Por Daniel Salamanca-Pérez
Dejando de lado la conmoción por la Brexit y en medio de la embriaguez de euforia de tantas personas con el anuncio que se hizo el día de ayer en La Habana sobre el proceso de paz, resulta importante expresar cuatro puntos de reflexión sobre el alcance de lo que se ha firmado.
Es importante problematizar y decantar mucho las dimensiones reales de lo que se dice sobre el proceso de paz en Colombia, teniendo en cuenta que ahora nos toca a los colombianos darle un aval a lo que se negoció con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
1. ¿Un acuerdo histórico?
Difícilmente. Como señala la autora Claudia López en su más reciente libro, Colombia ha adelantado al menos 10 procesos de paz durante las últimas tres generaciones (contando la generación del milenio). En particular, se destacan el Frente Nacional y la Constituyente de 1991. Acá no hay nada nuevo en términos de procesos de paz, aunque sea motivo de júbilo desmovilizar a un ejército de criminales, calificativo que además merece ser problematizado.
2. ¿Las fuerzas del orden terminaron equiparadas a los terroristas?
Falso. Aunque nos pese, las FARC sí tienen una ideología y un discurso, igual que los nazis y los bolcheviques. No por eso dejan de ser criminales. Y si de participación política se trata, claramente prefiero todas las fuerzas discutiendo en el Congreso y no echando bala en el monte, matando civiles con el pretexto de derrotar al socialismo o a la burguesía. Se apagarán solos, porque sus ideas son estúpidas, demagógicas e impracticables.
3. ¿Este acuerdo marca el fin del conflicto?
Falso. Eso sería cierto si en el mismo estuviera involucrado el Ejercito de Liberación Nacional (ELN) y si en este momento las FARC y su guerra fueran los únicos que se interponen para obtener, cuando menos, la paz territorial. No se olviden de las Bacrim. Hay que comenzar a ser conscientes de que la cosa va por otro lado.
Mientras los campesinos sigan teniendo niveles tan bajos de educación, mientras los colombianos no le pierdan el miedo a rasparse las rodillas en el mercado para que aprendan a tomar decisiones gerenciales, mientras existan barreras para hacer emprendimientos, mientras el Estado y los violentos nos digan dónde podemos vivir, mientras nos sigamos creyendo el cuento de que nuestra ventaja comparativa está en las materias primas y no exploremos otras formas de crear valor, mientras sigamos siendo una economía extractivista (como lo éramos cuando hacíamos parte del miope imperio ultracatólico español) mientras sigamos pensando que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja a que un rico al reino de los cielos, continuará el conflicto.
Las economías ilegales como la minería ilegal, el narcotráfico o el contrabando, son prueba de ello, y es por eso que en este país el trabajo honesto (regulado hasta el cogote por unos tipos que nacieron con plata y en cuna de oro) no paga. O por lo menos no paga lo que pagan los negocios ilegales. Hay que dejar el fetichismo legal, el fetichismo oligopólico y darnos cuenta de lo apremiante que es darle rienda suelta a “la autonomía de la voluntad”.
Hay que dejar de desconfiar de los privados, ¿o es que le gustaría que desconfiaran del negocio que usted tiene para sostener a su familia? El problema no es lo privado, es la gente ladrona, traicionera e inescrupulosa, y de esa también hay en el sector público.
4. ¿Le entregaron el país al Comunismo?
No, falso. El Comunismo no va a llegar a Colombia por cuenta de este acuerdo, ni tampoco por la cercanía de este Gobierno con el Gobierno venezolano. Creer eso es simple y llano efecto rebaño. Por el contrario, viene de la mano de cada decisión que usted toma delegándole a la parranda de políticos corruptos que regulen su cultura ciudadana, que le eduquen a sus hijos en valores, pero también viene de la falta de ética de los privados en la prestación de sus servicios, de su incapacidad para hacer una fila civilizada en la puerta de un Transmilenio y luego pedir más policía para que le diga cómo comportarse.
El Comunismo viene de su necesidad de instrumentalizar el uso de la fuerza del Estado para decirnos a los otros lo que debemos hacer, sin que usted aporte su granito de arena, sin necesidad de tener un policía encima.
En resumen, la calidad del debate es absolutamente pobre y, dadas las circunstancias actuales, resulta de la mayor importancia que todos los colombianos con capacidad para votar en el plebiscito venidero seamos conscientes de que lo más sano que podemos hacer es desconfiar de los que nos invitan a formar parte del rebaño del sí o del no, e informarnos por nuestra propia cuenta.
Daniel Salamanca-Pérez es colombiano, abogado y profesor universitario.