Por Guillermo Rodríguez G.
El imitador tardío de aquel Hugo Chávez cuyo partido ocupa el segundo lugar en la intención de voto a las inminentes elecciones parlamentarias en España, aunque no ha dado la talla como caudillo local de una franquicia del Socialismo del Siglo XXI, mantiene las esperanzas de llegar a formar un Gobierno en España por las favorables circunstancias que a su proyecto ofrece el actual escenario social y político ibérico.
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“Mis amigos podemistas de Canarias me dan tanta lástima. Son tan ingenuos, son tan… venezolanos en el 99. ¡Patéticos pero con mayúsculas, en negrillas y subrayado!”, comenta en España, Luis Landa, hasta hace poco director de Formación en el Instituto Ludwig von Mises Venezuela.
Y algo muy parecido se puede decir de los que no apoyan al chavismo español, pero confían que aunque llegase al poder no pasaría nada de lo que ha ocurrido a lo largo y ancho de América Latina, cuando llegaron al poder los representantes de la franquicia neosocialista.
España no es Venezuela dicen confiados, y es tan cierto como que Bolivia o Ecuador tampoco lo eran, ni Venezuela era Cuba, pero en cuanto a las condiciones políticas, económicas y culturales optimas para permitir el asalto chavista al poder, España es ahora más proclive a caer que la propia Venezuela de 1989.
El consenso socialdemócrata del PP y el PSOE sufre un fuerte desprestigio político en medio de la recesión prolongada, lo que es perfecto para un movimiento de izquierda radical envuelto por un movimiento populista amplio y flexible dirigido desde un núcleo central de disciplinados cuadros marxistas con entrenamiento y financiamiento del Gobierno venezolano, porque ese rechazo refuerza paradójicamente las ideas subyacentes de intervencionismo, gasto gubernamental, y orientación al Socialismo que prevalecen entre quienes exigen que se les cumplan previas promesas imposibles declaradas derechas por políticos e intelectuales irresponsables.
Es una ciudadanía atontada, incapaz de comprender la imposibilidad financiera de esa socialdemocracia, empujando hacia un socialismo radical, no sólo financieramente insolvente sino económicamente inviable. Un irrealismo de fondo y mayoritario que el escritor español Carlos Prallong describe perfectamente en su libro: La tiranía de los imbéciles.
El asunto, sin embargo, es que los ingenuos españoles tienen una muy buena posibilidad de salvarse de la pesadilla del Socialismo del Siglo XXI, a pesar de sí mismos, porque aunque España si es Venezuela, la de 1989, en casi todo lo que Pablo Iglesias necesita que lo sea, la verdad es que Pablo no es Hugo, al menos no en lo que Podemos necesitaría que fuera.
Franquicias del Socialismo del Siglo XXI
Dos claves de las franquicias del Socialismo del Siglo XXI son contar con un caudillo en torno al cual armar el movimiento y seleccionar el momento preciso para no desperdiciar la oportunidad lanzándose al ruedo electoral antes de tiempo.
En España fallaron en las dos, en izquierda anticapitalista, el núcleo inicial de marxistas que descubrieron en el movimiento de “los indignados” de Madrid la oportunidad de llevar al poder al socialismo radical mediante la estrategia populista que tanto éxito había tenido al otro lado del Atlántico, se decantan por Pablo Iglesias como figura central, por ser el único con suficiente exposición a los medios. Irán mediante, tenía su propio programa de TV, y pronto entraría como tertuliano regular en las grandes televisoras. Es otra versión del “por ahora” de Hugo, pero era y es la figura mediática en la que cada palabra, cada pieza de ropa, y hasta el largo de la coleta, dependen de estudios de mercado, y eso no es un caudillo sino un actor haciendo ese papel.
Chávez controlaba realmente su núcleo central, y a través de aquél al movimiento, por eso pudo evitar adelantarse. Iglesias se adelantó, no a las europeas, que eran un riesgo razonable del que salieron bien librados, sino a las elecciones de autoridades municipales que no sólo le pusieron un techo electoral visible a su movimiento, sino que expusieron sus promesas populistas a la realidad de sus Gobiernos locales, pues como explica el economista español Juan Ramón Rallo, “es curioso que, teniendo Podemos la receta mágica para multiplicar el gasto social y reducir a ritmos acelerados el endeudamiento público, se les haya olvidado recordarnos estos días que la deuda del Ayuntamiento de Barcelona ha aumentado desde que llegaron al poder y la del Ayuntamiento de Zaragoza, también. Insisto, extraño que su misteriosa receta mágica no funcione en estos casos”.
Y aunque la mayoría de los españoles de hoy tienen fe en el Estado y su gasto como solución de todos los males –creencias no limitadas a los votantes de Podemos– pueden dudar fácilmente de la capacidad de unos u otros políticos para aplicar “la magia” en que creen, por lo que ganar importantes alcaldías pudo costarle a Podemos su única bala, ya que como el propio Iglesias declaraba no hace mucho, tenían que ganar a la primera para hacer la revolución desde un Gobierno electo, eso lo aprendieron bien en Venezuela.
Aunque un Podemos gobernándolos los puede conducir fácilmente a una crisis como la que sufre Grecia, y no es poco decir, los españoles incluso en ese escenario se salvaran de lo peor, aunque muy a pesar de sí mismos. Tienen suerte si como parece, Pablo no es Hugo.
Guillermo Rodríguez G. es investigador del Centro de Economía Política Juan de Mariana y profesor de Economía Política del Instituto Universitario de Profesiones Gerenciales IUPG, de Caracas, Venezuela.