciudades y en el campo.
Pero la tragedia no termina allí porque, para mayor desgracia, se han cerrado las vías para que esta crítica situación pueda solucionarse.
- Lea más: Militares en Venezuela también controlarán la distribución de medicamentos de hospitales
- Lea más: Minera canadiense demanda a Petróleos de Venezuela por fraude en canje de bonos
No lo digo por un irracional pesimismo ni por cargar las tintas sobre lo que ocurre allí en estos momentos, sino porque encuentro que la oposición política y la presión internacional colaboran –queriendo o sin querer- con la perpetuación del insolente Nicolás Maduro en el poder.
El Vaticano, por ejemplo, ha ejercido una abierta presión para que la oposición se siente a conversar con el gobierno. Nada de malo tendría eso en principio si no fuera porque la agenda no incluye ningún punto importante y los mediadores internacionales, como el español José Luis Rodríguez Zapatero, han sido abiertos defensores del régimen chavista. Y el diálogo, para colmo, se ha iniciado en el momento en que resultaba menos aconsejable para quienes adversan al gobierno.
Las conversaciones han comenzado cuando la oposición, unificada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), había emprendido ya acciones bastante decididas para lograr el fin del régimen. Se proponía una marcha multitudinaria hacia el palacio de gobierno -cosa que la dictadura ha prohibido desde hace 15 años- y se estaba iniciando un proceso político en el parlamento para destituir al presidente Nicolás Maduro.
Estas acciones, que preocupaban sin duda al gobierno, se han cancelado de modo abrupto con la excusa de que había que ceder para iniciar las negociaciones. En contrapartida la dictadura no ha cedido en nada. Ha puesto en práctica una medida simbólica pero intrascendente: ante el reclamo de la liberación de los presos políticos ha excarcelado a apenas cinco de los detenidos, de un total de 111 presos que mantiene en condiciones que violan abiertamente los derechos humanos.
Solo una dirigente opositora, la valiente María Corina Machado, ha protestado contra esta claudicación de la MUD, que sirve para legitimar al dictador y le permite ganar tiempo para mantenerse en el poder. María Corina ha expresado sin ambages: “Estos no son momentos para ceder, ¡son momentos para avanzar!” No es posible saber, por ahora, hasta qué punto su llamamiento habrá de ser seguido por la ciudadanía, desesperada por la situación en que vive pero temerosa, por otra parte, de la dura represión del gobierno.
Pero las perspectivas, a mi juicio, no son buenas, porque la dirigencia de la MUD solo podrá obtener del régimen no mucho más que simples promesas o concesiones sin valor y porque la llamada comunidad internacional no tiene mayor interés en la caída del régimen.
Esta última afirmación, que quizás pueda parecer exagerada, tiene sin embargo sólidos fundamentos. Ni los Estados Unidos ni las naciones de Europa se preocupan demasiado por la existencia de una dictadura más en nuestro planeta.
Quieren, ante todo, estabilidad, no importa demasiado a costa de qué esta se consiga. Rechazan como casi diabólica cualquier tipo de intervención militar, aun la más benigna, y ponen con esta actitud un freno a la única posibilidad real y concreta de iniciar un retorno a la democracia y la superación de la crisis económica.
Porque a los dictadores como Maduro, reforzados por el apoyo de la corrupta cúpula militar y respaldados por grupos armados de civiles, no se lo podrá sacar del poder por medio de inocuas conversaciones, simples marchas populares o resoluciones parlamentarias.
Necesitan la fuerza, o al menos la amenaza de la fuerza, para hacer verdaderas concesiones o abandonar el poder. Pero si ellos saben que la comunidad internacional prohíbe –de hecho- cualquier acción que pase más allá de las palabras, se sienten confiados y tranquilos. Encarcelan y disparan contra los manifestantes, sabiendo que cada preso que tomen será un rehén con el cual puedan negociar, sin prisa, en interminables negociaciones con la débil oposición.
Lo lamentamos por la querida Venezuela, es muy poco probable –aunque no imposible- que pueda terminar pronto con el nefasto régimen que la oprime. Con la ayuda del Vaticano, Rodríguez Zapatero, los Estados Unidos y los dirigentes de la MUD la dictadura puede hoy descansar tranquila.