Por Miguel Ángel Latouche
La democracia es mucho más que la regla de la mayoría. No basta con que se realicen elecciones para garantizar que vivimos bajo un régimen democrático. En realidad el asunto tiene que ver con las características de la convivencia que se produce entre nosotros, con el respeto por los derechos civiles, el cumplimiento de los deberes, la existencia del Estado de Derecho, el resguardo de los derechos humanos y el respeto por el imperio de la Ley entre otros asuntos. De allí que la convivencia democrática sea compleja. En particular cuando nos encontramos con realidades sociales valorativamente diversas.
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Es necesario reconocer, entonces, que la regla de la mayoría no es más que un mecanismo de toma de decisiones que permite la agregación de intereses. Por medio de este procedimiento se determina el contenido de la voluntad de los electores. Una vez que se ha producido la sumatoria de las voluntades individuales, se pone de manifiesto la valoración que la sociedad tiene acerca de algún asunto. Un hombre es equivalente a un voto, según dice el aforismo. La suma de cada uno de los votos produce un resultado que tiene obligatorio cumplimiento. Cuestionar el resultado de la voluntad popular manifestada pervierte el contenido democrático de la vida en sociedad.
Estas consideraciones son pertinentes en el contexto de la reciente contienda electoral de los Estados Unidos y de su particular resultado. Por primera vez en la historia reciente de ese país, alguien que bien puede ser considerado un outsider, un sujeto extraño al establishment washingtoniano, que no había hecho vida partidista, ni participado en la guerra, ni en la administración pública, se hizo con las preferencias de los electores de ese país.
Uno puede decir que el Sistema Electoral estadounidense es primitivo. A fin de cuentas, se trata de una democracia de segundo orden, mediada por la existencia de Colegios Electorales. Sobre la calidad del mismo y sus consecuencias deberán debatir los habitantes de ese país. Lo cierto es que de acuerdo a las reglas del juego que han sido ampliamente aceptadas por los actores políticos y los ciudadanos, el Sr. Trump ganó limpiamente el proceso electoral.
Ahora bien llama la atención que aquellos que se oponen a la Presidencia de Trump, -por quien yo no tengo ninguna simpatía o antipatía en particular-, actúen con la misma intolerancia que denuncian. Uno no puede aceptar las reglas de la democracia solo cuando le conviene, en realidad la convivencia con los demás requiere la aceptación de los resultados de los procesos colectivos a pesar de que los mismos no le sean a uno favorables.
Es interesante: Trump tuvo el tino de construir una narrativa que apeló a los sectores menos favorecidos de su sociedad. Prometió algo que se guarda en el inconsciente colectivo de mucha gente: “hacer a los EEUU grandes de nuevo”. Con lo cual dice varias cosas. En primer lugar que ese país alguna vez fue grande y que ya no lo es, que hay unos culpables en Washington que debían ser desalojados, que es posible seguir otro camino para recuperar la grandeza perdida y que él estaba dispuesto a hacerlo. Se trata de la construcción de una perspectiva heroica del proceso político, de la construcción de un horizonte simbólico que respondió pragmáticamente a un imaginario colectivo, que se posicionó en la búsqueda del ideal prometido, que apeló a sectores que habían sido olvidados por los partidarios de la globalización, el libre intercambio comercial y la construcción cosmopolita.
Las protestas en contra de Trump ponen de manifiesto un país dividido entre aquellos que viven los beneficios del liberalismo económico y aquellos que no; de esos que fueron incluidos dentro de los beneficios del mercado y de quienes no. Es interesante porque a fin de cuentas se trata de un contraste inesperado entre las dinámicas cosmopolitas de las grandes urbes y la visión más conservadora de lo que se ha dado en llamar el país profundo.
Interesante porque muchas veces el primero tiende a despreciar al segundo, a alejarse de las dimensiones locales más tradicionales. Hacer política en estos tiempos complejos que vivimos implica reconceptualizar lo político como un espacio de confluencia de las múltiples diferencias, visiones de mundo y sistemas simbólicos que son característicos en nuestras modernas sociedades de masa. Trump construyó un marco dentro del cual se fueron incorporando muchos de los imaginarios que giran alrededor de la idea de la reconstrucción del Sueño Americano y de la necesidad de un hombre fuerte que pueda generar los resultados esperados.
Todo parece indicar que se inicia una nueva etapa para el devenir de la política en los Estado Unidos. Hay mucha incertidumbre el respecto. Para nadie queda claro si Trump será capaz de cumplir su promesa de sanar las viejas heridas y definir una ruta hacia el futuro o, por el contrario las profundizara hasta meternos a todos en un lio de proporciones inesperadas. El tiempo dirá.
Miguel Angel Latouche es Director de la Escuela de Comunicación Social de la UCV, Venezolano.