Por José Rafael Avendaño
El gobierno totalitario que nos oprime viene de manera consuetudinaria estableciendo pautas definitorias de su específico carácter; impone los objetivos -casi instaurados en su totalidad- a implantar en Venezuela. En anteriores oportunidades hemos manifestado que los compatriotas no hemos agotado la increíble capacidad de asombro frente a las acciones dudosas del régimen de Maduro; son tan numerosas -para abarcarlas a cabalidad- que agotaríamos la extensión en un solo artículo para desarrollarlas a plenitud.
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El pasado 5 de julio acontecieron diversos hechos perfectamente hilvanados para establecer el rol y la conducta asumida, ya sin aspavientos, por el gobierno nacional. El primero, sin duda alguna definidor, fue desconocer al Poder Legislativo, uno de los poderes fundamentales de toda democracia en cualquier latitud; especialmente se quebrantó el papel fundamental establecido por la constitución nacional de 1999. Maduro y su combo (los demás poderes públicos y los militares) decidieron mediante un diáfano golpe seco quebrantar el estado de derecho y los escasos vestigios de dudosa constitucionalidad; en un acto sin parangón en nuestra historia republicana, interrumpieron mediante cadena nacional el solemne acto tradicional realizado en el Capitolio, y, con guapetona provocación a flor de piel, realizaron un remedo de conmemoración -a lo milico- resaltando una indebida unión cívico militar.
En Venezuela -por principios indubitables- no debe haber una unión cívico-militar; la fuerza armada siempre debe estar supeditada al poder legítimamente constituido, el hecho de igualarlos es un despropósito y un absurdo, puesto que jamás estarán en igualdad de condiciones; al tener el uso exclusivo de las armas, se hace nugatoria cualquier posibilidad de entendimiento; el fiel de la balanza se inclinará por quien haga uso de la fuerza bruta. Esta doctrina (militares siempre subordinados al poder civil legítimamente constituido), inequívocamente iniciada por los hechos acaecidos el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811, fue acertadamente complementada por El Libertador y los demás republicanos en nuestra accidentada historia.
Dominé el impulso inicial de apagar el televisor, tragué grueso, y pude observar el desarrollo del desfile: La verborrea, ya nada subliminal, irrumpió abruptamente y sin fatiga. Los venezolanos formamos una especie de “capitis demininutio”; donde somos meros subalternos de los uniformados que nos mangonean. Tampoco el difunto jefe de la robolución -pese a los ataques desproporcionados; algunos fuera de lugar, y del contexto histórico; inferidos a la persona del General en Jefe, José Antonio Páez- se había atrevido a excluir, de manera radical y definitiva, la valía que representó El Centauro de los llanos y el indiscutible aporte de su genio táctico guerrero; además de ser un catalizador efectivo para la incorporación de las clases desposeídas que apoyaban mayoritariamente a los realistas. Todo fue útil para la consolidación de la república.
Combatir la exclusión excluyendo es un contrasentido. Luego de presentar el caballo blanco con la espada donada por el Perú al Libertador, desfiló un caballo negro portando la espada del General en Jefe Rafael Urdaneta (Héroe meritorio sin duda), soslayando –muy al estilo estaliniano- al prócer ascendido al más alto rango del ejército la propia mañana del 24 de junio de 1821 en Carabobo. La memoria del excluido no necesita de defensa alguna puesto que su nombre y ejecutorias en la gesta independentista están indisolublemente ligados a la venezolanidad. Sin embargo, me permito invocarlas nuevamente en estos tiempos aciagos: “…Y en la hora de las mayores dificultades invocaríamos primero a la sombra augusta de Bolívar –Libertador y Padre- y luego a Páez y le diríamos al “tío”: Catire, deja ya de vagar por esos llanos celestiales y esos médanos de nubes y esos ríos de ventisca. Vente catire, enasta la lanza cantarina, carga como en tus buenos tiempos de las Queseras, echa a volar por la sabana ese grito jacarandoso de “Vuelvan Caras” y condúcenos otra vez al triunfo y a la gloria”. “… Los Padres de la Patria ya dejaron de ser propiedad y escudo de banderías para revertir a sus cualidades esenciales de patrimonio, inspiración, salvaguarda y honor de todos los venezolanos”. (1).
Constatamos también, en este sedicente acto cultural, pedestre y decimonónico, un hecho aleccionador que no se le ocurrió al milico más representativo del siglo XX: Marcos Pérez Jiménez. A pesar del omnímodo poder que le otorgó a la Seguridad Nacional (Policía represiva de la época) no se atrevió nunca a equiparar a ese delincuente cuerpo con la fuerza armada. En esta oportunidad vimos como el SEBIN uniformado desfiló –con panegírico incluido- en Los Próceres… ¡Inaudito!
Por último –apelando a este bosquejo vertiginoso- se hace necesario referirnos al “pasticho” ideológico planteado por las lumbreras teóricas del socialismo del siglo XXI; en un solo saco metieron -sin rubor alguno- a hombres de la gesta independentista, de la revolución federal y de la revolución restauradora. Imaginémonos –a lo diletante- a Bolívar, Urdaneta y Sucre con Falcón, Zamora y Guzmán Blanco, además de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez en comparsa con Pérez Jiménez y todos los demás milicos de academia sucesores.
Los venezolanos nos hemos caracterizado por poseer innumerables virtudes –aunque también con algunos defectos- que se han manifestado de diversas maneras. El humor recurrente -a pesar de dramáticas experiencias- con el habitual uso de refranes populares que tienden a crear determinadas situaciones fácticas. Me permito señalar uno de ellos: “No necesitas decirle perro a una persona. Basta con lanzarle un hueso”.
En lo personal tengo más de dos años manifestando de manera pública –con mis artículos de prensa y conversaciones particulares- que el gobierno nacional ha dispuesto de una perniciosa estrategia y táctica destinada exclusivamente a mantenerse en el ejercicio del poder al precio que sea. Para ello se ha valido de la fuerza bruta dispensada por los milicos y colectivos armados, conjuntamente con el aporte de los rábulas constitucionales a través de las pseudo interpretaciones al texto de la Carta magna realizadas por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. Esta política, por ahora, les ha dado inmejorables resultados.
Los venezolanos que estamos situados en contra de esta atípica y lesiva conducta superamos más del ochenta por ciento de la población, no hemos logrado establecer aun una política global apropiada para enfrentar debidamente la conducta oficial, estamos guindando, –casi de la brocha- sujetándonos a la posibilidad constitucional –hoy incierta- de realizar el Referéndum Revocatorio este año con el colofón, -imposible de disfrazar- ya conocido por la opinión pública: ¡Nuevo gobierno ya! este año a través de elecciones democráticas.
La estrategia y la táctica para contrarrestar y modificar -¡resolviéndola!- la Crisis Nacional están sujetas a ser implementadas sin demora; en primer término por la MUD; porque constituye, fehacientemente, un órgano multipartidista debidamente organizado; luego, por la sociedad civil, que debe participar de manera más activa con su eficaz aportación e incorporación en la conducción de las jornadas a realizar; por último, la consciencia republicana y democrática del pueblo en general. Activamente debe procurar -de manera creadora, casi como un mínimo común denominador- diversos modos de lucha unitarios e idóneos para remar todos en un solo sentido… ¡Existen 350 razones de peso para hacerlo!
José Rafael Avendaño Timaury es un abogado venezolano, fue Consejero Político en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela (1984-1987) y Director General de Política Interior en el Ministerio de Relaciones Interiores.